martes, 15 de julio de 2014

Ramón Loureiro, "León de Bretaña" - LIBRO DEL MES

 
 
 
Permitidme hacer memoria y contaros una batallita. Conocí brevemente a Ramón Loureiro (Sillobre, 1965) cuando a este le tocó la no muy interesante tarea de entrevistarme con ocasión de cierto premio literario que tuvieron a bien concederme, allá por principios de 2005. En aquel momento, el autor todavía tenía solo dos novelas publicadas (Morgado y O corazón portugués) y estaba lejísimos de gozar del favor de la crítica que luego alcanzaría. A mí, desde luego, su nombre no me sonaba, ni del derecho ni del revés, cuando me pidió amablemente por teléfono si podría acercarme a la redacción del periódico en el que trabaja para unas cuantas preguntas. Acepté, asistí, respondí lo mejor que supe a lo que se me preguntaba, y me marché.
Unos días después, de vuelta en la misma redacción para una entrevista radiofónica, precisamente aguardando en la sala de espera a que llegase mi turno y leyendo el periódico susodicho, me topé con una foto a toda página de Ramón Loureiro, anunciando la próxima presentación de su novela As galeras de Normandía, que tantas alegrías – supongo – le iba a dar y que le iba a situar, sobre todo a partir de la aparición un par de años más tarde de su adaptación castellana (el autor explicó en una charla reciente que no se trata de una traducción al uso, sino que reescribió la obra en castellano) ya de forma incontestable en el radar de la crítica como uno de los mejores escritores actuales de las literaturas hispánicas. En un comentario que acompañaba a la fotografía, explicaba Loureiro que la idea primaria de la que había surgido la obra era una historia que su madre le contaba de niño, sobre un príncipe de dos cabezas, una de las cuales decía la verdad, en tanto que la otra siempre mentía, como resultado de lo cual se dedicaban a disputar constantemente. Como es lógico, de inmediato me sentí atraído.
Asistí a la excelente y emotiva presentación en una noche tan gélida que forzó al escritor a hacer alusión expresa a ella y agradecer la nutrida presencia de público a pesar de ese hecho. Durante su charla, Loureiro explicó los mimbres de la obra, las ideas que le llevaron a escribirla, y anunció que tal vez – quién sabía – nunca volviera a publicar otro libro, añadiendo que, si así fuera, tampoco lo lamentaría, porque todo cuanto era capaz de expresar narrativamente estaba contenido en aquella novela. Ya fuera porque estaba medio tocado o por pura coincidencia, el caso es que acto seguido caí enfermo de “un virus” que me mantuvo postrado y con fiebre alta durante un mes. Impedido para otras ocupaciones, me dediqué a leer, siendo uno de los libros que devoré en aquel tiempo, a pesar de un dolor en los ojos que apenas me dejaba ver, As galeras de Normandía, que me cautivó desde la primera línea (el hecho de que empezara con una conjunción, como retomando una historia interrumpida, me pareció fascinante) y se convirtió de inmediato en una de mis obras favoritas (además de que estoy persuadido de que contribuyó activamente a mi recuperación).  
Con ocasión de un evento literario el pasado diciembre, en una breve conversación con el autor, este tuvo la bondad de explicarme que no es exactamente que los muertos convivan o compartan espacio con los vivos en su ficticia Terra de Escandoi (nombre de sonoridad netamente gallega), dualidad (cuerpo-alma) heredada del mundo helénico, sino que, como luego elaboraría más extensamente durante su charla, por un lado está el cuerpo, por otro el alma, pero entre ambos hay una tercera instancia, que denominó “espíritu vital” y que bien podría explicarse como el reflejo que los vivos – o los muertos – dejan en este mundo cuando ya no están con nosotros. Defendió Loureiro, además, que esta visión tripartita del ser humano no es, como sostienen algunos, una herencia de la cacería salvaje germana, sino un elemento autóctono de la cultura atlántica desarrollada, entre otros lugares, en lo que hoy es Galicia.
 
 
  
La obra de Ramón Loureiro ya ha sido defendida y ensalzada por autoridades cuya mera mención debiera servir por sí misma de aval (García-Posada, Basanta y Losada a la cabeza de ellas): todo lo que aquí se diga ya habrá sido dicho, y con más elocuencia, por tales especialistas. Pretendo hablar, sobre todo, de León de Bretaña (EDAF, 2009), pero esta reseña quiere ser también una invitación a leer las demás obras del autor y, muy en especial, Las galeras de Normandía, con la que guarda estrecha relación y con algunos episodios de la cual está evidentemente conectada, hasta casi parecer reelaboraciones de los mismos – en realidad, por muchas historias que cuente, un escritor siempre cuenta una misma historia, dicha de diversas maneras –.
En León de Bretaña, donde nos reencontramos con viejos queridos personajes ya amigos, no pasa nada y pasa todo. Apenas hay acción – lo que sucede, básicamente, es que un muerto resucita y va a ser coronado Rey de la Última Bretaña – y, sin embargo, la densa riqueza del alambicado estilo del autor hace parecer que estemos presenciando una historia que ha durado largas edades. Aunque, tal vez, así sea en realidad, y esta novela, sobre todo, sea una novela sobre la memoria, que, como la imaginación, se extiende hasta el infinito, y sobre conservar lo que es injusto que se pierda, que es la labor última del Arte. Este efecto – el de que “pasen” muchas más cosas que las que la mera acción anuncia – se consigue gracias al poder actualizador de la palabra (como si el acto de nombrarlas hiciera reales las cosas; como es cierto, por otra parte), a la potencia poética y evocadora – perdón por el pleonasmo – del texto, que, dicho sea de paso, no le pone las cosas fáciles al lector: se trata de una lectura de alta exigencia, que hay que examinar con cuidadosa atención – casi reelaborándola y reconstruyendo sus fragmentos dispersos, poblados de voces que se interrumpen unas a otras y que es difícil saber a quién pertenecen en cada momento –, en la que lo más innovador – aunque no lo único – es ese particular uso del lenguaje, con frecuentes galleguismos (“ (…) esta novela que es incisos sobre incisos”, p. 141), así como la peculiar mixtura de los elementos narrativos más variopintos, tanto populares como académicos, y las múltiples intertextualidades.
Quienes leen a Loureiro, ya habrán podido comprobar que posee un estilo narrativo muy personal (en el que no es imposible rastrear influencias de Cunqueiro, Torrente Ballester o Cela, entre otros) que se repite en todas sus obras e incluso en muchas de sus columnas periodísticas, con una enorme complejidad sintáctica y una tendencia a truncar la narración, que va y viene como las olas, reapareciendo con algo distinto, con algo cambiado en cada ocasión, como un tema musical sencillo que va siendo objeto de elaboradas variaciones. Digamos, pues, que, en Loureiro, la parte del poeta-bardo se sobrepone a la del narrador-cuentacuentos. Es notable el detallismo, en cuestiones que otorgan magia y, al mismo tiempo, realismo. Ya hemos dicho que en León de Bretaña las reglas narrativas experimentan un tratamiento muy inusual; de este modo, también la cronología salta por los aires, de manera que a veces los hechos posteriores son contados antes que los precedentes, y complicándose en extremo incluso saber cuánto tiempo ocupa la acción (no obstante, se mantiene como “cronómetro” aproximativo el proceso de resurrección y coronación de León): algunos hechos que se narran lo mismo pueden durar unos pocos minutos que varias horas, lo mismo unas semanas que varios meses.
La novela – y la obra de Loureiro – entronca directamente con el folclore y el contexto mítico gallegos, así como con la tradición literaria gallega, pero en absoluto cabe calificarla de novela costumbrista, sino que se sirve de tales elementos para hablar de cuestiones universales e intemporales (qué ocurre tras la muerte tal vez la más importante de entre ellas), y de otras que no podrían ser más del día (los incendios provocados, la corrupción, y hasta la ubicua burbuja inmobiliaria aparecen aquí reflejados). Un elemento destacado, pero que me limitaré a mencionar porque su estudio más minucioso sería inagotable, es el valor simbólico, aquí principalmente a través del gallo que sirve a modo de sacrificio. Si, como decía Saramago, la mejor manera de explicar algo es siempre la metáfora, lo ficticio en la obra de Loureiro sirve de faro iluminador a lo real, plagado de dolor y elementos escabrosos, de modo y manera que, si no a resolverlo, sí alcanza al menos a desempeñar un papel lenitivo que lo haga soportable.
Es como si la narrativa loureiriana fuese el fruto de observar la realidad a través  de una sucesión de valleinclanescos espejos deformantes que ofrecen una imagen de la misma desfigurada e hiperbólica, en ocasiones hasta lo grotesco, pero nunca ajena a su naturaleza auténtica, que, paradójicamente, sirve para verla con claridad y sencillez tal como es, ya que, como el autor afirma, “la literatura nos acerca al misterio de existir”.
   



JJJKL