Título: La campana de cristal Autora: Sylvia Plath
Año de publicación: 1963
Valoración: 5/5
“Para
la persona encerrada bajo la campana de cristal, vacía y detenida
como un bebé muerto, el mundo mismo es la pesadilla. (...)¿Qué
había en nosotras, en Belsize, que fuera tan diferente de las
muchachas que jugaban bridge, chismorreaban y estudiaban en la
universidad a la cual yo iba a regresar? Esas muchachas también
estaba bajo campanas de cristal de cierta clase”.
—Sylvia
Plath, La campana de
cristal—
En
1963 la misteriosa figura de una tal Victoria Lucas irrumpió en el
panorama literario inglés con una novela,
La
campana de cristal,
que
trataba sin tapujos e incluso de forma escandalosa temas entonces —y
por desgracia hoy en día también— calificables como “femeninos”,
como si lo “femenino” —lo que quiera que eso signifique— no
pudiera ser tan universal como lo masculino. La novela en sí misma
no recibió demasiada atención y tampoco es que provocara un
gran
entusiasmo, recibiendo críticas más bien tibias. Su autora regresó
de inmediato al mismo anonimato nebuloso del que había salido y no
se volvió a saber de ella.
Solo
que la verdadera mano detrás de la novela de Victoria Lucas no era
otra que la de, esta sí, un nombre algo más familiar para el
ambiente literario en
lengua inglesa, una joven poeta estadounidense llamada Sylvia Plath.
Sin embargo, la propietaria del pseudónimo y del talento que se
ocultaba tras él tampoco tuvo mucho más tiempo para dar
explicaciones sobre el contenido de su obra puesto que, como es bien
sabido, a
los treinta años
se quitó la vida, tan solo un mes después de su publicación.
Las
razones que pudieron llevar a Sylvia —ya autora de El
coloso bajo
su propio nombre— a emplear un pseudónimo permanecen debatidas aún
hoy en día. Se
especula con su voluntad de ser considerada eminentemente poeta,
pero probablemente la razón fundamental fue que La
campana de cristal
es una novela solo en la forma, pues en la práctica totalidad de lo
que cuenta, salvedad hecha de nombres de lugares y personas, es
estrictamente autobiográfica,
incluso en los detalles más desoladores y escabrosos de su historia.
Por
tanto, el libro es novela solo por el
tratamiento literario del material que en él se contiene —es
decir, por
la voluntad de su autora—
y no del carácter histórico que tendría una biografía.
En
concreto parece que Plath temía que su madre descubriese su
contenido, donde
refleja, entre otras cosas, la conflictiva y tirante relación que
mantenía entre
ambas.
De
hecho el libro no se publicaría en Estados Unidos hasta 1971
y según se supo tiempo más tarde,
por lo visto
más de una de las jóvenes retratadas en la novela lo fueron con tal
nivel de fidelidad a los acontecimientos reales que una incluso
culpaba al libro de su divorcio.
El
caso es que al inicio de La
campana de cristal
nos encontramos con Esther Greenwood, narradora y protagonista,
viviendo una vida aparentemente idílica, divertida y chispeante en
Nueva York. Se
trata, como la propia Plath, de una joven prometedora,
culta, divertida, ingeniosa, inteligente, guapa, excelente
estudiante, ambiciosa... Esther ha ganado, entre otros muchos
premios, una beca para realizar prácticas como residente en una
revista de prestigio, tras lo cual espera ser aceptada en un curso de
escritura a su regreso a Boston. Sin
embargo, es precisamente en medio de ese torbellino relampagueante de
experiencias cuando nuestra heroína se da cuenta de que en realidad
no sabe qué hacer con su vida, de
que ha estado viviendo en piloto automático.
En sus propias palabras:
“El problema es que yo siempre
había sido inadecuada, simplemente no había pensado en ello”.
Hasta
ese momento toda su existencia había girado en torno a obtener las
mejores calificaciones y ser brillante, pero al enfrentarse al mundo
que hay más allá de los estrechos confines académicos se ve
paralizada por el miedo a hacer una elección incorrecta, o más bien
a la renuncia a todas las demás posibilidades que implique elegir un
camino, ya que, como ella misma señala a través de una bella
metáfora onírica, todos los futuros posibles penden ante ella como
apetecibles higos esperando a ser cogidos, pero a medida que pasa el
tiempo sin que ella logre decidirse por ninguno, los demás van
pudriendo y cayendo al suelo.
La
campana de cristal,
aunque no expresamente, se divide en dos partes muy bien
diferenciadas y de aproximadamente la misma extensión: la
desenfadada vida de Esther en Nueva York, y las consecuencias de una
serie de hechos y decisiones una vez que regresa a Boston. Tanto el
tono como el estilo de ambas partes —mucho más ligero al principo
y más sombrío después— se diferencian bastante, mostrando con
realismo el deterioro de la psique de la protagonista, ya
que el segundo gran tema del libro —a continuación veremos cuál
es el primero— es la enfermedad mental, sus causas y orígenes
Esther, como la propia Sylvia, parece tener muy claro que uno de los
motivos fundamentales de sus problemas lo constituye su
contradictoria condición de mujer y profesional.
Según
creo, el tema central de la novela es la imposibilidad de resolver
las contradicciones que la sociedad del momento imponía a una mujer
como Sylvia/Esther; las tensiones entre una mujer profesional,
exitosa y brillante y otra caracterizada por su papel clásico de
madre y esposa. En
la vida real,
la
imposibilidad de resolver esta ecuación —algo
comprensible: pocas mujeres por aquel entonces habían
sido provistas de las herramientas para superar esa pugna—
acabarían, en última instancia, teniendo
las consecuencias más fatales para
la autora.
¿Qué
se espera realmente de Esther? Ella busca su sitio, su independencia,
consciente de que el peso de un matrimonio no podría sino arrojar la
consecuencia final de la renuncia a su desarrollo como mujer y como
artista, sumida
en el paradigma de la esposa/madre abnegada que lo sacrifica todo por
su marido y sus hijos, incluso si este es menos brillante que ella
misma.
No
ha dejado de llamarme la atención que, siendo una novela tan sincera
y fidedigna en la mayoría de los aspectos de la vida de su autora,
curiosamente dejara fuera la cuestión del matrimonio. O mejor dicho:
el matrimonio es fuente de múltiples reflexiones en el libro, pero a
diferencia de Sylvia —en ese punto casada desde hacía años y
madre de dos hijos— Esther
está y permanece soltera todo el libro, declarando repetidamente su
intención de no casarse, aunque sin renunciar a su exploración
sexual.
Sin
embargo, toda la violencia interior a la que Plath aludió más de
una vez en
sus diarios,
así como la que marcó su relación con Ted Hughes —un tipo
horrible desde nuestra concepción actual de lo que es una relación
de pareja saludable—, constitutiva de una masculinidad que
simultáneamente causa temor y atracción, conduce
a que,
si bien Esther no llega a casarse en el libro, la distorsión citada
sí permea todas sus páginas.
De
esta manera, el uso de la metáfora que da título al libro alude a
la condición de aquellas mujeres que se sienten atrapadas bajo ese
objeto de laboratorio, expuestas a la vista, viendo lo que ocurre a
su alrededor, pero sin capacidad real para participar de ello, entre
otros factores por la disyuntiva de querer ser una mujer profesional,
sin depender ni personal ni laboralmente de ningún hombre, con los
cuales las relaciones siempre estarían basadas en la dominación,
incluso dentro de la pareja, y la necesidad de tener un hombre en la
vida que sirva
de enlace o protección frente a ese mundo puramente masculino. Hay
pasajes donde esta reflexión es tratada de manera explícita, pero
también otros más sutiles donde debemos leer entre líneas, como la
escena en que Esther se rompe la pierna en un accidente de esquí y
su pretendiente, estudiante de medicina, sonríe al comunicárselo.
Es decir, disfrute de su papel de salvador.
El
que Esther sea finalmente capaz de hallar un propósito a su vida
resulta incierto, ya que el final de la historia es abierto, y tan
solo hay una alusión casi al inicio a un bebé, lo que nos permite
suponer que la narradora cuenta su historia desde un momento
posterior donde ya es madre, pero la referencia es tan fugaz que su
interpretación es incierta. En
todo caso, una historia sobre la necesidad de tener objetivos y,
sobre todo, de encontrarse en una
sociedad y un ordenamiento
que permitan el desarrollo del potencial de cada quien —en este
caso muy particularmente de las mujeres— sin
cortapisas basadas en estereotipos o en roles de género.
