Si te gusta la ilustración, la pintura, el arte, Oysho tiene un concurso en marcha: puedes entrar, mirar, votar tus favoritos, participar ... Permíteme que te sugiera esta ilustración en concreto:
sábado, 26 de octubre de 2013
viernes, 25 de octubre de 2013
Cosas de escritor (III) - ¡Cuatro ojos!
De pequeño tuve un caso de notable estrabismo
en el ojo izquierdo. No recuerdo exactamente en qué momento me diagnosticaron
hipermetropía, pero para cuando empecé el parvulario, a los cinco años, ya
llevaba gafas.
Lo que sí recuerdo con total nitidez es el
momento en que mi madre empezó a sospechar que yo podía tener algún problema de
vista. Estábamos cenando cuando, a raíz de algún comentario cuya naturaleza he
olvidado, mi madre creyó entender que yo había afirmado tener dos madres
(aunque, racionalmente, yo sabía que, lejos de debates teológicos, mi señora
madre era única tanto en naturaleza como en persona). Tras demandar
aclaraciones sobre aquella afirmación, acabó por preguntarme:
-Vamos a ver. Si miras hacia mí, ahora,
¿cuántas mamás ves?
A lo que yo respondí, sin dudar, dos, como
que era cierto que las veía. Y, para mayor precisión, añadí, señalando con el
dedo:
-Una ahí y otra ahí.
-Y si miras hacia papá, ¿cuántos ves?
-Dos. Uno ahí y otro ahí.
Todavía está muy fresco y sin cerrar el
debate sobre si un niño puede o no tener dos padres o dos madres, como para que
yo venga ahora a echar más leña al fuego afirmando que incluso puede tener dos
de ambas calidades y especies. En todo caso, quienes padezcan de la vista no se
extrañarán de lo hasta aquí referido, puesto que es lo más corriente en estos
casos que la realidad cobre apariencias inusitadas, duplicándose o aun
triplicándose los objetos, confundiéndose las montañas con castillos almenados
– sobre todo los días de lluvia – e incluso deviniendo gigantes los molinos.
El caso es, en definitiva, que, al ponerme
gafas, como por ensalmo, mis “otros padres” desaparecieron. Dejo para los
especialistas en esas lides las consideraciones sobre la influencia que pueda
haber tenido en mi carácter esta orfandad tan temprana, o el peso que pueda
tener, en general, en el desarrollo del niño dos experiencias tan extremas como
la pérdida parental a tan corta edad y el descubrimiento de la realidad “tal
cual es” (permítaseme por esta vez la simpleza).
Por mi parte, me gustaría solo destacar que
no requiere mucho esfuerzo constatar el altísimo número de escritores que han
llevado gafas (o que, sin llevarlas, las hubieran necesitado). Y, siguiendo
este hilo, no me parece imposible que muchos o al menos algunos de ellos
hubiesen experimentado algo parecido en su infancia, lo cual solo puede
fructificar en una constatación temprana de que una cosa es lo real y otra lo
aparente, y que hace falta ir más allá, mucho más allá, de lo que se ve a
simple vista para tan siquiera comenzar a comprender (o, más bien, vislumbrar)
lo que las cosas son (o pudieran ser).
Y siendo cierto como lo es que cuatro ojos
ven más que dos, al menos en ocasiones, no es de extrañar que, con tan larga
experiencia, los portadores de gafas estemos especialmente dotados para algo
esencial para la literatura: la mirada inquisitiva: una cosa es lo que se ve,
otra muy distinta lo que es. Hay que ser muy platónico (y muy filosófico, en
general) para dedicarse a esto de juntar letras.
sábado, 12 de octubre de 2013
Chimamanda Ngozi Adichie, "Medio sol amarillo" - LIBRO DEL MES
La todavía joven novelista nigeriana
Chimamanda N. Adichie publicó en 2006 una celebrada segunda novela, Medio sol amarillo, que le valió
diversos reconocimientos y las alabanzas de autores nada menores como Chinua
Achebe o J.M. Coetzee.
El título hace referencia a la bandera de la
efímera República de Biafra, que existió durante la guerra civil nigeriana
entre 1967 y 1970, y en la cual se ambienta el volumen. Pero es, al mismo
tiempo, un símbolo que alude a la mitad que queda después del desastre, a los
sueños rotos, a lo que pudo haber sido y no fue, a la ilusión perdida, a todo
aquello con lo que hemos de recomponer(nos), después, cuando lo peor que podía
suceder ya ha sucedido y todo acaba.
Vaya por delante que se trata de un libro
excelente ambientado en una época y escenario poco habituales en la literatura
“occidental” (si es que puede usarse sin rubor semejante epíteto); una historia
sobre cómo la vida sigue adelante incluso en las circunstancias más adversas, y
sobre el deslumbramiento ante un ideal, a muchos y diversos niveles, que sería
premioso enumerar aquí, y además imposible hacerlo sin revelar detalles
cruciales del relato.
El primer detalle que conviene destacar es el
perspicaz diseño de los personajes (muy en especial de Olanna y Ugwu, a quienes
se presta singular atención, y a través de cuyos ojos vemos gran parte de los
eventos que tienen lugar durante el particular descenso a los infiernos del
país africano), el sutil reflejo de las emociones, el detallismo sagaz pero sin
excesos. Así, podemos apreciar claramente el contraste entre las ideas
revolucionarias de una parte de los protagonistas (intelectuales acomodados) y
su contradictoria actitud ¿de clase? hacia los negros pobres (o quizá, más bien, hacia los ignorantes), predicando la
igualdad y hermandad entre todos ellos y simultáneamente permitiéndoles ocupar
posiciones subalternas y referirse a ellos con los apelativos sah y mah (el servilismo del personaje Harrison permite notar esto con
singular fuerza); o a través de las reprimendas que en ciertos momentos Olanna
dispensa a Ugwu, el callado testigo de la debacle. En este punto es importante
resaltar el hecho de que nunca, en ningún momento del libro, se adopta el punto
de vista de Odenigbo (que representa la fuerza o ilusión de la fe, que va
contagiando paulatinamente a quienes le rodean), a pesar de ser un actor
principal y crucial de la historia. Así, poco a poco, la autora consigue
humanizar a sus personajes y dotarlos de un realismo muy notable.
Continuando con el aspecto de los personajes,
es resaltable también un procedimiento que la autora emplea varias veces,
consistente en que, en ciertos momentos, los papeles entre los personajes se
invierten, influyéndose los unos a los otros, como cuando, a raíz del asunto de
Richard (no puedo ser más explícito), Kainene tiene una visión de lo que es ser
Olanna y que te arrebaten aquello que más quieres. También en ciertos puntos
las personalidades entre las gemelas parecen invertirse, así como entre los
miembros de las diversas parejas.
Magistral el retrato del deterioro, o más
bien desmi(s)tificación, de la relación entre Olanna y Odenigbo; y el fuerte
contraste entre la revolución de salón, imaginada en la Universidad, y la
revolución real, auténtica, plagada de atrocidades. Refleja bien la confusión
del seísmo político y personal que supuso la guerra, aunque podría haber
explotado y desarrollado más algunas escenas, así como el diseño de algún
personaje (el proceso de maduración de Ugwu queda incompleto).
Es también Adichie una hábil estructuradora:
se decanta por una narración clásica y lineal, decimonónica, aunque dividiendo
la historia en cuatro partes intercaladas (mediados/principio de la década de
los sesenta y final de la misma), lo que debe reputarse un gran acierto, sobre
todo por cuanto permite al lector entrever hechos que le conducirán a
conclusiones que luego resultan ser falsas (respecto a Bebé, sobre todo).
Durante todo el libro, se mantiene un ritmo constante, pausado pero en absoluto
lento, siendo muy notable la capacidad de la escritora para contar la epopeya
de todo un país a través de la peripecia de unos individuos, para reflejar el
sinsentido, la brutalidad, la crueldad, la violencia de una guerra
(especialmente infame, tal vez, cuando se trata de una conflagración interna), sin
ocultarlo, sin arredrarse ante ello, pero sin regodearse tampoco en lo
escabroso.
Hay, también, una constante apelación a la
necesidad de hablar, de contar: así con los constantes y frustrados intentos de
Richard; de Olanna, cuando no se atreve a decir las cosas por temor a que
nombrándolas se hagan verdad; por el elemento distintivo (o discriminatorio,
más bien) que pueden suponer los idiomas, con independencia de que todos sirvan
para lo mismo: comunicarse; y, por último, con la actividad de Ugwu.
En definitiva, una novela grandiosa y
sobrecogedora que nos transporta al corazón de unas tinieblas apenas
ahuyentadas por la tibia luz de los soles que solo alumbran a medias.
Aquí un interesante discurso de la autora: http://www.ted.com/talks/lang/es/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html
martes, 8 de octubre de 2013
Buenas noches, princesa
Empiezo poniendo "Buenos días, princesa", que Nicola Piovani compuso para la película La vida es bella, para acompañar al texto que sigue.
Este está siendo un año de despedidas caninas: ayer murió
mi perra Minoka, a la que familiarmente llamábamos Mini, próxima a cumplir los
quince años.
Mini era un diminuto cruce de pekinés y chino crestado (en
la foto puede verse lo pequeña que era por comparación a su compañera Cosita,
fallecida en junio, que era un caniche enano). La “rescatamos”, por así decir,
de unas condiciones inadecuadas y de una infancia maltratada que condujeron a
una desconfianza en los humanos que tardó mucho tiempo en desaparecer: tuvieron
que pasar años antes de que dejase de temblar cuando se la cogía al colo (o
simplemente se la separaba del suelo), e incluso de vieja seguía encogiendo la
cabeza y las orejas cada vez que una mano se acercaba para rascársela.
Comía como un pollito y tenía un temperamento gatuno (de
hecho, de cachorro, se educó con dos gatos que había en la casa): era
independiente y no precisaba grandes mimos, que más bien rehuía. También era
maniática, y detestaba que le tocasen las orejas o las uñas (menos en los
últimos tiempos). Nunca fue juguetona, sino una perra callada y tranquila,
aunque con una personalidad indomeñable, que solía desobedecer con una
parsimonia y una displicencia verdaderamente envidiables. Le gustaba dormir
enroscada cerca de la gente, lo cual hacía con sumo cuidado si estaban
enfermos.
Mini era epiléptica de nacimiento. En los últimos tiempos
se había quedado prácticamente sorda. Su provecta edad (y la enfermedad,
supongo) la había sumido en una debilidad física que la hacía a veces perder el
equilibrio o tropezar con sus propias patas. Pero era, como puede verse hasta
aquí, una superviviente nata: pese a las estimaciones iniciales, que le daban
meses de vida, acabó sobreviviendo más de tres años al cáncer que finalmente la
venció. Aunque claro, como suele decir mi madre, a esas edades, se muera de lo
que se muera, se muere uno de viejo. Y aunque el desenlace esperado le resta
amargura al hecho, no lo hace menos triste, aunque con una de esas tristezas
apacibles y abúlicas a las que son tan propensos los atardeceres soleados de
otoño, como el de ayer. Nunca dejará de fascinarme el hueco tan grande que
puede dejar algo tan pequeño, ni la enormidad de la ausencia de lo que se da
por sentado.
Buenas noches, princesa.
jueves, 3 de octubre de 2013
Abd Al Malik, La guerra de los barrios no tendrá lugar - LIBRO DEL MES
En 2010 el músico francés Abd Al Malik
publicó su primera novela, un libro breve parcialmente autobiográfico titulado La guerre des banlieues n’aura pas lieu (hasta
donde sé, no existe en traducción al castellano, por desgracia), en el que
recupera y ficcionaliza los recuerdos
de su juventud en los suburbios de Estrasburgo. El volumen, que es un firme
canto a favor de la humanización del Estado y de una reformulación inclusiva
del mismo, para que deje de pertenecer a élites descompuestas y caducas que no
representan en absoluto los ideales que la República persigue, fue distinguido
con el Premio Edgar-Faure de Literatura Política el año de su aparición. Invita
al lector a tratar de ver el mundo a través de los ojos del otro, pero no desde
los propios parámetros, sino desde los parámetros de ese otro, de tal manera
que devenga otro yo, es decir, un
igual. Buscar los puntos de conexión, más que los de diferencia, pues a menudo
uno descubre, no con tanta sorpresa como cabría suponer, que los primeros son
mucho más numerosos que los segundos. Huir del determinismo social, o, más
bien, no ligarlo a causas erróneas como la raza o el origen.
Se nota en la escritura, bastante poética, en
su ritmo, la influencia musical del autor. Por otra parte, el estilo es cuidado
y evocador, a lo cual no empece, sino todo lo contrario, el uso de lenguaje
familiar e incluso algunos vulgarismos (que aumentan la credibilidad de lo
contado). Personalmente echo en falta algo más de desarrollo (la historia, propiamente,
ronda las 150 págs.), sobre todo porque la estructuración en escenas o
secuencias y reflexiones, hace un tanto confuso en algún momento saber si el
protagonista cuenta su historia desde un momento próximo a los eventos que
narra, cuando en realidad parece estar hablando a unos ocho años de distancia.
Por último, se ha criticado a veces al autor
por ser demasiado tibio en sus reflexiones (ahora parece ser que la mesura
constituye un defecto, y que la morigeración que practicaban los romanos, hasta
que les dio por entregarse al desenfreno, ya no está de moda), por ser quizás demasiado
idealista, casi un profeta de la paz, y por no aportar nada nuevo al debate de
qué hacer con “los barrios” (de candente actualidad a propósito de los romaníes
y las declaraciones del Ministro Valls), como si fuese obligación del escritor
aportar la solución definitiva a una cuestión que hasta ahora nadie se ha
aproximado ni siquiera de refilón a resolver. Muy recomendable e interesante.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)