jueves, 21 de abril de 2016

Yo, que soy de roca

Yo, que soy de roca,
ya no puedo mirarte por más tiempo,
por no malgastar
los años que te quedan de la escarcha.

La verdad nos presta muchas cosas,
mas nos arrebata otras tantas
hasta impedirnos ver, quizás,
lo más íntimo,
lo más obvio.

Bañado en mares de soberbia púrpura
el corazón se va ahogando,
hasta convertirse en un breve resquicio
de la desesperación
iluminado con los sonidos
más terribles de la noche
como bramidos de la tierra,
respirando en la agonía del humo
hasta que el corazón muere,
a pesar de estar vivo.

El viaje por las catacumbas
no acaba en ningún lugar,
se adentra en la oscuridad
hasta topar conmigo:
esto lo descubro
al pasar bajo las vigas del pensamiento,
ensartadas en el alma
como espadas en la carne.


Lejano se oye el aleteo de la muerte.

viernes, 15 de abril de 2016

Juana Corsina, "Una mujer sabe" - LIBRO DEL MES


Autora: Juana Corsina   Editorial: Alfasur   Año: 2011
Lugar: Pinto (Madrid)   Valoración♥♥♥♥♥ +


En el año 2011 vio la luz el tercer poemario de la ferrolana Juana Corsina, Una mujer sabe. En cierta medida, puede considerarse el título una declaración de intenciones, pues pone ya sobre la pista del hilo conductor y principal eje del libro: la reivindicación del papel femenino en todos los ámbitos, y de esos valores asociados —no entraré ahora a discutir si justificadamente o no— a la mujer. No puede decirse que se trate de una obra plenamente programática, pero una tendencia de esa índole es innegable.

Componen el volumen nada menos que 74 piezas más bien breves —la poeta considera que entorno a dieciséis o dieciocho versos son la extensión idónea para expresar algo poéticamente— en las que impera el versolibrismo e incluso la prosa poética, vertebradas en tres partes, llamadas respectivamente “Una mujer sabe”, “Una mujer habla” y “Una mujer grita”, que recuerdan a la famosa estructura en cinco libros de Follas novas, y no sólo por la similar división, sino por la parecida e intencionada distribución del material poético, y su análisis de la situación femenina: también en Una mujer sabe vamos a encontrar esa progresión desde la expresión lírica intimista —desde ese “saber” que es individual pero aún no ha sido comunidado— hasta la reivindicación social, centrada en el repudio de la violencia en toda forma posible —pero muy en especial la dirigida hacia mujeres y niños—, incluida la derivada de la pasividad o la omisión, con una clara defensa del pacifismo (“He decidido que no iré a la guerra”) —que cristaliza en ese “gritar” de denuncia, pero también de desesperación ante la injusticia—.

Tal vez el primer aspecto a resaltar sea el raro equilibrio entre lirismo y poesía combativa. La extrema delicadeza de los versos —cuajados de metáforas, sobre las que Corsina tiene un pleno dominio, entre las cuales destacan las relacionadas con la maternidad, que resaltan ese valor de la mujer como portadora de vida, como constructora, como hacedora, en suma— se encuentra de frente con la sólida defensa de los valores de la paz, el entendimiento y la concordia, o, a escala individual, del amor, la consideración y la comprensión; lo que permite a la poeta expresarse con contundencia, pero sin caer en lo escabroso, como en el poema “Puñaladas al cuerpo y al alma”, donde la voz poética habla en tercera persona de una mujer víctima de violencia machista —se deduce del contexto general en que se inserta, pero sobre todo del uso del adjetivo “enamorado” que concluye la quinta estrofa—, pero sin embargo introduce metáforas tan sutiles como “Siquiera pudo el trigo proteger a la amapola”.

También es interesante dilucidar qué concepción de la vida se maneja en Una mujer sabe, y la respuesta es que se trata de una visión ambivalente, compatible con el estoicismo, que recuerda en cierta medida a la de Rosalía de Castro, o a la de la poesía clásica —de la que Corsina es declarada admiradora—: la vida se conceptúa implícitamente como un proceso de aprendizaje, de adquisición de “saberes” y “sentires” —casi nunca aparecen esos dos sustantivos en singular—, pero un aprendizaje que resulta arduo y con frecuencia doloroso. De tal manera que se sintetiza en la visión de la vida como algo que merece ser vivido, pero donde la muerte es una presencia constante que supone un descanso final:

En esta condición de ser mortal
vivo y muero en cada nuevo instante;
y me defino, como la novia de la vida que me abraza,
amante inquieta del alma que me habita”.

(“La novia de la vida”)


La muerte es útil, pero no tengo prisa, la espero sin llamarla”.

(“Mi oración, no es moneda de cambio”)

A pesar de los elementos programáticos antes mencionados, no es menos cierto que la autora ha querido dotar de universalidad a su obra, y por esa razón, si bien cabe interpretarlas según las coordenadas apuntadas al principio, la mayoría de las piezas que componen este poemario es posible leerlas en términos más amplios, tratando temas como la soledad, la identidad (“¿Quién quiere ser otra?”), la muerte, el amor —llama la atención que este nunca se presenta consumado o pleno, sino siempre incipiente (“Contraseñas de deseo”, “Aún no nos amamos”) o roto (“Noche de los impares”)—, la dignidad en la desventura —rara vez se insinúa, a diferencia de lo que vimos en el comentario sobre “A xusticia pola man”, una concepción de la justicia como venganza, aunque tampoco está plenamente ausente, como puede verse en “Insomnio perpetuo”—, la agotadora tarea de vivir (“El tiempo de los cansancios”), y quizás por encima de todo, el anhelo de libertad —las metáforas o símbolos relacionados con el vuelo o las aves son legión—.

La densidad y amplitud del material poético impide hacer un estudio pormenorizado del mismo en esta reseña, así que no me queda otra que invitar a la lectura de la obra concernida, que sin duda sorprenderá al lector por su extraordinaria calidad, le sacudirá por su valor humano, y no le dejará indiferente por su toma de partido.