viernes, 15 de diciembre de 2017

Ricardo Carvalho Calero, "Scórpio" - LIBRO DEL MES

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Título: Scórpio    Autor: Ricardo Carvalho Calero    
Editorial: Medusa / Sotelo Blanco    Año: 1987
Valoración: 5 / 5

Segunda y última de las novelas —existen un par de textos que más bien constituyen relatos extensos— escritas por el erudito ferrolano Ricardo Carvalho Calero, Scórpio (1987) se separa de su antecesora nada menos que treinta y siete años, prolongado ínterin que no transcurrió inocuamente en el quehacer literario de su autor. Si A xente da Barreira era una novela primeriza —a pesar de que su autor tenía al momento de publicarse cuarenta años—, la obra que hoy nos ocupa es ya una creación de senectud, época en que editorialmente se concentra buena parte de la obra literaria de Carvalho. A pesar de ello, el brío creativo del ferrolano está en pleno apogeo, y nos regala un texto cuatro veces más largo que su antecesor con numerosas y notables diferencias respecto a aquel.

Desde un punto de vista técnico-formal, la brillantez alcanzada por Carvalho en Scórpio es extraordinaria: estilísticamente se trata de un texto mucho más rico —y eso es mucho decir— que el de su predecesora, desligado completamente de los modelos oterianos, si bien en cambio la técnica narrativa empleada recuerda parcialmente al Steinbeck de Las uvas de la ira —en la inserción en la segunda parte de capítulos no narrativos, sino más propios del reportaje periodístico, si bien en el caso carvalhiano responde a un esquema más informal, no basado como el de aquel en una alternancia estricta— o al Faulkner de Mientras agonizo —en lo que toca a la fragmentación del narrador, hablando ya de los mismos hechos desde diferentes perspectivas, ya de hechos sucesivos; si bien la estructura planteada por el ferrolano resulta de mayor claridad para el lector que la del estadounidense, al indicarse al inicio de cada capítulo ante qué voz narrativa nos encontramos—.

En su intento de desvelarnos la personalidad del misterioso Scórpio —un personaje que, digámoslo de una vez, difícilmente puede resultar simpático, no sólo por ser don perfecto, sino por hallarse desprovisto al parecer de toda emoción humana, hecho al que contribuye decisiva y no accidentalmente la decisión del autor de privarle de voz, como casi un siglo antes había hecho Stoker con su Drácula, permitiéndole sólo hablar a través de lo que los demás anotan de él—, Carvalho despliega la historia de una treintena larga de personajes —históricos algunos, o trasuntos de ellos— y otros tantos narradores que se relacionan entre sí como en un juego de espejos, con el tapiz de fondo de la historia gallega y española de las primeras décadas del siglo XX —si en A xente da Barreira el tiempo de la novela se intuía aproximadamente a partir de las alusiones a algún evento histórico, aquí no sólo son profusas y precisas tales alusiones, sino que incluso se llegan a dar fechas concretas, de tal manera que sabemos con exactitud que la acción se extiende desde 1910 hasta 1938/39—; de tal modo que finalmente acabamos sabiendo más de los propios narradores que de aquella figura cada vez más desdibujada y menos interesante: a pesar del impacto que parece haber tenido sobre todos quienes le conocieron,  Scórpio se diluye y no sirve más que como nexo de unión, como factor común, entre todos ellos, convirtiéndose este texto polifónico en una novela que contiene muchas novelas. Así —y este es a mi entender uno de los puntos débiles de la obra— llega incluso a darse un excurso injustificado y considerablemente prolongado, durante los capítulos de guerra, donde el supuesto protagonista “sale de escena” y no sabemos de él o sólo testimonialmente durante decenas de páginas.

Merece la pena detenerse en el asunto del narrador empleado por Carvalho, cuestión no meramente ociosa, sino que responde a un aspecto muy distintivo y destacado de esta novela. Tanto es así que, si bien es cierto que, como decimos, autores como Faulkner o Stoker ya habían empleado recursos similares, Carvalho llegó a insertar un par o tres de capítulos reflexionando, a través de la voz de Salgueiro —uno de los trasuntos de él mismo, cuya personalidad y experiencias vitales se fragmentan para dar vida a varios de los personajes—, acerca de la técnica narrativa empleada. Hemos mencionado varias veces la multiplicidad de narradores de esta historia pero, ¿cuántos hay? En realidad me parece justo afirmar que sólo uno, aunque con diferentes puntos de vista; pues, como Carvalho/Salgueiro explica en uno de los capítulos metaliterarios aludidos, no quería, al reproducir los “testimonios” de cada narrador, atender a las circunstancias culturales, sociológicas, psicológicas, etc., que exigirían dotar de distintos rasgos y tonos a cada una de esas voces, lo cual estimaba una constricción estilística, sino que “recompondría” tales declaraciones reproduciéndolas con un lenguaje literariamente valioso y uniforme que dotase de unidad estilística al texto. Lo cual prueba que en la obra hay una serie de narradores por encima de los cuales se halla otro supranarrador, o más bien una galería de testigos unificados por un narrador.


Una obra, en fin, de senectud donde sin embargo el genio creativo de su autor permanece vigoroso para demostrar el pleno y apabullante dominio de los resortes narrativos que había alcanzando Carvalho en sus últimos años.

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jueves, 30 de noviembre de 2017

Jostein Gaarder, "A Terra de Anna" - RESEÑA EXTRA DE NOVIEMBRE

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Título: A Terra de Anna / La Tierra de Ana
Autor: Jostein Gaarder    Editorial: Faktoría K / Siruela
Año: 2017 / 2013
Valoración: 1 / 5

Publicada originalmente en 2013, la firma de Jostein Gaarder, que cobró prestigio internacional por El mundo de Sofía, rubrica este título que originalmente se llamó Anna a secas, pero que tanto las traductoras castellanas como el traductor gallego ampliaron como La tierra de Anna tal vez tanto para buscar un paralelismo con aquel título previo de Gaarder cuanto para desplazar el foco de atención de la parte literaria a la premisa central: la protección del medioambiente. La decisión de los traductores puede estar muy bien pensada, atendiendo a que si bien el título noruego era breve, iba acompañado de un subtítulo muy esclarecedor: Una fábula sobre el medioambiente y el clima de nuestro planeta.

Y eso es precisamente, para bien y para mal, lo que ofrece este texto: una novela programática a la que se le nota que lo es.

Digámoslo ya de entrada y sin rodeos: desde un punto de vista literario, el libro de Gaarder es un mal libro. Así. Sin paños calientes. De no proceder de su autoría, tengo muchas dudas de que se hubiera publicado siquiera. Da la impresión de que el escritor pretendía escribir un ensayo y se equivocó de género: es clara la intención didáctica del texto, y que Gaarder trata de simplificar lo que puede para hacerlo comprensible a su presumible público adolescente. Sin embargo, lo hace con tan poca habilidad que parece difícil que ni como ensayo ni como novela logre captar el interés de nadie. Todo en La tierra de Anna tiene el aire de un montón de apuntes para una historia sin desarrollar.

Como queda dicho, la premisa del libro es el deterioro del medioambiente y lo que las jóvenes generaciones pueden todavía hacer para protegerlo. Paralelamente aparecen —se anotan, para ser exactos— algunas otras ideas interesantes, como si existe o puede existir un exceso de libertad, si los derechos del individuo son demasiados, la concepción de los sueños como realidades alternativas, la consistencia de la fantasía, e incluso una velada crítica a la adicción a las nuevas tecnologías y la “hiperconexión” actual.

Sin embargo, el texto, aquejado de considerable repetitividad, se presenta en una sucesión de escenas inconexas y con un discurso tan desarticulado, jalonado constantemente de extractos periodísticos y cataratas de datos, que no sólo hace aguas por los cuatro costados, sino que por momentos difícilmente logra mantener la atención del lector, perdida en la aridez de algún pasaje.

A la pobreza estilística de la novela, se suma el grave defecto de la falta de tensión narrativa: no hay un solo clímax en ningún momento. Tampoco la psique de los personajes, absolutamente planos y “presididos” por la protagonista —a ratos incluso infantil para su edad y, creo, antipática en su obsesión salvadora y casi mesiánica—, consigue causar empatía en el lector, no digamos ya credibilidad: recién liberada de un secuestro, uno de los personajes no tiene otra cosa más que hacer que llamar telefónicamente a Anna para departir amigablemente (al margen de otras “casualidades”, circunstancias que, como norma general, debe ser evitadas como la peste por un narrador).

Para coronarse todo, finalmente, con el flipe lisérgico de que lo que comienzan pareciendo meras fantasías, acaben transformándose en visiones para desembocar, por último, en viajes temporales.

Un texto, en suma, sorprendentemente poco satisfactorio en manos de cualquiera, y más aún en las de un autor avalado por una extensa trayectoria editorial, que ni siquiera la sencillez —que no simplicidad— de un texto dirigido a los más jóvenes logra justificar.


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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Otero Pedrayo / Carvalho Calero, "O mesón dos Ermos" / "A xente da Barreira" - LIBROS DEL MES

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Título(s): O mesón dos Ermos      Autor(es): Ramón Otero Pedrayo
               A xente da Barreira                         Ricardo Carvalho Calero

Editorial(es): A nosa Terra             Año(s): 1997
                      La Voz de Galicia               2002

Valoración: 3 / 5

Aparecida en 1950, A xente da Barreira fue la primera novela del ferrolano Ricardo Carvalho Calero, que se destacó más como poeta y, sobre todo, como dramaturgo.

Ejemplo de economía narrativa, casi el esqueleto de una novela, relata la vida de tres generaciones que sirven al autor para retratar la evolución de la sociedad rural gallega a lo largo del siglo XIX —aunque no se ofrece una fecha concreta, hay alusiones a varios eventos históricos, singularmente la primera guerra carlista, que sirven para centrar el tiempo del relato—, desde la época de esplendor de la fidalguía —un estamento distinto por su importancia de su homónima castellana, cuyos señoríos locales tanto impacto tenían en todos los aspectos de la vida, incluso política, a través del trasiego de votos para las cacicadas de turno, o las paternidades abusivas de los señoritos; aspectos que Carvalho no pasa por alto en su novela— hasta la decadencia de la misma y su disolución en otras clases sociales, coetánea con el auge de la burguesía, solapada en la tierra gallega con el de nuevos ricos medrados gracias a negocios que, si bien aprovechaban las oportunidades que el hueco dejado por los fidalgos les granjeaban, no por ello resultaban menos turbios.

No son extraños en la Literatura gallega los ejemplos de narrativas donde el espacio geográfico y sociológico viene constituido por el pazo y sus alrededores, con las relaciones entre sus habitantes como ambientación central —ejemplos tan eminentes como buena parte de la novelística de Otero Pedrayo, que el erudito ferrolano conocía bien—, tradición con la que entronca la obra de Carvalho. Y en este ámbito A xente da Barreira muestra una influencia clara y directa precisamente con otra breve de Pedrayo aparecida sólo catorce años antes, O mesón dos Ermos: amplias son las deudas estilísticas, temáticas e incluso morfológicas entre ambas obras, ya desde el propio título. Por citar sólo uno de múltiples ejemplos, incluso figuran en ambas obras sendos secuestros del señor, resueltos en las dos mediante la intervención de un prelado, episodio en el que el préstamo carvalhiano alcanza tal extremo que llega a emplear el mismo término que Pedrayo para referirse a los secuestradores, “xurafás”.

Sin embargo, un aspecto donde el discípulo se separa del maestro es en el punto de vista, algo que también se deja ver ya desde el título de las obras: si en el texto de Pedrayo el territorio de importancia es los Ermos —una naturaleza agreste que coprotagoniza el relato, más que servirle de mero tapiz, dominando y moldeando las circunstancias y temperamentos de sus habitantes—, donde surge y se alza desde la nada un muerto de hambre que a través de su ambición de abrir una posada protagoniza la historia —que en la obra del ferrolano tiene su remedo en el personaje del Rosende—, en la obra de Carvalho el peso de la acción transcurre en la Barreira, el espacio de los señores —que por supuesto figura también en la novela de Pedrayo, y donde encontramos tipos perfectamente asimilables—.


En este sentido no sea tal vez excesivo afirmar que por su relativamente tardía fecha de aparición y su temática ya un poco trasnochada —por mucho que estos aspectos puedan atribuirse a la intención del autor de escribir una obra “inocua” en un momento en que la Literatura gallega era prácticamente inexistente por culpa de la uniformadora apisonadora cultural dictatorial—, la obra de Carvalho tenga más la naturaleza de un afortunadísimo ejercicio literario donde, aunque con aspectos muy personales, el autor intenta un remedo del estilo oteriano, que de una obra con verdadera ambición narrativa. A pesar de todo lo cual se trata de una lectura muy amena y agradable que, leída junto a su modelo, proporciona no poca diversión a la hora de buscar paralelismos entre una y otra. 

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martes, 31 de octubre de 2017

Manuel Álvarez Torneiro, Os ángulos da brasa - RESEÑA EXTRA DE OCTUBRE

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Título: Os ángulos da brasa / Los ángulos de la brasa
Autor: Manuel Álvarez Torneiro
Editorial: Kalandraka / Visor
Año: 2012 / 2014
Valoración: 2 / 5

Noso foi o momento que hoxe volve
ao espazo seguro que é a memoria:
esa consumación que nunca acaba

—Manuel Álvarez Torneiro,
Os ángulos da brasa

Premio Nacional de Poesía en 2013 precisamente por el libro que hoy nos ocupa, el poeta gallego Manuel Álvarez Torneiro (A Coruña, 1932) persigue en Os ángulos da brasa —disponible en edición bilingüe en Visor— un empeño totalizador manifiesto ya desde el propio título de la obra: de un lado, tenemos la brasa, es decir, lo que queda después del fuego pero que todavía quema —el recuerdo y la evocación van a ser un tema esencial de este poemario, en esa perpetua repetición que la memoria supone—; y, de otro, encontramos el término ángulo, alusivo a un intento de observar su objeto “de estudio” —la vida toda, en realidad— desde cualquier perspectiva posible —de ahí las alusiones a todas las disciplinas imaginables, artísticas o científicas, a todo tipo de situaciones vitales, etc., en un esfuerzo integrador que hace que Os ángulos da brasa funcione como un caleidoscopio catalizador de la realidad misma—, que explica la evidente tendencia a concentrar la atención es microimágenes, con versos que funcionan como células independientes y dotados de gran intensidad expresiva.

Hay una obsesión del autor por lo que queda del tiempo, por el desgastarse de la memoria y del mundo, por lo poco del pasado que queda a flote en la vejez, pero siempre con una intención protectora, preservadora:

“Busco un pórtico, ás veces, un licor
que vigorice o ánimo ou recollo
a memoria do efémero durando”

e incluso una invectiva contra la complacencia con el poder —este es un tema recurrente, no siempre evidente pero constante como una corriente subterránea—.

La realización se verifica en un ejemplo de poesía pura, en el sentido más juanramoniano de esta expresión, que, sin bien exquisita desde un punto de vista técnico-formal —la técnica empleada es el versolibrismo, aunque con tendencia a la regularidad métrica, con empleo de un léxico preñado de ciertas recurrencias (las imágenes lumínicas, por ejemplo, y, por supuesto, los fenómenos naturales, sobre todo aquellos que contribuyen a desdibujar la realidad y a transformar lo visible en lo posible, como la bruma) y guiado por un esfuerzo sintetizador que tiende a eliminar lo superfluo—.

He de confesar, sin embargo, que cada vez me resulta menos atractivo este entendimiento de la Poesía: el nivel de abstracción al que suele trabajar —variable entre unas piezas y otras, como es lógico— determina que a menudo resulte difícil entender de que están hablando las piezas compuestas según este canon, de tan puras y abstractas, puesto que en realidad podrían estar hablando de cualquier cosa. Llega un momento en el que es tal la catarata de metáforas e imágenes que el lector fácilmente pierde el hilo léxico e incluso sintáctico del discurso.

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domingo, 15 de octubre de 2017

Susanna Clarke, "Jonathan Strange y el señor Norrell" - LIBRO DEL MES

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Autora: Susanna Clarke   Editorial: Salamandra / Círculo de Lectores   Año: 2006
Lugar: Barcelona   Páginas: 813
Valoración: 5 /5

 No es de sorprender que la autora de esta novela faraónica —por sus proporciones y por su ambición— dedicase diez años de su vida a componer Jonathan Strange y el señor Norrell (2004). Más bien habría que sorprenderse de lo contrario, es decir, de que haya sido capaz de completar en tan poco tiempo una pieza que está llamada a convertirse en uno de los clásicos de este siglo —si es que puede confiarse en el criterio de la posteridad, extremo que todavía está por demostrarse—. Y, por si fuera poco, de que esa novela sea un debut literario —sacado un puñadito de relatos—. La ristra de premios que la acompañan, el Hugo entre ellos, es no por merecida menos notable.

Y quizás porque se trataba de una primera novela, la británica Susanna Clarke tenía todas las recetas para el desastre, al imponerse múltiples retos, siendo el primero de ellos la elección de uno de los temas (anti)literarios a priori más aburridos y difíciles de tratar: el conflicto entre teoría y praxis. También, relacionadas con él, la oposición entre racionalismo e irracionalismo, e incluso entre nacionalismo vs. cosmopolitismo — se contiene aquí, y quizá sea ese uno de los puntos más fuertes de Jonathan Strange… una reflexión sobre el carácter e idiosincrasia ingleses—. Y, por último, otro tema destacado es el de la depresión, la pérdida de la ilusión y la alegría de vivir simbólicamente representado por Desesperanza —donde los personajes son afectados por una estéril impotencia— opuesto a la rebelión de Strange para zafarse del “maleficio”, de la “oscuridad eterna”, imponiéndose por su inconmovible voluntad, aunque para ello haya de atravesar los territorios de la locura.

La obra se enmarca en la gran tradición novelística británica decimonónica, con una estructura clásica coherente con la ambientación. Coherencia esta que se extiende también al estilo, recibiendo Clarke en este punto la influencia de Dickens más netamente que ninguna otra —aunque los “chispazos” a lo Austen tampoco escasean, ni faltan los elementos de la literatura gótica—. Sin embargo, un aspecto que no me acaba de convencer, y que desaparece a medida que progresa el libro, son las irrupciones de la autora en la narración —si bien es verdad que suponen un estorbo mínimo—, al no estar atribuidas a la voz narradora. Por el contrario, es de celebrar que la autora se muestre más preocupada por construir una morosa ambientación realista que por desplegar una trama trepidante —lo cual hoy día es mucho decir (en favor de Clarke y en contra del gusto “del público”)—, algo que, por otra parte, suele ser común en los autores que llegan al mercado editorial en su madurez. El texto se convierte así en un tour de force donde la Historia, los usos sociales, la fantasía, la política… se dan la mano para alumbrar una Historia alternativa que, a pesar de su premisa a primera vista absurda, acaba resultando plenamente creíble dentro de las coordenadas que propone.

La ambientación es fantástica y el dominio de Clarke del tempo, sobre todo al inicio, completamente realista, y la dosificación de la información tan bien medida, logran que aunque dedique un solo capítulo a narrar toda una primavera, el tratamiento del tiempo sea muy proficiente, a lo cual contribuye la férrea y nunca quebrada estructura de la novela que, junto con su linealidad —más allá de alguna alusión al pasado, como es ya casi inevitable en cualquier historia—, indica al inicio de cada capítulo el arco temporal que comprende —determinado mes, una estación, etc.—.

La premisa de la que parte la británica es sencilla: la magia existió en Inglaterra. Así de simple. Pero ojo, no cualquier magia. O mejor dicho: no el tipo habitual de magia. Lejos de ser patrimonio innato de unos pocos elegidos, la magia de Susanna Clarke es susceptible de conocimiento científico y accesible a cualquiera.  Y a ellos se aprestan en cuerpo y alma los dos personajes que dan título al libro. Más bien, en cambio, la magia parece ser una cualidad de Inglaterra misma —que, de algún modo, es tan protagonista de la historia como el resto de personajes—. Esta premisa es adobada con múltiples tramas de sociedad, recorriendo todas las clases sociales, narradas con chispa y humorismo británico, lo que hace que Jonathan Strange y el señor Norrell sea lo que habría escrito Dickens de haber existido la magia en su Inglaterra. O la hija de JK Rowling y Jane Austen.

Es, pues, una novela bastante heterodoxa —“pastiche”, la han definido algunos—, lo cual se ve también en un recurso heredado de Borges —o, entre los más modernos, Foster Wallace—; a saber, el uso, la catarata, la auténtica inundación —más de dos centenares, al parecer— de notas al pie repletas de bibliografía apócrifa, comentando el texto, ampliándolo y dotándolo de un sustrato previo que le aporta una solidez y veracidad extraordinarias.

En cuanto a los personajes, y para ir cerrando esta breve revisión del libro que este mes nos ocupa, ya desde el mismo título se nos anuncia a los dos protagonistas —hasta en eso se mantiene la apariencia de clasicismo—, Jonathan Strange representando la praxis, de una parte; y, de otra, el señor Norrell representando el teoreticismo. Aunque, de hecho, un par de docenas de personajes principales circulan por estas páginas, a la par que una plétora de otros de menor envergadura narrativa más o menos accidentales. Ante esta profusión, considero que el narrador en tercera persona omnisciente se adapta muy bien —y no sólo por la coherencia estilística— a las exigencias del texto.

A Norrell, primero, y Strange, después, dedica Clarke, los “libros” primero y segundo de la novela, pero no centrándose en ellos como lo haría un estudioso al microscopio, sino bien al contrario, ampliando el foco de su atención, mostrándonos las circunstancias que los rodean y cómo interactúan aquellos con estas, más que describiéndonoslos. Con Gilbert Norrell diseña la autora un irritantísimo (anti)héroe obsesionado por acumular el conocimiento de su objeto de estudio, en un tremendo afán personalista que excluye a todos los demás, sin que nunca nos llegue a quedar plenamente clara su motivación, aunque parece que el terror al mal uso de la magia está en la base de aquella. Algo así como si un físico viviese devorado por el deseo de saberlo todo acerca de la energía nuclear, pero no tolerase que nadie más se adentrase en ella… por si acaso. Y que precisamente por su exceso de celo acaba convirtiendo aquello que tanto quiere en algo inútil y estéril.

Strange, por su parte, representa al talento natural desligado de cualquier preocupación formal, el instinto frente a la formación —y al formalismo—, el “lo hago porque puedo”… pero “no sé por qué lo hago”. Si se quiere el arrojo juvenil frente a la prudencia de la senectud. Lo cierto es que dado el temperamento de Jonathan, este sólo nos cae bien porque tenemos al insípido, atildado, irritante y sin embargo académicamente brillante Norrell para confrontarle. Cada uno es el antagonista del otro, y como todo antagonismo, esconde más similitudes que diferencias: ambos personajes son igualmente ambiciosos, prepotentes y autosuficientes. Aunque su verdadero antagonista son ellos mismos, que en más de una ocasión se ponen la zancadilla a sí mismos tanto como se la ponen al otro.

Así pues, a pesar de tenerlo todo en contra, Susanna Clarke logró salir airosa de tan gravoso desafío. Quizás, después de todo, haya que creer en la magia. Pero en una llamada talento. Y trabajo duro.

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viernes, 15 de septiembre de 2017

José Carlos Carmona, "Sabor a chocolate" - LIBRO DEL MES

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Autor: José Carlos Carmona    Editorial: Punto de Lectura    Año: 2008
Valoración:  4 / 5 


“… se refugiaron en la derrota, en la nostalgia
y en la perplejidad de vivir una vida que nunca
pudieron imaginar y que, sin embargo,
estaban viviendo”.

—José Carlos Carmona, Sabor a chocolate

En 2008  vio la luz la muy exitosa Sabor a chocolate, primera parte de una trilogía más estilística que narrativa obra del malagueño José Carlos Carmona, una de esas personas con talento todoterreno que abarca desde la docencia universitaria hasta la dirección orquestal, pasando por la política y la creación literaria.

Con anterioridad había ya publicado en formato electrónico varias novelas y libros de relatos. La obra que hoy nos ocupa llegaba precedida por el XIII Premio Literario de la Universidad de Sevilla. Destaca en ella, en primer término, en el aspecto formal, la brevedad, incluso extrema, del centenar de capítulos en que se estructura. Con recursos propios del cuento y de la oralidad, singularmente la repetición —en ocasiones exagerada—, cuenta lo mínimo imprescindible (en ese aspecto, me ha recordado a Seda), como en fotografías o postales que resumen una existencia en frases sucintas dominadas por la parquedad estilística.

Entrelazándose inextricablemente con la historia íntima de los personajes —cuya psique, si bien no es objeto de un gran desarrollo, sí queda bien definida— están los eventos históricos (motines nazis, la llegada del cine sonoro, el reconocimiento de los derechos a los afroamericanos…) que van jalonando, casi imperceptible pero determinantemente, sus existencias, sin que uno llegue a decidir si los mayores dramas de estas vidas se deben a sus tragedias particulares o al horror impuesto desde fuera.

En este aspecto, hay un sentido de denuncia que vertebra y recorre todo el texto y que, con el sorprendente “giro” final y su cambio de voz, da sentido, por si no lo tuviera por sí misma, a toda la narración previa.

Versa Sabor a chocolate sobre perder el tiempo, los trenes que se nos escapan, las oportunidades que dejamos escapar, sobre la melancolía nostálgica de las segundas oportunidades y, finalmente, sobre la esterilidad de los esfuerzos humanos para pervivir contra un entorno hostil donde el poder cercena esa supervivencia.

Cabe decir, por último, que se aprecia en el tramo final un exceso de aceleración y el acaecimiento de “demasiadas” muertes, que si bien se explican por la gran extensión del arco temporal —casi ochenta años—, no acaban de empastar del todo bien dada la concentración formal regida por la economía de medios elegida para el texto.


Aspectos estilísticos los enumerados, dicho sea de paso, muy de moda últimamente, con representantes como Mathias Malzieu o el propio Baricco antes aludido; que responden a un interés por las historias intimistas y con cierta ingenuidad en el contar que las hace muy queribles, incluso si en puridad estamos hablando más de cuentos que de novelas propiamente dichas.

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martes, 15 de agosto de 2017

Jesús Carrasco, "Intemperie" - LIBRO DEL MES

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Autor: Jesús Carrasco   Editorial: Seix Barral   Año: 2013
Lugar: Barcelona   Valoración: 3 / 5


“Abandonar su desesperante lucha contra la naturaleza y los hombres y regresar a casa. No al hogar, sino al simple cobijo”.
—Jesús Carrasco, Intemperie

En enero de 2013 el sello Seix Barral sacó a la luz el debut literario de Jesús Carrasco, que hasta entonces se había dedicado al mundo de la redacción publicitaria. La aparición de Intemperie llegó acompañada de un éxito estratosférico y aclamada por la crítica nacional e internacional, adaptación cinematográfica y cómic incluidos. Todo ello habla no poco sobre los méritos de esta primera novela.

Con un estilo muy “castellano” deudor evidente de Delibes, Carrasco compone una historia sobre la inoperancia de la voluntad ante un medio hostil, derivada de la menesterosidad intrínseca del ser humano en soledad, aislado de las estructuras sociales que le sirven de apoyo para el pleno desarrollo de sus facultades, puesto que la libertad sólo puede ejercitarse en sociedad: de otro modo, uno está sujeto a saciar sus necesidades más perentorias. Pero es también un libro sobre la dignidad, la caridad, la justicia, la lucha y la retribución. E, incluso, sobre el amor: mi madre me contó una vez cómo su recia abuela, con quien se crio de niña, era capaz de mostrar extremo aprecio y afecto a través de los actos, no de los gestos o las palabras, pero aun así haciendo al destinatario de aquellos sentir que era muy valioso y querido. Algo de ello hay en la relación entre el niño y el viejo de este libro, aunque se base, en buena medida, en la mutua necesidad.

La historia en sí no deja de recordar a La carretera de Cormac McCarthy. Transcurre en un lugar desértico que bien podría ser la Extremadura nativa del autor, el desierto de Nuevo México o ninguna parte, con una de esas inacabables planicies incomprensibles como cosa de ficción para los norteños, martilleadas implacablemente por un sol sanguinario. Intemperie está llena de simbolismos como las ovejas (con las resonancias que el cordero inspira en cualquier lector), el camino, la dicotomía entre bien y mal con sendos personajes representándolos, e incluso la tentación demoníaca en forma de posadero. Con todo, hay escenas en las que, sin regodearse en lo escabroso, parece perseguirse más bien un sentido de epatar o desagradar al lector, aunque es cierto que cumplen a la perfección su misión de trasladarle la dureza extrema de las condiciones en que se encuentra el protagonista.

Trabaja Carrasco en su novela con arquetipos, y para no distraer la atención de las ideas que pretende transmitir, no da nombres de ninguna clase, ni  topónimos, ni antropónimos, ni nada. Sólo sustantivos como el niño, el pueblo, o la posada. Lo que contrasta con la enorme especificidad y riqueza del vocabulario relacionado con los aperos, arreos, etc. Tampoco la acción se extiende mucho, en torno a una semana, día arriba, día abajo, en la que no hay un instante de respiro, consiguiendo con ello trasmitir muy bien la sensación de agobio ante tantas contrariedades que no cesan. Y es que en una situación de supervivencia extrema, el más mínimo despiste se puede pagar muy caro.

Con todo, a pesar del estilo trabajado y pulcro del autor, hay algunas anticipaciones tipo “(…) ninguno de los dos presintió la brutalidad de lo que había de suceder poco después” (p. 175) que, sumadas a cierta previsibilidad de la historia, restan interés a lo narrado, por mucho que ambos aspectos se justifiquen en la inexorabilidad de los acontecimientos de la historia que se cuenta.

En definitiva, un cuento que entretiene y se deja leer, pero sin que sorprenda demasiado, ya que no es nada que no hayamos visto en Delibes o McCarthy, como queda dicho.

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sábado, 15 de julio de 2017

D. H. Lawrence, "El amante de lady Chatterley" - LIBRO DEL MES

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Autor: D. H. Lawrence   Año: 1928   Editorial: múltiples ediciones
Valoración: 5 / 5


“… ya no podía soportar
la carga de sí misma”.

—D. H. Lawrence,
El amante de lady Chatterley


Sorprende, como no podía ser de otra manera, la radical modernidad de esta obra publicada en 1928. Y no sorprende tanto el revuelo que causó ni los encontronazos con la censura y la justicia de su autor, dada la mojigatería imperante incluso hoy día.

Con un estilo impecable, donde destacan las repeticiones y los paralelismos a fin de intensificar la expresión, nunca vulgar aunque hable de cosas pedestres, siempre sutil en los matices emocionales, El amante de lady Chatterley es un estudio sobre el ensimismamiento moderno y la incomunicación humana —tanto social como entre los individuos a título particular, singularmente entre los miembros de la pareja—, así como sobre la esterilidad de la vida intelectual frente a la vida a(fe)ctiva, cifrada en la contraposición entre la atildada impotencia de Clifford frente a la desprejuiciada naturalidad de Oliver.

En la visión de D. H. Lawrence, la sociedad industrializada moderna es el último peldaño en el declive humano, por oposición a su estado de plenitud en la naturaleza. No en vano, las descripciones más vívidas de El amante de lady Chatterley, aparte de las de la actividad sexual propiamente dicha, son las referidas al bosque que rodea Wragby, escenario principal. Hay una visceralidad, una fuerza que conecta a los seres con la tierra y que, cuanto más se ejercita la actividad industrial o intelectual, más se adelgaza, dejando a las personas carentes de verdadera función más allá de consumir, sumidas en un estado de amortiguación de los sentimientos y dominados por consideraciones puramente prácticas.

Así pues, la tesis manejada por Lawrence es la de la necesidad de deshacerse del intelectualismo, por cuanto tiene de estéril, ergo, negador de la propia vida; y de la civilización industrial, por cuanto tiene de artificial e inhumana, para recuperar la libertad de los instintos corporales y la fuerza telúrica que los rige, que alcanzan su máxima expresión, para el autor, en la plenitud de la unión sexual. No se pueden negar los apetitos del cuerpo sin negar con ello la propia naturaleza humana, por cuanto dichos apetitos son la expresión humana de las fuerzas que rigen la naturaleza —punto este en el que El amante de lady Chatterley se convierte también en una invectiva contra la hipocresía de la sociedad, al censurarse no los comportamientos, sino su expresión—. Estos elementos emparentan a Lawrence con coetáneos suyos como Jack London —a pesar de que este no hiciera un uso tan explícito de la sexualidad como nuestro autor—.

En general no se considera a Lawrence exactamente realista, sino más bien un realista espiritual, o cabría quizás decir un realista utópico. A lo largo de su obra es una constante la aversión a las formas prestablecidas y a los marcos tanto éticos como estéticos. Por el contrario, el autor consideraba que la moral, y en ello es claro deudor de Nietzsche, ha de ser una creación personal que no necesita imitar o adaptarse a modelos.

Sin embargo, o quizás precisamente por ello, es difícil hallar en la obra de Lawrence articulación epistemológica o coherencia en las ideas, ya que rechazaba explícitamente la estructuración en un marco lógico-conceptual, siendo frecuentes las contradicciones —lo cual, no obstante, conduce a multiplicar exponencialmente la variedad de matices— y aun las “autocorrecciones”.

En diseño de personajes es exquisito, con tipos humanos perfectamente creíbles incluso en toda su ambivalencia. Sobre Constance, la protagonista, se asienta la acción, siendo de todos ellos la única cuya vida interior se retrata con cierta “sistematicidad”, puesto que en lo tocante al resto son diseñados en general con pinceladas más bien esquemáticas, aunque no deja de ser cierto que incluso la propia Connie es en ocasiones empleada como comparsa de Mellors —un trasunto bastante evidente del propio Lawrence— para que el autor pueda, por boca de aquel, expresar sus ideas, ideales y creencias, rebosantes de un idealismo barnizado de escepticismo y misantropía.

Respecto a este último personaje, y en oposición al otro amante de lady Chatterley, Michaelis, ambos se diferencias en que este segundo no alcanza a ser más que un instrumento pasivo para el placer de la propia protagonista, por quien nunca se siente en verdad poseída; pues, en el entendimiento un tanto misógino (aspecto este ya resaltado por su contemporánea Virginia Woolf) aunque no obstante avanzado de Lawrence, la sexualidad de la mujer ideal se cifra en el placer de abandonarse a otro y sentirse plenamente invadida por él, en fuerte contraste con la mujer “moderna”, que impone su voluntad incluso en el ámbito sexual y reduce al hombre a un ser acogotado incapaz de expresar su afectividad —siendo de resaltar lo novedoso de la defensa de la ternura masculina—. Hasta el momento en que conoce al guardabosques, Constance es la poseedora en sus relaciones con los hombres —teniendo todos en común su actividad intelectual y su obsesión por el éxito—; así la caracteriza el escritor, como un chica mundana, desenvuelta. Por lo cual, según la visión de aquel, su satisfacción es meramente orgánica y, por tanto, antifemenina: no la conmueve en realidad.


Por el contrario, en Mellors encuentra a un verdadero hombre, alguien que no se dedica a los estériles quehaceres cerebrales, sino a la vida natural: con él, las relaciones son difíciles, sin la aquiescencia que encuentra en todos los demás, un revoltijo de sentimientos contradictorios o ambivalentes, consecuencia todo ello del desmoronamiento de las máscaras impuestas por la educación, los convencionalismos y la rutina.

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jueves, 15 de junio de 2017

Pilar Pallarés, obra poética - LIBROS DEL MES

Las estaciones del vivir
Recuerdo que hace diez o doce años, cuando descubrí por primera vez a la poeta que nos ocupa, llegué a escribir un trabajo comentando casi cada poema de su magnífico Livro das devoracións (Libro de las devoraciones), y relacionando varias de las piezas entre sí. Que nadie se asuste: por desgracia, no conservo dicho trabajo, cosa que lamento; así que no se corre el riesgo de que la presente reseña sobre la obra pallaresiana se convierta en un interminable comentario. No recuerdo demasiado del contenido de aquel trabajo, pero sí que manejaba la tesis —discutida por la profesora de Literatura Gallega Contemporánea que tuve aquel curso en la universidad— de que no existe la esperanza en la poesía de Pilar Pallarés; tesis en la que, después de haber releído recientemente su obra, me ratifico y sigo sosteniendo. Eso sí: ya veremos qué significa la ausencia de esperanza en estos textos.

Nacida en Culleredo (A Coruña) en 1957, Pallarés es considerada —entre otras— como representante de la voz femenina, del desamor, que no había tenido gran presencia en la poética gallega anterior. Se estrena en el mundo poético en 1980 con una obra, Entre lusco e fusco (Al caer la noche), donde se hallan ya presentes todos los elementos que encontraremos en su obra posterior, pero todavía con un menor nivel de desarrollo, si bien es de destacar el notable peso de la generosa selección (que incluye, a modo de apéndice, la exigua producción castellana de la autora, lengua en la que, según explica, empezó a escribir).

Hay que decir que la trayectoria pallaresiana ha ido muy ligada al éxito al menos de crítica; cada obra ha venido amparada por un nuevo —y muy merecido— galardón: su primer libro venía precedido por su victoria en el II Concurso de Poesía Nueva “O Facho”; el segundo resultaría distinguido con el III Premio de Poesía “Esquío”; el tercero recibió el Premio de la Crítica Española y Premio de Creación Literaria de la Crítica gallega, ambos en 1996; y su obra Leopardo son fue Premio de poesía de la Asociación de Escritores en Lengua Gallega 2012. Su obra se integra hasta la fecha por tan sólo esos cuatro libros.

Combate

Al caer la noche se construye sobre la ambigüedad, sobre un juego de opuestos (p. e., el amor al pueblo y la más severa censura al mismo). Lo peculiar de este poemario con respecto a los que le siguieron, aparte de ser el más extenso de la autora, estriba en el claro elemento de protesta social que lo vertebra a lo largo de sus más de cinco docenas de piezas. Rasgo fácil de comprender si se tiene en cuenta su omnipresencia en la literatura gallega que Pallarés conocería a lo largo de su juventud y también como filóloga, y no tan anacrónico, por tanto, como pueda parecerlo —algo muy discutible— hoy día. En todo caso, lo peculiar de la protesta de la poeta —y esto va a constituir también el carácter de su poesía posterior— es que no suele concretarse en una queja particular, sino que se trata más bien de una protesta abstracta, contra determinadas condiciones inespecíficas o contra actitudes morales, con especial incidencia en la situación de la lengua, acompañada de una frecuente personificación de Galicia heredada de los maestros del Rexurdimento. De la misma manera que aspira a hacerlo con el amante, la autora aspira a una fusión con su tierra, con el más mínimo aspecto de la cual (flora, gentes, fauna, costumbres, lengua…) se siente identificada. En estos poemas tanto como en los más subjetivos, el empleo del lenguaje es brillante, destacando por una rara mezcla de sencillez léxica y contundencia semántica:

“¡Ouh Galiza, corazón de espiga carcomida
tremecido solar, abaneada terra,
história duns berros plantados no siléncio,
homes que se deitaron a morrer nun recuncho
na anestésia total dos que miran e calan!
¡Ouh árbore de dor, ouh latexar de tempo,
ouh terra que es xa tumba, lar sen dono nen auga,
desterrada de ti en ti, sen ti para sempre!”

Dados estos mimbres, no será ajena a la autora la función social del poeta, sobre el cual pesa la necesidad de no estar encumbrado, sino que debe producirse una identificación entre el pueblo destinatario y él: el poeta ha de estar en la calle, jugando un poco el papel de guía.

El otro eje de Al caer la noche lo constituye la expresión subjetiva, con dos vertientes centrales en Pallarés: de un lado, la incomunicación/aislamiento —identificado a veces con la muerte—, y, de otro, el amor —no exento de incomunicación/aislamiento—. Por lo que toca a la primera, insistirá la poeta en el carácter universalizador de la lírica, en la necesidad de tomar la experiencia individual y volverla colectiva para que esta goce de algún valor; tal vez por eso mismo, a diferencia de lo que ocurrirá en su obra posterior, aparece en Al caer la noche una invocación a los otros, dando lugar a una soledad paradójicamente compartida:

“Só temos soidade, só baleiro
e ímolos enchendo con palabras,
aloumiños sen senso, trens no vento.”

“Unha vez máis fun cara os outros.
(…)
Ninguén me dixo: aquí, irmá de dor e fame,
tes una man que agarda a tua chegada
(…)
Mais ren. Ren. En ningures. Só había baleiro
(…)
o esquelete do amor esnaquizado e roto
(…)
o cadavre sanguento da esperanza.”

Respecto al amor, es muy interesante resaltar la concepción que del mismo tiene la poeta en este primer poemario, distinta —aunque no radicalmente distinta— de la que encontraremos en su producción posterior: por una vez, vamos a encontrar ejemplos de amor pleno, atestados de deseo y apasionamiento —y donde el compromiso social del amado va a tratarse como un factor esencial de la pasión amorosa—, aunque también los habrá donde aparezca retratado en su fase de ruina y/o decepción (algo que va a ser central en su siguiente obra, Sétima soidade); cuajado de expresiones ardientes que suelen pasar por la entrega total, la fusión y, frecuentemente, la destrucción por parte del amante (en ambos casos cifradas en una sensual corporalidad):

“Yo quiero ser vasija y que me hagas
a golpe de ternura y de dureza.
Quiero que seas barro y amasarte
con mis manos, dos trozos de alfarero.
(…)
Quiero amasarte tal como te quiero
y que me amases tal como me soñaste.
Quiero hacer tu sombra, que hagas tú la mía (…)”

A menudo, todos o la mayoría de los elementos mencionados confluyen en una misma pieza:

“Estou sóia no mundo. Nada teño,
a non ser a esperanza, sempre ergueita,
a non ser a soidade. Tamén o loito
dunha terra manchada con aldraxes
e sangue ainda virxe”

Tampoco está ausente el papel de la escritura en la asunción de todo lo citado: la labor literaria se presenta casi como una necesidad, pero una necesidad inútil:

“A trechos de dolor me vienen las palabras.
Voy llamando a sus puertas,
enterrando las manos del tiempo.
Mustio alfabeto roto, crisol de oscuridades,
renqueante abecedario,
ya nada queda por decir,
no nos restan ya sílabas para exprimir la vida,
para nombrar al ave.”

Derrota

En sólo cuatro años, sin embargo, tiene lugar el giro copernicano en la creatividad de Pallarés: cuando en 1984 Sétima soidade (Séptima soledad), una obra en un lamentabilísimo estado de descuido y olvido, ve la luz tras obtener el Premio Esquío, todo el elemento social / político que había constituido la espina dorsal de Al caer la noche ha desparecido. Queda, en cambio, la expresión subjetiva, pero centrada, en este caso, en la incomunicación, la soledad, y el amor entendido como ausencia, abandono, ruina, decepción y sufrimiento. Es decir, como des-amor. Aunque, al mismo tiempo, también hay una afirmación del ser en el dolor, en la capacidad de sentir. No están exentos los versos, por otra parte, de cierto grado de esperanza, aunque los tintes con los que se compone la materia poética general son tan oscuros que apenas logran iluminarlos:

“(…) por iso agardo o dia en que te vexa de lonxe
e pense que te amei nalgún lugar do tempo
nalgun relanzo tépedo dos anos
e te deixe marchar sen dor   sen raiva apenas
cun piadoso cariño de irmá ou compañeira
só cun pouco de mágoa de ver como te perdes
para sempre nos outros
para sempre sen min   que xa non te amarei
que xa terei matado toda terca esperanza
que xa non sofrirei
que xa estarei tranquila   serena como a tarde
(…)
posivelmente morta

Los subrayados de los versos anteriores son míos; en ellos puede verse a qué me refería con que existe cierto grado de esperanza: la esperanza de la ataraxia, de la insensibilidad, de la muerte incluso. No deja de ser curioso que estos versos pertenezcan al poema que cierra el libro, como colofón con cierto positivismo al viaje por el desamor que reflejan las piezas previas; de alguna manera, abren la puerta e indican el camino a la creatividad poética que —aún habrá que esperar nada menos que doce años— la autora va a manejar en su siguiente obra.

Es Sétima soidade un poemario desgarrador, de heridas en carne viva, y que, en fuerte contraste con esos elementos, sorprende por su economía de medios, tanto lingüística como literaria. Incluso el tamaño de la propia obra (veinticuatro piezas, frente a las sesenta y pico de su predecesora) apunta a una intensa labor de condensación del material y las ideas poéticas, que da lugar a una obra más acabada que la anterior, si bien en verdad Al caer la noche no puede considerarse realmente la obra de una debutante.

Sétima soidade introduce, entre otros cambios notables, el escenario urbano, que sólo había aparecido con anterioridad como referencia ocasional circunscrita a lo solitario, lo insano, lo negativo en definitiva; y, precisamente, dados esos rasgos, va a encajar perfectamente dicha caracterización espacial con la emocional: como dijimos, compone este poemario el retrato —por momentos siniestro— del amor en escombros, como ausencia tormentosa, abandono, lejanía… Así, el ambiente urbano sirve de perfecto tapiz para el estado anímico de la voz poética. Es también este libro un tributo al monólogo de la voz lírica, que pretende ser un diálogo pero que se estrella con la indiferencia del tú, de tal manera que toma al silencio y la ausencia como interlocutores: en este contexto, la poesía se presenta como el único vehículo válido para retener al amado y afrontar la desesperanza —que no desesperación—. Hay en los versos de Sétima soidade cierto sentido mortuorio, como de planto, y, en consonancia, el entorno se presenta repleto de símbolos moribundos:

“Nada sei    só coñezo de ti a sombra dos teus dedos
está a tarde a morrer e estou tan triste
nada souben de ti   pero fun xuntando à tua beira palavras
fixen tolas de sílabas
fun deixando à tua beira todas as ternuras”

La entrega desmedida, hasta la disolución en la persona del amado, hasta el deseo de contemplar los ojos del amado hasta el último instante como presencia benéfica aun a pesar de todo el daño y decepción, vuelve a estar presente, más intensa, más desesperada, más acuciante esta vez de lo que habíamos visto en Al caer la noche:

“(…) oxalá teña ainda os teus ollos enfrente
para neles contemplar a miña morte,
para os levar comigo
como derradeiro anaco de paisaxe.”

“Sobre ti e esta terra edifico o meu canto
Conservo para ti as palavras primeiras
E consagro a ser tua o ofício dos meus dias”

Una cuestión que —lo vimos ya también más arriba— con frecuencia aparece tanto en la poesía como en las autopoéticas de Pilar Pallarés es la de la relación entre realidad y ficción, donde el impulso poético responde, precisamente, al estado de total desolación y alienación del yo en un entorno preñado de muerte. Muerte esta que tiene un cariz liberador, pero que no deja de ser muerte; es decir, la curación del dolor se orienta al exterminio, a la falta de todo cuidado. De ahí que dijese anteriormente que no existe la esperanza en Pilar Pallarés, puesto que la esperanza se configura como una aspiración a la nada.

Cenizas

Finalmente, en 1996, aparece Livro das devoracións (Libro de las devoraciones), un poemario que, como ha señalado la propia autora, no se puede entender sin su predecesor; son ambos como el haz y el envés de una misma hoja, el reverso —tenebroso— y el anverso —¿luminoso?— de un mismo tema. Como conjunto, se trata de una obra más meditada e intelectualista que las dos anteriores, cuya materia poética podríamos resumir en el conformismo —como vía hacia la felicidad—. Pero atención, porque, como ocurría con la esperanza en Sétima soidade, también la luminosidad del Livro das devoracións puede resultar engañosa: es este un poemario que invita a una actitud que podríamos definir como budista, de desapego e indiferencia, donde cobran sentido pleno las referencias a los gatos que son una constante en toda la poesía de Pallarés. En ese sentido, constituye una negación de la misma naturaleza sintiente de los seres humanos (“Fascínio de non ser”, comienza uno de los poemas, nada menos, y no es la única ocasión en que la expresión aparece). Insiste, por tanto, en la disolución del yo, pero en este caso, en lugar de en la persona del amado, en el entorno, en el sí-mismo y hasta en el impulso artístico, a través de una voz poética nunca ajena al escepticismo. El yo lírico, ya cicatrizado, drenado de toda emoción, vuelve sus ojos a las alternativas que le quedan para llenar el vacío antes ocupado por el amado-dios. Es, así pues, la poesía del desengaño, frente a la poesía del desamor-desesperación que contenía Sétima soidade.

También por eso, ya libre de las cuitas que obligan al yo a centrarse en sí mismo, la voz lírica del Livro vuelve su mirada hacia la durabilidad del arte, en este caso de la poesía, aunque a nivel simbólico son múltiples las referencias a la escultura, por ejemplo, arte hecho de materiales mucho menos endebles, de mayor dureza física, pero que representan también la frialdad, la inmutabilidad, la insensibilidad. El impulso artístico, en este contexto, se configura como una necesidad ineludible y totalizadora que lleva aparejada la renuncia a la propia vida, a la existencia.

Ahora bien; hasta aquí lo aparente en el Livro das devoracións. Cabe, sin embargo, preguntarse hasta qué punto lo apuntado constituye una fachada, una ficción poética encaminada a amortecer la sensibilidad: una corriente subterránea emanada directamente del mismo estado emocional asciende a esta obra desde Sétima soidade. Así, entremezclados con poemas donde plenamente se cumplen las coordenadas que constituyen el ser propio de este poemario, aparecen otras piezas cuyo impulso poético responde a la misma desolación del libro anterior; al tiempo que proliferan los espacios donde la podredumbre, inmediata o inminente, campa a sus anchas, como si la descomposición de la pasión amorosa aún no fuese completa y, por tanto, no fuese posible su superación total. De esta manera, acaba el primer poema —sintomáticamente titulado “Ars vivendi”, nada menos—:

“que as larvas e as formigas devoren os seus ollos
e o que onte viveu, caia en olvido”

O este otro:

“(…) Ali onde a urtiga medra,
e a carnazón das bocas,
onde as choivas de marzo
levedan novos corpos para a morte.”

Un motivo constante en el Livro das devoracións, y de ahí quizás su título, es el léxico atinente a la deglución —a la devoración, tanto del pasado (en el sentido de irlo superando) cuanto por parte del pasado—: “que as larvas e formigas devoren os seus ollos”, “e que ceive os seus cans / e me devoren”, “os teus brazos mordidos”, “mastigada de vermes / mordida polos dentes minúsculos da tópia”, “para que unha fame se devore na outra”, “deglute-me / sácia-te de ti en min”, etc.

No andamos, pues, muy lejos de Sétima soidade: la figura del amado, ya corroída, ya desidealizada —es cierto—, pero aún muy presente, regresa con frecuencia, a menudo como presencia fantasmagórica y alejada, pero suficiente como para concitar el sentimiento desbocado —cifrado no solo en el amor y la entrega, sino también en el odio o la venganza—:

“e cando chega o tempo da memória ódio-te
(…)
nai    similar ao saivo do seu sexo é o da vinganza
apiada-te de min que xazo à esquerda do leito
con fame da sua boca e do seu cuspe
e unha edra no ventre”

“dormir-me na noite do teu pelo
no gume do teu lábio esmorecer-me
ser apenas pigmento da tua pel
fósforo aceso no cerne do teu oso
desposuir-me
ser-te”

“e na devastación
beixarei o teu púbis
as pregas do teu manto
e a tua boca dormida acaso me responda”

Resurrección

Y llegamos así, tal como si completásemos un círculo con las estaciones del vivir, al estadio último del peregrinaje vital como al que se pueden entender los cuatro poemarios de Pallarés: Leopardo son (Leopardo soy, 2012). Esta obra, dentro de la sólida unidad poética que caracteriza la producción de nuestra autora, incorpora novedosas diferencias, tanto formales como de contenido.

Enseguida se revela, en el primero de esos aspectos, que el poemario se divide, por primera vez en una obra de la autora, en tres partes: “Femme Lazare”, “Crisálidas” y “Leopardos”. Los propios títulos de las secciones que constituyen la obra nos ponen ya sobre la pista de esta cuarta “fase” de la poesía pallaresiana y del entendimiento de la vida que en la obra se perfila: la primera, con su referencia al personaje bíblico, apunta al retorno a la vida tras el marasmo de las dos obras anteriores; la segunda introduce la idea de la transformación —ya que la cuestión de la identidad, tanto de la impuesta desde el exterior del propio ser cuanto la asumida por este, es central en el libro—, valga decir pues, de la evolución; y, finalmente, la tercera resume la asunción de una nueva fortaleza, pero también sutileza, adquirida a través de la experiencia vital reflejada en las obras precedentes y del análisis poético que de la misma se realizaba en ellas.

En Leopardo son se observa que el empleo del lenguaje se vuelve un punto más abstracto que en las anteriores; podríamos hablar de un mayor “barroquismo”, si no fuera completamente hiperbólico aplicar semejante epíteto a una escritura caracterizada —incluso aquí— por el ascetismo, la sencillez, la ausencia de todo adorno. Como dije más arriba, en la escritura de Pallarés la profundidad se alcanza por la contundencia semántica, no por los artificios léxicos. No obstante, es coherente con el ambiente de renacimiento presente en esta obra un uso del lenguaje más elaborado e incluso lúdico. Así, lo vemos por ejemplo en este poema donde la autora, después de emplear el topos del amor romántico de sentirse dios en el acto de amar en una pieza anterior, admite dicho topos como una hipérbole poética, es decir, que se presenta la poesía también como una forma de interpretar y reelaborar subjetivamente la realidad —un rasgo que ya habíamos visto anteriormente—:

“O meu amor non foi xamais o cinto
que o marabout curtiu contra os teus medos.
Acólita sen Deus, como ser deusa?
Inerme contra a dor, como fraguar coirazas
que te amparen a ti?

Deslizo como doas, entre os dedos,
os nosos días xuntos
e enfeito con caurís o meu relato,
embelezo a derrota”

Muchos son los elementos comunes que ligan a Leopardo son a sus antecesores, y que por tanto no repetiré aquí. De hecho, no son escasas las piezas donde se establece un diálogo con otros poemas pallaresianos y que, por tanto, ni existirían ni se podrían entender sin aquellos, en el marco de esta reflexión general sobre la vida —el acto de vivir—, la identidad y el amor, donde el aspecto meditativo se refleja incluso en la presencia de interrogaciones, incluso para abrir los poemas.

Fine

Hasta aquí esta, a pesar de todo, breve reseña de la obra de esta escritora. La densidad y calidad de su materia poética podría dar para, no ya un comentario más extenso, sino una tesis o un libro entero. Espero al menos haber tocado todos los aspectos principales de su producción con rigor, dejando con ganas al lector de adentrarse por sí mismo en la singularísima producción —tanto por su posición en la lírica gallega de los ochenta como por los rasgos definidores de su poesía— de esta autora llamada Pilar Pallarés.

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viernes, 2 de junio de 2017

Ismael Ramos, "Hábitat" y "Os fillos da fame" - RESEÑA EXTRA DE JUNIO


“A promesa nunca debera xogar co recordo”
—Ismael Ramos, Os fillos da fame—

Dice la poeta Juana Corsina —ya lo he dicho en este blog varias veces, pero merece la pena repetirlo e insistir en ello— que un buen poema no necesita más de dieciséis versos, pero que, a pesar de ello, en él se contiene toda una novela. Pues eso es lo que sucede con la poesía de Ismael Ramos: que uno tiene la vívida impresión no sólo de leer sino de presenciar lo descrito en los poemas.

Pocas cosas hay que me den más repelús que las reseñas de libros [de poemas] que son más “poéticas” ellas mismas que el propio libro reseñado, así que intentaré por todos los medios mantener a raya las metáforas.

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Autor: Ismael Ramos   Editorial: Concello de Outes (edición no venal)
Año: 2013   Lugar: Santiago
Valoración: 4 / 5

El poeta, nacido en Mazaricos (A Coruña) en 1994, se estrenó editorialmente en 2013 con Hábitat / Interferencias, una plaquette merecedora del XVI Premio Francisco Añón de Poesía. En ese texto se prefiguran ya algunas obsesiones del autor, como la casa, la incomunicación o la muerte, y también algunos rasgos estilísticos, como la aparente desarticulación entre versos y estrofas, que a menudo se construyen con una estructura más o menos cíclica y que, tras una primera impresión de divagación, introducen una escena analógica intermedia, casi a modo de parábola, para regresar a continuación a la inicial, pero con sutiles matices en ella; así como la tendencia a la repetición léxica y estructural, de tal forma que encontramos versos leit-motiv que aparecen y reaparecen dotando a las piezas de un sentido ondulante pero muy coherente.

En Hábitat / Interferencias topamos, como su título indica, con una voz lírica asfixiada dentro de los confines de la casa
“(…) A casa
come metralla. A casa
come. (…)”

y que trata de adueñarse del medio. El yo poético muestra a cada instante su extrañeza ante lo que le rodea y ante la inoperancia de sus esfuerzos, ejecutando la taxidermia de un entorno hostil donde la muerte impera (referencias a pájaros en formol, el luto, cadáveres sujetos con alfileres, etc.).

Aunque Ramos trabaja con símbolos de todo tipo, la presencia simbólica de animales, que también se repetirá en su siguiente obra, es otro de los elementos que destacan en este primer poemario, a menudo como presencias más bien inquietantes (ovejas que invaden la habitación y se ponen a comer pan, pájaros que mueren en el jardín, insectos que caminan sobre el cuerpo, …) que representan ese entorno brutal en el que el yo apenas logra respirar.

El otro eje que vertebra Hábitat es la incomunicación, simbolizada por el teléfono roto, que acaba de componer el retablo oscuro en que se desenvuelve la voz lírica, que no en vano (ex)clama con insistencia “Óelo? Óesme? Óesnos?”. La casa, así, está muda, y esa mudez se contagia al yo poético, que no tiene más alternativa que el silencio.

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Autor: Ismael Ramos   Editorial: Xerais
Año: 2016   Lugar: Vigo
Valoración5 / 5

Tras su debut, pasarían tres años —lo que ya da prueba de la poca prisa y la concienzuda labor creativa de Ramos— hasta que apareciese, en 2016, el novedoso poemario del autor, Os fillos da fame, preludiado por su victoria en el XVIII Premio Johán Carballeira.

Respecto a la obra anterior, aquí encontramos varias novedades, aunque se mantengan ciertas “marcas de la casa”. El primer elemento novedoso que salta a la vista, es la mutación en la forma poética: la disposición versal más o menos “clásica” de Hábitat se ve sustituida aquí por una extensión de la línea hasta rozar en algún momento la frontera —formal— entre poesía y narrativa.

Así, materia y forma poéticas se amalgaman aquí, con momentos que están a caballo entre la poesía y la narración —si es que, en el fondo, una y otra cosa son distintas—, en una feliz combinación que extiende el verso hasta casi diluirlo, pero sin que llegue a ser prosa del todo.

El aspecto escénico —la narratividad, si se quiere— del contenido del poema, que ya estaba en el volumen anterior, alcanza pleno desarrollo en Os fillos da fame, donde se contagia a la estructura global de la obra. Así, podemos seguir perfectamente, a través de los mini retablos propuestos por Ramos (la espera en el puerto por la llegada del padre, la compra de ropa nueva, la interpelación al mar, e incluso una noche de S. Juan), la historia de una familia marinera en un pueblo costero, con singular incidencia en los efectos de la lejanía del padre en la dinámica familiar. Los diversos estadios de la maduración vital y emocional de los personajes implicados (el padre-marinero, la esposa-madre-viuda, los hijos en diversas edades y experiencias) que van asumiendo por turnos la voz lírica y que, en sucesivas pasadas, informan de la desolación con que su disfuncionalidad les embarga. O, en las palabras del poeta, “o territorio da ferida”. El yo poético —en una técnica muy faulkneriana al estilo de Mientras agonizo— asume muchas formas, aunque todas habladas en primera persona.

Temáticamente las cuestiones elegidas por el poeta no están muy distantes de las de su primer libro, destacando la muerte, la incomunicación, o la revisión crítica de la familia como institución. Pero en esta segunda entrega se instila en las piezas una cierta aspiración épica, como de epopeya coral, que no estaba en los versos primeros del autor.  

A nivel simbólico, el mar —aunque no se trata en absoluto de un poemario sobre el mar— le gana aquí terreno a los animales y reina soberano en ese aspecto, condicionando ominosamente, como siempre lo hace la naturaleza, la existencia de las personas, que parecen ancladas en una suerte de repetición obsesiva de los mismos rituales —las estructuras cíclicas y paralelismos de que ya hablamos son cruciales para conseguir ese efecto—, tal cual las olas se repiten incesantemente, yendo a morir a la playa —como la esperanza, quizás—, pero nunca son del todo iguales.

Otra novedad de Os fillos da fame es la introducción del tema del amor, que apenas estaba presente en Hábitat. Y hay que decir que el retrato del amor que se opera entre estas páginas no es demasiado halagüeño: encontramos una fuerza desfalleciente, devoradora y estéril:

“(…) Decátaste, nunca terei fillo con que enche ese
cuarto. Nunca sangue dabondo para volver pintar
as paredes”.

Por lo que toca a la adjetivación, es muy parca, y sobre todo, caracterizada por ciertos rasgos abstractos que raramente se concretan (los colores aparecen mencionados varias veces, pero normalmente no se especifican, salvo en el recurrente blanco). En cambio, sí encontramos, sin excesos, metáforas trabajadas (como “a potencia que encerra calado o cereal”, “como se fabrica a morte no interior dos pulmóns do pan”, etc.).

Aunque quizás lo que más sorprenda de este volumen sea un dato biográfico, ya que, a diferencia de quien esto escribe, Ismael Ramos no es hijo de marinero, ni se crio junto al mar, sino tierra adentro, aunque nadie podría decirlo a partir de estas páginas: su habilidad y su “fame” —ese sustantivo omnipresente y tan relevante en el libro— le condujeron a explorar algo para él desconocido, para descubrir finalmente que el ansia —de todo, cualquier ansia— es lo mismo en un sitio que otro.

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