viernes, 15 de agosto de 2014

John Steinbeck, "Las uvas de la ira" - LIBRO DEL MES


 




Tengo que reconocer que siempre he sido afortunado en materia lectora. No creo haber necesitado abandonar más de tres libros en toda mi vida. Bien es verdad que dedico mucho tiempo a decidir qué comprar/leer, a informarme sobre los autores, los movimientos en que se inscriben, los temas que tratan, las opiniones de gente cuyos juicios ya me han parecido útiles en otras ocasiones... Además, aparte de las fobias y filias de cada uno, tengo un sistema bastante alambicado –del que tal vez algún día os hablaré– para seleccionar los libros. Sin embargo, una cosa es apreciar el trabajo bien hecho de un artista, o incluso la buena marcha de una obra en tanto que artefacto de entretenimiento, y otra muy distinta ese sentido de la perfección, de la comunión absoluta, que te golpea con algunos autores. Uno no dice de todos los libros que lee que son obras maestras, ni que le han cambiado la vida.

He de confesar en este punto que siempre me causa algo de nerviosismo y rubor hablar de clásicos, porque sin duda cualquier cosa que yo pueda explicar aquí ya habrá sido explicada con mayor elocuencia antes, de tal forma que la presente reseña puede fácilmente acabar sonando un poco a obviedad repetida. Pero, al mismo tiempo, cuando uno tiene un libro como este entre manos, le resulta difícil no decir algo sobre él, por muy deslavazadas que puedan resultar sus notas.

En la presente ocasión, traigo a este blog la que tal vez sea la novela más conocida de John Steinbeck, Las uvas de la ira, de lejos el libro más fascinante que he leído en mucho tiempo, construida con una precisión de maquinaria bien engrasada, donde todo está tan bien trabado y la relación de causalidad entre los episodios es tan veraz, que más que ante una obra de ficción pareciera que estuviésemos ante un extenso reportaje de casi 700 páginas, a lo cual ayuda la hábil alternancia de capítulos narrativos con otros más periodísticos y abstractos sobre las condiciones de vida en general de aquellas personas.

Así, resulta interesante que los eventos no sean motivados solo por la racha de malas cosechas sufridas durante la época concernida, sino también por la voracidad de un sistema (sustitución de los trabajadores por máquinas) y por la actuación aprovechada de quien se prevale, por no decir que abusa, de la necesidad ajena (boom de los vendedores de coches usados, terratenientes explotadores).

Las uvas de la ira retrata la epopeya, de tintes dickensianos, de los Joad, una familia del centro-sur de EE.UU., que ha de enfrentarse a la durísima época del “Dust Bowl” –que todavía hechiza el subconsciente colectivo americano como el crack del ’29 inmediatamente anterior, Vietnam, o algunos otros de los acontecimientos que marcan un hito de su historia reciente–, que provocó la expulsión de sus tierras y hogares de cientos de miles de familias, forzadas a una emigración interior en las condiciones más miserables, en el que sin duda es el proceso de desertización más famoso de los últimos siglos. Inevitablemente, y de la mano de una extensa galería –bien podemos estar hablando de docena y media de principales, con obvia preeminencia, incluso en el punto de vista, de Tom y Madre– de personajes terriblemente bien diseñados, poliédricos, complejos, contradictorios, paradójicos… es decir, humanos (incluso, o especialmente, en los momentos en que resultan más desesperantes o insufribles), tienen lugar cavilaciones sobre la naturaleza del mundo, del sistema que les rodea, de la condición humana, de la justicia… Es humanamente imposible no sentir simpatía por los Joad (incluyendo a la mayoría de amigos que les acompañan o encuentran por el camino), y no emocionarse con el desamparo de estos personajes al abandonar su Oklahoma natal.

Uno de los elementos humanizadores es que se trata de gente dura, no de salvajes, de ahí que sean capaces de impactantes actos de generosidad y gestos de ternura, por muy toscos que estos puedan resultar en su ejecución. Que los Joad, que parecen tan sensatos para algunas cosas –y en este punto debe reputarse como gran acierto no haberlos estereotipado como paletos–, puedan resultar tan crédulos para otras resulta un detalle que los aproxima mucho al lector. Los personajes femeninos, y sobre todos ellos, Madre, consisten en mujeres que nunca habían hablado demasiado simplemente porque no era necesario, pero que atesoran una rica vida interior y una enorme sabiduría, así como un carácter férreo y una resistencia de roca, valerosas y dispuestas.

Sorprende la habilidad de Steinbeck para la descripción y, con la austeridad de medios tan propia de la narrativa norteamericana, llenar su relato de símbolos (el polvo quizás el más omnipresente: a las setenta páginas uno ya nota asfixia de lo polvorienta que es esta novela) y escenas / frases repletas de significación. Por ejemplo, es interesante que el único momento en que Tom –un personaje muy hablador, a diferencia de los demás exceptuado Casy, brusco pero realista, un poco pendenciero pero con una agudo sentido primario de la justicia– llora sea por frustración, cuando se ve obligado a hacerse pasar por tonto, como le han aconsejado, porque siente que su dignidad humana está siendo pisoteada.  

En este sentido es digna de encomio la sencillez cuentística del texto, que aborda incluso las cuestiones más áridas y encopetadas de teoría económica y política sin que lo parezca, transmitiéndolas con apabullante sencillez y sin utilizar la narración expositiva ni una sola vez. El conjunto goza de un carácter fuertemente visual, plástico o cinematográfico, casi como si el autor (que no era completamente ajeno al mundo del cine y el teatro) hubiese tenido en mente una posible escenificación de la obra.

La descripción, en todos los aspectos, es de una sutileza con la que rara vez se encuentra uno, con un gran realismo y cohesión en el aspecto psicológico de los personajes, expuesto de forma sencilla, directa y efectiva. Hay que decir que Steinbeck, que había ejercido y ejercería aún como periodista, había fotodocumentado el drama de las familias desplazadas por esta gran tragedia, y por tanto conocía de primera mano a la gente que describe en su obra, por muy de ficción que esta sea. No es de extrañar, por tanto, que el clarividente Nobel estadounidense fuera capaz de prever, ya en 1939, cuando el libro se publicó, a dónde arrastraría la demonización o deshumanización de un segmento entero de población si no se respetaban unos Derechos Humanos que aún no habían sido formalmente declarados entonces.

Quizás como todas las buenas epopeyas humanas, Las uvas de la ira puede calificarse de impactante, sobrecogedora; aunque en ningún momento resulta truculenta, probablemente tampoco se la recomendaría a los lectores más sensibles, dada su ausencia total de edulcoración y su realismo. Téngase en cuenta que esta obra llegó a estar prohibida durante muchas décadas en los institutos de EE.UU. por lo que se consideraba su crítica excesiva al capitalismo.

Por otra parte, a pesar de su ambientación tan específica, no puede atribuírsele un carácter circunstancial o de ocasión a Las uvas de la ira, pues su universalidad e intemporalidad es innegable: por su estudio de las consecuencias humanas de las burbujas económicas, que llevan siendo recurrentes al menos desde la aparición del mercado moderno; por su tratamiento de la inmigración / emigración; por su hábil percepción de los mecanismos deshumanizadores que pretenden justificar la injusticia y conducen, en última instancia, a la dictadura y el totalitarismo; por ser una obra sobre la solidaridad y la dignidad; por el drama sobre la pérdida del pasado y la memoria, de la identidad en definitiva; por plantearse, implícitamente, la cuestión crucial y de máxima actualidad de que, si un Estado no sirve para socorrer a sus ciudadanos, entonces, ¿para qué sirve?… Un libro de diez absoluto cuya lectura no puedo recomendar suficientemente [1] .




JJJJJ + C
  

 


[1] Como cuestión al margen tendría que decir que la traducción de María Coy Girón (Alianza, 2006, múltiples reediciones y reimpresiones) contiene algunos giros raros e inconveniencias aquí y allá, pero en general es un trabajo notable que se deja leer bien.