Como de todos los grandes, hablar
de un libro de David Foster Wallace, considerado unánimemente la voz más
importante de su generación en la literatura estadounidense –es uno de esos
casos en los que bien podría hablarse incluso de un “exceso” de talento–,
entraña siempre enormes dificultades por la riqueza de su literatura. En Entrevistas breves con hombres repulsivos (1999), Foster Wallace presenta
hasta 23 piezas de diversa extensión y muy heterogéneas tanto en naturaleza
cuanto en estilo, donde desde la primera línea hasta la última brilla su
singular capacidad para diseccionar, de forma implacable y certera, las más
sutiles dinámicas internas y los más recónditos recovecos de la realidad.
El nombre del volumen corresponde
a varias piezas que lo comparten, y que reflejan –no siempre con brevedad– las
actitudes y anécdotas de hombres “desviados”, por así decir; sin embargo, ese
carácter se extiende también a [muchos de] los personajes de los demás relatos,
que incluyen también mujeres y niños (“En lo alto para siempre”). Para
construir su particular y descarnada anatomía de la realidad, el autor recurre
a sus elementos de siempre: humor negro, alienación, sexualidad problemática,
ditirámbicas digresiones que siguen una hilarante lógica, profusas anotaciones
al pie sobre mil y una cosas que el texto principal sugiere… Es como si el
americano pretendiera mostrar la realidad tal cual es y en toda su extensión de
modo que el lector sea sacado de su visión particular, mostrándole entonces
algo que roza lo grotesco por su amplitud inabarcable.
Así, en “La persona deprimida”
nos encontramos con que usurpa el lenguaje técnico y de la filosofía new age para dar un tono satírico y
sarcástico, contrastando fuertemente con la aguda perspicacia de sus
observaciones de científico al microscopio, tan abundantes que rozan la
extenuación.
En las varias “Entrevistas
repulsivas” –donde la elaboración de las respuestas hace innecesaria la
transcripción de las preguntas– nos habla del peso de las convenciones sociales
y de todo el entramado sociológico y filosófico sobre las relaciones humanas,
que únicamente sirve para complicarlas aún más, en lugar de simplificarlas.
En “Octeto”, una de las piezas
más brillantes, bien podríamos estar ante los ensayos de un escritor,
estudiando el funcionamiento narrativo y poniendo al aire las estructuras, descubriendo
que son posibles tantos niveles de metaliteratura como el autor quiera, y
obligando al lectora a plantearse cuestiones como ¿es verdad el aducido fiasco
del “relato” original (en realidad, esta pieza es más bien un ensayo informal)
o es eso lo que se pretende que creamos? Y, ¿qué autor está hablando, DFW o uno
ficticio? Caso este último donde el autor real
estaría arrastrándonos sin darnos cuenta al lugar que él quiere para que
reflexionemos sobre ciertas cuestiones.
Algo que también intenta, aunque
desde otro enfoque, en “Mundo adulto (II)” donde varía la estructura de la
primera parte y presenta lo que parecen ser las anotaciones del autor para el
relato futuro, mostrando los mimbres narrativos reducidos al esqueleto, lo que
sirve para sorprender al lector –no olvidemos que se requiere casi tanto
talento para ser un buen lector como para ser un buen escritor–, vaciando de
cualquier adorno y estructura mínimamente narrativa el relato y, sin embargo,
permitiéndole formarse perfectamente la imagen mental de lo que se le propone.
“Tri-Stan”, el relato más
complejo del conjunto –tanto por el lenguaje empleado cuanto por las múltiples
referencias que engloba–, supone una subversión absoluta e hilarante de los
términos filosóficos, mitológicos y culturales clásicos (a través sobre todo de
nombres y adjetivos que evocan la rica tradición grecolatina y medieval), y
acendra la crítica sociológica a través de una feroz burla de la cultura de
masas, del solipsismo u onanismo cultural, bajo su aspecto de fábula delirante
(ella misma irónicamente construida sobre los elementos del mito tradicional y,
aún más, sobre la imitación de dichos modelos).
“En su lecho de muerte” nos
presenta la confesión in articulo mortis
de un padre que alberga un singular e inesperado sentimiento por su exitoso
hijo, un aclamado dramaturgo, presentándonos la oposición entre lo dicho y lo
hecho en una estructura a su modo circular, lo que sirve de excusa a Foster
Wallace para hacer un estudio de la contraposición realidad-mentira.
“El suicidio como una especie de
regalo” es una pieza sobrecogedora –a la que podríamos considerar el anverso
tenebroso de la anterior– en la que el sarcasmo alcanza niveles demoledores, ya
desde la primera línea, cuando se adoptan las palabras “Había una vez…” para
contar algo que dista mucho de ser una fábula.
Lo más interesante, quizá, del
conjunto es que, a pesar de las actitudes a menudo efectivamente “repulsivas” (“horrorosas”,
si se quiere, en una traducción más literal[1])
de los desquiciados personajes, estos no pierden en ningún momento su contacto
con la realidad y es fácil conectar con ellos en el plano humano, por lo que se
refiere a las dudas, vacilaciones y emociones contradictorias que experimentan,
así como, sobre todo, en esa disrupción entre lo que uno siente o percibe y lo
que se espera que haga. Si os gusta la literatura de altos vuelos rica en
matices, Foster Wallace es siempre un acierto.
JJJJL
[1]
Respecto a la traducción, obra de Javier Calvo, hay que decir que es de calidad
extraordinaria, con toda la riqueza léxica que la literatura de Foster Wallace
exige.
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