miércoles, 15 de abril de 2015

Xosé Carlos Caneiro, "Ébora" - LIBRO DEL MES



 
Autor: Xosé Carlos Caneiro     Título: Ébora       

Ed: Xerais / Espasa Calpe         Lugar: Vigo / Madrid        

Año: 2000 / 2002     Págs: 459 / 456         

Valoración: JJJKL




Quizás todas las culturas del mundo, pequeñas o grandes —entiéndase más o menos extendidas, tanto geográfica cuanto demográficamente—, gocen de una intrínseca riqueza. ¿No es esa, al fin y al cabo, la esencia misma de la cultura, enriquecer? En todo caso, no deja de ser digna de celebración la pujanza de las letras gallegas, promovidas desde hace más de siglo y medio por una sucesión ininterrumpida de talentos intelectuales y artísticos que nada tienen que envidiar ni a la calidad ni a la fortuna de ninguna otra lengua del mundo.

Así, en el año 2000, Xosé Carlos Caneiro, al que algunos apodan el enfant terrible de las letras gallegas —una de esas etiquetas que lo mismo puede no significar nada que significarlo todo—, dio a la estampa una de sus obras más celebradas, Ébora (existente en traducción homónima al castellano, en Espasa Calpe), que recibió el XIX Premio Blanco Amor, y el IV Premio Eixo Atlántico.


Ébora constituye una densa y sabrosa novela con tintes de comedia negra —más que de novela negra, a pesar de la hilarante y delirante fusión con elementos propios de las novelas detectivescas y de aventuras, persecución policial incluida, en manos de un policía, Aurelio Arias, que en realidad sueña con ser profesor de Historia—, revestida de una espléndida escritura, con elementos que recuerdan a Torrente Ballester, guiños quijotescos, y constantes reflexiones sobre la contraposición entre realidad y ficción, o tal vez más bien, entre realidad y percepción; revelándose el volumen como digno heredero de esa literatura del disparate, en el mejor sentido del término, que tanto —y tan bien— se ha cultivado por estos lares, y que da lugar, en este caso, a una narración realista-fantasiosa típica del ser gallego.

Adorna el texto una gran riqueza léxica, que despega en imaginativos vuelos de invención, con tendencia a la esdrujulización de términos. La premisa fundamental que vertebra Ébora es la defensa de la imaginación o fantasía como protección contra la vulgaridad y pequeñez de la realidad, puesto que,

“As cousas fermosas só poden ser eternas dentro do ventre dunha novela.

               (…) Todas as cousas fermosas e eternas pertencen á irrealidade”.

  

El libro trata, además, una inmensa variedad de asuntos, como la liberación, el conocimiento en sí, o la búsqueda de un yo sin cortapisas sociales que permita entender el mundo eficazmente,

“Quizais era preciso erguer unha nova teoría libertaria para refutala. Por exemplo: argüír que todos estamos equivocados dende o momento que abrazamos calquera credo ideolóxico, político, social ou relixionario, que a verdade navega entre a néboa fumegante do coñecer, que só dende a total oposición a calquera tipo de tautoloxía un pode chegar a vislumbrar algo parecido á certeza”.

Y es que Ébora es también, e incluso más que ninguna otra cosa, una meditación sobre la utopía, sobre el gobierno ideal —aquí identificado con lo que los teóricos denominan “democracia directa” (como si cualquier cosa que no lo sea mereciera verdaderamente el nombre de democracia) en comunión con el entorno natural y cualquier tipo de vida—, y sobre la educación ideal —cifrada en ese credo libertario enunciado en el párrafo anterior, y con una defensa a ultranza de las Humanidades y el Arte como mecanismos más efectivos para la educación del espíritu, frente a las demandas mercantilistas (y, por ende, reduccionistas) de los sistemas actuales: alerta sobre el tecnicismo, la productividad, la pérdida de valores y de una actitud estética, en el libro representada por la obsesión por la invención de palabras: existe aquello que puede nombrarse, y solo aquello que puede nombrarse puede ser pensado, de ahí que “só pode suceder na realidade aquilo que antes se escribiu nun libro”—.

De acuerdo al texto, Ébora es

“(…) un espello dunha parte da humanidade es as súas virtudes, a parte que ficou incólume logo dos desastres acontecidos no paraíso e as súas corruptelas, as guerras que o asolaron e que a Biblia non relata, as traizóns e envexas que deron lugar á súa destrucción, Ébora é, polo tanto, o único paraíso que os homes e mulleres do planeta poden encontrar, o único semellante a aquel no que Adán e Eva viviron felices”.

 

De forma acorde con la concepción de Caneiro de la Literatura como ejercicio de estilo y valor metafórico, emplea diversas técnicas y dos historias superpuestas y complementarias, con un narrador en tercera persona pero que también emplea con liberalidad el discurso interior, flujo de conciencia, o stream of conciousness. Y este es, precisamente, a mi entender, el punto más débil de la novela: decía Virginia Woolf, en Una habitación propia, que a pesar de tener menos talento natural que Charlotte Brontë, Jane Austen la sobrepasaba como escritora porque jamás irrumpía en sus textos, nunca veíamos nada de ella —ese self-effacement tan alabado, y tan impresionante, de los sonetos de Shakespeare—. En Ébora, hacia el final del libro, parece darse una identificación entre el narrador y uno de los personajes. En cambio, también distinguimos al autor en algunos momentos apoderándose de la voz narradora, con sus fobias y sus filias e incluso cierto tono moralizante ocasional, hecho que a este lector, a pesar de que en gran medida comparta unas y otras, le parece que interfiere, como pieza extraña, con el desarrollo orgánico del mundo que se describe. Peccata minuta, en todo caso, para un libro con sobrados méritos: por mucho que lo dijera la buena de Virginia, y por mucho que personalmente concuerde con ello, en ningún lado está escrito, que yo sepa, que deba ser así, y, por tanto, se trata de una opción artística perfectamente lícita. De hecho, la irrupción del autor en la narración ha dado lugar a no pocos momentos gloriosos de la Literatura, El Quijote y Niebla incluidas.

Por otra parte, un cierto exceso o exageración de los elementos constitutivos hasta aquí apuntados lastra un poco el libro en su parte intermedia. Pero el autor se da cuenta enseguida y corrige el rumbo, dando lugar a un último cuarto glorioso.

Es Ébora, pues, una novela sobre el poder de la imaginación para modificar la realidad: contada tal cual, la peripecia daría para poco; en general, los hechos no son tan raros. Lo esencial es la forma de vivirlos. Al mitificar fantasiosamente su retorno al pasado, los personajes lo convierten en algo magnífico. Y es la contradicción entre el mundo “real” —sea eso lo que sea: no existe tal cosa como la realidad, sólo la percepción de lo que suponemos realidad— y ese intento de trasplantar a él la imaginación “ebórica” lo que da lugar a la confrontación que sirve de motor a la historia: la imposibilidad de alcanzar la felicidad, la satisfacción, el sosiego, conformándose a esa cosa externa a uno y sin significado que es “la realidad”. También es este mismo elemento el que origina algunas de las escenas más cómicas del volumen.

“Cada libro é un fracaso. Un pouco menos de vida vivida. Quén puidera ser autor e escribir varias vidas, para habitalas intensamente, para non deixarse ir na barca que Caronte prepara dende que nacemos. Morte vivida. Pútrida morte. Pero é mentira. Andrómenas que os escritores y escritoras afirman para sosterse. Porque escribir era ir morrendo. Só iso. Un xeito de habitar a nada. Sempre despoboada, estéril, inútil, inane”.

En lo tocante a los personajes, no se incide especialmente en su desarrollo, sino que cumplen más bien una función simbólica, respondiendo algunos incluso a arquetipos clásicos de la commedia dell’arte, pero subvertidos: así, el protagonista, Libardino, es un caballero andante, un quijote moderno que, como aquel, juega, a medias en broma, a medias en serio, con los límites siempre borrosos de la realidad y la ficción. Su primera aventura será liberarse de su mujer, representada como una harpía o dragón. Se topará con un tipo llamado Mefisto, que afirma ser hijo de Mefistófeles y tener 4700 años de edad (cifra que coincide con el nacimiento de la Literatura)… y la historia y los personajes continúan de esta manera en un inagotable juego de intertextualidades y simbologías que sería demasiado premioso analizar aquí en detalle, diestramente manejado por el autor.