jueves, 15 de marzo de 2018

Margaret Oliphant, "La puerta abierta" - LIBRO DEL MES

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Título: La puerta abierta    Autora: Margaret Oliphant
Editorial: Valdemar    Año: 1987    Lugar: Madrid
Valoración: 3 / 5

No sé por qué, pero la Literatura ha sido tradicionalmente uno de los campos “profesionales” donde más presencia femenina se ha constatado, incluso en épocas en las que muchos de los derechos de las mujeres estaban recortados o eran directamente inexistentes. Quizás se deba a que la posibilidad de convertirse en escritora de forma más o menos autodidacta permitía a las que optaban por esta vía de expresión dedicarse a una ocupación  a un tiempo honrosa y rentable. Leía hace poco que un estudio de 2015 identificó más de ciento cincuenta escritoras decimonónicas sólo en la restringida área geográfica de Galicia. El caso en la Inglaterra victoriana no es muy distinto.

Con independencia de sus comprensibles variaciones de calidad, la mayoría de las autoras a que hacemos alusión resultan hoy completas desconocidas, no ya para el público general, sino que incluso con frecuencia para los especialistas no representan más que una mera referencia onomástica. Uno de esos casos es el de la escocesa Margaret Oliphant.

Nacida en 1828 y fallecida en 1897, vino al mundo en el seno de una familia acomodada —su padre se dedicaba al comercio—, y parece que su interés por la escritura arranca ya desde la infancia. De hecho, publica su primera novela, Fragmentos de la vida de la Sra. Margaret Maitland, con veintiún años.

Sin embargo, esta dedicación vocacional a la Literatura vino a ser forzosamente ratificada por la necesidad cuando, viuda temprana a los treinta y un años, quedó al cargo de tres hijos —otros tres habían muerto apenas infantes—. Para aquel momento, regresada a Inglaterra de un infructuoso viaje terapéutico a Italia —pues su marido falleció en Roma— y con nada menos que diecinueve novelas a sus espaldas, entre otros textos, Oliphant era ya un nombre conocido y exitoso en el mundo literario. Sin embargo, la fortuna editorial de la mano del editor Blackwood fue jalonada en lo personal con constantes fatigas y tragedias: vio morir delante de sí a todos sus hijos —sólo dos de los cuales alcanzaron la edad adulta— y, entre otras obligaciones, debió hacerse cargo de un hermano alcohólico y de otro que, viudo y arruinado, cargó además sobre las espaldas de la autora las bocas de tres sobrinos que alimentar.

En esas circunstancias, como ella misma reconoce en su Autobiografía póstuma, su única fuente de ingresos era la escritura e, incapaz de hallar otra fórmula financiera más ventajosa, se vio forzada a menudo a primar cantidad sobre calidad en un leonino círculo vicioso de adelantos y compromisos. La amplitud de la obra de Oliphant, tanto en géneros como en cantidades, es apabullante, con casi un centenar de novelas, docenas de artículos, traducciones, libros de viajes, relatos… Los críticos resaltan, además, que las diferencias de estilo y materia dificultan atribuir unas características definidas a la producción de la escocesa, que abarca desde los cuadros realistas rurales tan queridos en la literatura inglesa, hasta las historias sobrenaturales.

La pieza que hoy nos ocupa se publica en 1882. Es, por tanto, ya una obra de madurez, pues la autora tenía en ese momento cincuenta y cuatro años. Se trata de uno de sus textos más conocidos, la novela corta La puerta abierta, donde una vagarosa descripción de la naturaleza propia de una narradora realista, nos transporta con tanta claridad al entorno de Brentwood, donde transcurre la acción, como si Oliphant estuviera describiendo uno de los paisajes de sus libros de viajes. Tal es la envergadura de estas descripciones, sobre todo al inicio, que se puede afirmar realmente que el lugar de Brentwood es tan protagonista de la historia como el puñado de personajes que por ella transitan. Allí, el coronel Mortimer y su familia, regresados de la India, alquilan una mansión, en busca de un poco de tranquilidad tras una vida ajetreada. Sin embargo, angustiado por unos misteriosos sonidos que oye en unas ruinas cercanas, el hijo, Roland, pronto cae gravemente enfermo.

Además de los valores descriptivos del texto, la presencia ominosa de las ruinas —los restos de una mansión de la cual la parte más sobresaliente es una puerta sin hojas que da a la nada— conduce a los personajes y al propio lector más a un estado de aturdimiento y desconcierto que de auténtico terror. El miedo en este relato se deriva más de la incapacidad de la cognición humana para asumir lo inexplicable que de cualquier evento macabro —por lo demás inexistente aquí—. Es frecuente en las obras de tema sobrenatural de la autora que estos eventos se relacionen con algún hecho traumático —los estudiosos ven en ello un reflejo de las etapas de duelo y serenidad que la escritora experimentó a causa de las sucesivas pérdidas de sus vástagos, pero se podría aducir que este psicologismo exige pasar por alto las convenciones del género gótico—.

El juego de Oliphant se vuelve muy sutil al introducir el personaje del escéptico doctor Simson, al creyente teólogo Montcrieff y al propio coronel Mortimer, y mantiene un estado de ambigüedad hasta la misma conclusión, donde precisamente deja la puerta abierta, pues como el coronel Mortimer señala, quedan patentes “los diferentes efectos que un mismo hecho puede causar sobre personas diferentes”. El acierto de Oliphant es que, a diferencia de otros autores de la literatura gótica, como Ann Radcliffe, que al final siempre aportaba una explicación científica a sus fenómenos paranormales, o de Stoker, que ya desde el inicio de Drácula se decanta por la existencia de un personaje sobrenatural e incluso los científicos de la novela han de acabar pasando por el aro del “creer para ver”, se queda a medio camino, y cada uno de los implicados puede encontrar pruebas sólidas para una explicación distinta a lo experimentado. El coronel Mortimer, narrador intradiegético, permanecerá, por su parte, al igual que el propio lector, en un estado de indecisión, incapaz de decantarse plenamente por una conclusión u otra. En su caso lo que se produce es una evolución psicológica que atraviesa las fases de incredulidad, temor, compasión  y propósito de ayudar.

En este sentido, Oliphant propone un final abierto de gran modernidad, lo cual debe reputarse como un gran acierto narrativo: La puerta abierta podría haberse convertido en manos de otro autor más inhábil en un insípido canto contra la pretensión de saber universal de la ciencia —no hay medias tintas en el desagrado que el doctor Simson inspira al coronel Mortimer—. En cambio, aquí encontramos un final doble y simultáneo: quienes quieran decantarse por una explicación científia, encontrarán sobradas pruebas empíricas para sostener su opinión. Quienes prefieran optar por creer que de verdad ha ocurrido un fenómeno paranormal, también dispondrán de argumentos para ello. Al final, todo parece depender de la percepción subjetiva del observante.

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