Aunque este bien podría ser el título de
algún temazo de música country (*), o de un libro de Mary Higgins Clark o, ya
en plan decididamente chungo, de una novela romanticona o una canción de Justin
Bieber, el caso es que es literal: ayer perdí a mi perra Cosita (a la que
cariñosamente llamaba “trapito” u “ovejita”), que compartió conmigo los últimos
catorce años (casi la mitad del tiempo que llevo en este planeta). Y aunque con
el tiempo se irá haciendo menos evidente, también para mí mismo, la pena de mi
alma y se irá limando el regusto metálico que siento en la lengua; aunque
dejaré de tener la garganta agarrotada y el aire volverá a fluir por mis
pulmones como si algo en mi interior no los estuviese apretando, el mundo es
ahora un lugar un poco menos grato.
Es importante, sin embargo, no dejarse
arrastrar por la pena, pues, como dice la canción, y como también sabe el autor
del I wrote this for you, “uno puede
volverse adicto a cierto tipo de tristeza”. Uno puede acabar criando el deseo
de regodearse en sus propias miserias, como forma secreta de retener la última
sensación de algo muy querido que se ha marchado, una forma enfermiza de tener
presente lo que ya no está.
Así que aprovecho hoy para hablar brevemente
del duelo: al principio, conviene no ceder al desaliento, y no alterar, en la
medida de lo posible, las rutinas, para tratar de mantener la normalidad. De
entrada será raro, habrá cierto aturdimiento, parecerá que hubiera ocurrido una
alteración más o menos sutil dependiendo del impacto que tenga la ausencia del
ser al que hayamos perdido, como si los colores fueran menos brillantes o los
alimentos, de pronto, carecieran de sabor. Tendremos incluso cierta impresión
de farsa al sonreír, de estar actuando mecánicamente, notaremos cierta antinaturalidad en la voz. Hay incluso
quien necesita ensayar la evasión antes de poder afrontar la pérdida. Pero, al
final, la repetición acaba deviniendo hábito – todo aprende a fingirse, incluso
la felicidad, y, al final, la ficción se vuelve costumbre –. Hasta que un día,
de pronto, uno descubre, no que ha olvidado (para mí, desde ahora, Cosita será
siempre un cúmulo extraño de imágenes y sonidos: será, p. e., sus ladridos
demandado las bolitas de pan en las que le daba sus medicinas, pero será también
sus orejitas rosadas poniéndose azules a medida que la vida se iba escapando de
su cuerpecito todavía caliente), pero sí que ha aprendido a vivir con el
recuerdo, sin que este le dañe, primando lo bueno. ¿Por qué lo sé? Sencillamente, porque no es el primer ser querido al que pierdo.
Aquí dejo la última pieza musical que escuché
antes de que Cosita se fuera, que para mí, desde ahora y para siempre, será el “aria
de Cosita”: Verdi prati, selve amene,
de Handel. Adiós, preciosa.
Verdes
prados, amenos bosques,
perderéis la
belleza.
Hermosa
flor, ríos corrientes,
el encanto,
la belleza
pronto en
vosotros cambiará.
Y cambiado
el hermoso objeto,
al horror de
la primera apariencia
todo en
vosotros regresará.
(da capo)
(*) “Bella, ciao” es, de hecho, el título del
más importante canto partisano de la resistencia contra los nazis y fascistas
en Italia.
¡Cuánto lo siento!, de verdad. Imagino el dolor y lo difícil que será la ausencia al principio.
ResponderEliminarNo sé qué decirte porque todo lo que diga van a ser pañabras huecas al lado de tus sentimientos.
Ahora está en el cielo de los perros. Y allí seguirá siendo feliz, tanto como lo fue contigo, con vosotros.
biquiños,