En 2007, el ilustrador estadounidense
de larga trayectoria Brian Selznick dio a la estampa un libro especialmente
dirigido al público infantil titulado The
invention of Hugo Cabret que superaba en longitud e intención a sus obras
previas, en el cual además incluía extensos capítulos de narración de su propia
autoría combinados con unas ilustraciones en blanco y negro hechas a lápiz tan estupendas
que le merecieron al volumen y su autor ser distinguidos con la Medalla
Caldecott.
Sin embargo, se
trata de un libro que puede ser perfectamente leído por un adulto, pues las
obras de arte, portadoras de una Verdad superior, carecen de edad y, por tanto,
van dirigidas a todo el mundo (aunque es cierto que, antes de cierta edad, o
más bien de ciertas experiencias, es difícil que uno pueda comprender en toda
su complejidad y extensión algunas obras).
El libro
pretende tanto ser un homenaje a los primeros cineastas cuanto una historia
sobre el poder de la ilusión (léase magia, esperanza, o incluso fe, si se
quiere) para ayudarnos a sobrellevar las adversidades, para mantener nuestra
fascinación por la vida. Basándose en la obra y biografía de Georges Méliès, el
pionero francés que desligó al cine de su vinculación al realismo e introdujo
la noción de que este no necesariamente tiene que reflejar el mundo tal cual es,
sino que hay un vasto campo de fantasía para cuya exploración el cine es quizás
el medio artístico más apto; Selznick introduce a un personaje de ficción, el
huérfano Hugo Cabret, que paulatinamente va descubriendo en el anodino y
amargado juguetero de la estación de tren en la que habita (la locación es, me
parece, muy afortunada, por cuanto el tren simboliza como ningún otro medio la
posibilidad de viajar, física o mentalmente) a un sujeto insospechado. El peso del pasado y la renuncia (simbolizada en las constantes pisadas que el juguetero se ve forzado a soportar) tampoco el un asunto nada secundario.
No comentaré
nada más sobre la trama porque eso destruiría gravemente el ligero suspense del
libro, que me parece necesario para entender el efecto que el autor persigue.
La narración, lineal, no entraña dificultad alguna (recomiendo a quienes tengan
conocimientos de inglés que la lean en la lengua original, cuya sencillez la
hace facilísimamente accesible, aparte que la edición inglesa es
considerablemente más económica que la castellana), pero está escrita con la
exquisitez y profundidad que solo alcanzan las historias sencillas; siendo lo
más impactante la capacidad de Selznick para captar el alma de los personajes
en sus ilustraciones: a las pocas páginas, la ensimismada expresión del rostro de Hugo ya
ha despertado en el lector un instinto de afecto y protección absolutamente
irresistible. A propósito de Hugo, considerando cierto comportamiento
compulsivo que tiene así como su forma de enunciar los hechos y pensamientos,
hacen cuestionarse a este lector si Selznick pretendió retratar, sin nombrarlo,
a un niño con algún “trastorno”, quizás algún grado de autismo. También es muy
resaltable el uso “cinematográfico” del dibujo, disponiendo varias
ilustraciones consecutivas imitando el efecto zoom.
Así pues, un
volumen de lectura fácil y rápida que nos conectará de nuevo con la mirada del
niño que alguna vez fuimos.
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