jueves, 17 de noviembre de 2016

Almudena Sánchez, "La acústica de los iglús" - LIBRO DEL MES

 

Autora: Almudena Sánchez   Editorial: Caballo de Troya   Año: 2016
Lugar: Barcelona   Valoración: 3 /5

De recientísima aparición —septiembre de este mismo año—, La acústica de los iglús es la primera aventura narrativa de Almudena Sánchez (Palma de Mallorca, 1985), y puede decirse desde el principio que coronada con resultado agridulce.

Se trata de una colección compuesta por diez relatos con títulos tan sugerentes como “El frío a través de los engranajes” o “Introducción al relámpago” donde el factor común es el desencaje que sufren sus protagonistas —todas ellas mujeres—: son criaturas repletas de extrañeza y a menudo víctimas de la incomunicación —en el sentido de comunicación intentada pero fracasada, es decir, en el mismo sentido en que podríamos serlo cualquiera de nosotros— que se esfuerzan por encontrar su lugar en un medio que perciben como hostil y que toman progresiva conciencia de su incapacidad de autorealización (“Apuntes desde la bóveda celeste”).

Contribuye a esta ambientación frecuentemente onírica y un punto delirante el originalísimo uso de la adjetivación —el estilo de la autora es impecable; recuerda al de Kjersti Skomsvold, por ejemplo—, cuya elasticidad es a menudo llevada hasta el extremo, investigando sin pretenciosidad en las posibilidades expresivas del lenguaje:

“(…) La magdalena se tambaleaba aerodinámicamente. (…) Por eso, me ofrecía una magdalena solitaria, que se volvía indisoluble en mi estómago.
(…) Las magdalenas resistían, fervorosas, ante su fugaz destino (…)” (p. 41)

“(…) Es una forma —la rigurosidad musical—de ir quitando horas a la infancia, de trasladarlas a la etapa adulta. Como si la etapa adulta no fuera ya un suplicio mortal, con los días contados, repletos de cacharrería y estornudos. Como si no sobraran horas muertas para lavar los platos y volver a lavarlos.” (p. 75)

También aplica una técnica de gran eficiencia narrativa para describir situaciones, a base de emplear metonimias para describir otros ámbitos más generales, tal como puede verse en el subrayado más arriba, donde la frase señalada equivale a “repletos de ocupaciones nimias y enfermedades”, pero mostrado, pues, con una novedad que lo dota de una carácter sorprendente. Por decirlo en palabras de la autora:

“En el arte pasa eso, que las personas se transforman, sufren extrañas mutaciones” (p. 85)

Otro elemento empleado por Almudena Sánchez es el valor simbólico, particularmente de los objetos, como en el relato “El arte incrustado”, donde el boomerang aparece como representación de aquello que se pierde para no volver, y en particular, de la niñez, o, más concretamente, de la inocencia.

Hasta aquí los aciertos de La acústica de los iglús. Ahora bien; si abría esta reseña diciendo que la sensación que deja el volumen es un tanto agridulce es porque —no perdamos de vista que se trata de una autora primeriza— a esos elementos exitosos, a mi entender, se suman otros que no lo son tanto; en particular, falta de desarrollo en los personajes, que parecen frecuentemente aquejados de cierto infantilismo, lo cual suele saldarse con conclusiones más que precipitadas, insustanciales —aunque ya dije que la inoperancia de la voluntad de las protagonistas constituye el espinazo de estos textos—; y, de otra parte, una cierta planitud o divagación en la intención de la autora, donde a veces no queda claro el objetivo a la hora de narrar determinada historia más allá del placer de narrarla —que no es poco, por otro lado—.


Un volumen breve —unas 150 páginas— de lectura más bien sencilla que mantendrán al lector pensando en el significado mucho después de dejar el libro —no necesariamente para bien—, y además cautivado —incómodamente, en la mayoría de los casos— por esa atmósfera extraviada que dota de unidad al conjunto —aunque esto último también dependerá en buena medida del gusto de cada quien—.

 Resultado de imagen de Almudena Sánchez