

Autora: Silvia Bardelás Título: As médulas / Las médulas
Año: 2010 (trad. 2013) Ed.: Barbantesa (trad. Pulp Books)
Valoración: 3 /5
La escritora viguesa Silvia Bardelás (1967) publicó en 2010 su debut, As médulas, inspirada, según su propia explicación, por la “epidemia” de soledad y, paradójicamente, incomunicación que apreciaba en la sociedad del momento. Sin embargo, no era en modo alguno la primera vez que la autora se aproximaba al mundo literario: aunque doctora en Filosofía, toda su carrera ha estado estrechamente ligada al mundo del libro, desde su misma tesis, Una teoría de la novela, pasando por su labor como traductora, profesora de creación literaria, hasta llegar a su labor como editora.
Con una técnica muy
cinematográfica y texto semánticamente denso, desde la primera página nos
encontramos a Juan llegando a la muy simbólica Voces (aldea del Bierzo a solo unos
kilómetros de las Médulas); personaje este en torno al cual parecen de
principio gravitar los otros tres principales, pero que paulatinamente iremos
descubriendo en su individualidad. Como hemos dicho, el rasgo inicial
característico de todos ellos es su incapacidad para hablar, no físicamente,
sino para la comunicación efectiva. Incapacidad esta que parte en realidad del
desconocimiento que de sí mismos tienen: podría decirse que son cuatro
personajes en busca, no de autor, sino de significado.
“(…) todo parece froito da imaxinación pero
a realidade, cando aparece, imponse”.
Juan, Sara, José y Flora se
interrogan sobre el sentido de la existencia y más concretamente sobre su papel
particular dentro de ella, sumidos tal vez en un exceso de preguntas, un
excesivo dar vueltas a las cosas que, en lugar de llevarles a aceptarlas tal
cual son o a cambiarlas, les sume en la indolencia. Se figuran atrapados en el
sinsentido de la existencia, en cómo la vida les va llevando de un lado a otro,
conscientes de cómo hasta lo más fundamental de cuanto nos ocurre está en
realidad fuera de nuestro control. En la inhóspita Voces, próximos a la
naturaleza en las inmediaciones de las Médulas —atención al simbolismo del
título—, van a descubrir la naturaleza que habita en ellos mismos y cuya
negación contribuye a mantenerlos fosilizados, inmóviles.
“E cando o destino entra, esa sensación de
determinación asúmese e xa os actos non pasan pola dúbida, son”.
Cada uno de los personajes
adolece de alguna carencia que se enquista como resultado de su incapacidad
para comunicarse con el resto: Juan, la incapacidad de sentir, de experimentar;
Sara, la falta de raíces; José, la falta de infancia; y Flora, la falta de
identidad —hasta el punto de que ni siquiera su nombre le pertenece—. Los
cuatro están completamente desubicados, habitando la periferia —de la vida y
los unos de los otros—, y será la necesidad de tener propósito, algo
indispensable en la vida, el desafío al que se enfrenten en su populosa soledad,
a la necesidad de entrar en el mundo, en el mundo real, pero… ¿qué es el mundo?
Tras la pérdida de la sensación
de infinito de la niñez, se verán expuestos al egoísmo, a la inutilidad de
buscar en los demás, fuera, lo que nadie puede darnos: es preciso que lo
encontremos en nosotros mismos. Esto conducirá a los personajes a experimentar
una abrumadora sensación de aislamiento, de ajenidad, pero también de novedad,
de ver el mundo por primera vez. La sensación de invasión, de no-privacidad,
les pondrá ante la disyuntiva de afirmarse frente a los otros o dejarse sujetar
en los lazos con que las costumbres, las obligaciones, la tradición… nos
envuelven.
Cabe señalar, como nota final,
que el estilo persistentemente sincopado de la redacción, que recuerda al de la
Virginia Woolf de Las olas, por muy
coherente que resulte con la naturaleza de los personajes y la historia,
contribuye a causar cierta fatiga y, al menos para este lector, lastra un tanto
la narración de la mitad en adelante.