Título: ¡Abajo
las armas! Autora: Bertha von
Suttner
Editorial: Cátedra Año:
2014 Págs: 544
Valoración: ♥♥♥♥
“¡Guerra,
pues tan sólo a la guerra!
Paz,
para que el pensamiento
domine
el globo, y vaya luego
cual
bíblico carro de fuego
de
firmamento en firmamento.
¡Paz
para los creadores,
descubridores,
inventores,
rebuscadores
de verdad;
paz
a los poetas de Dios,
paz
a los activos y a los
hombres
de buena voluntad!”
Rubén
Darío, “Canto a la Argentina”
Algún
lector pensará, no sin razón, que en esta cuarta parte de
la serie me
he desviado
extrañamente del concepto que la guiaba hasta ahora. Y es verdad que
¡Abajo
las armas!,
de Bertha von Suttner, no es un texto antiesclavista ni antiracista.
Pero
su carácter pionero en el ámbito de la literatura antibelicista
(otro tipo de abolicionismo igual de noble y necesario), así como el
hecho de que esté escrito desde una perspectiva femenina, nos
permite entroncarlo con el sentido general de la serie: la mirada
femenina cobra importancia central en el debate tratado, y, como ya
vimos con ocasión de los
dos textos anteriores,
en EEUU el abolicionismo acabaría siendo un elemento esencial dentro
de la guerra civil, por
lo que me parece justificada la presencia en
esta entrega de este libro que Tolstói llegó a comparar con La
cabaña del tío Tom
por su alcance.
Como
todas nuestras otras nueve heroínas, Bertha von Suttner tuvo una
vida intensa y poco convencional. Aparte de ser una reconocida autora
austríaca, fue, además, impulsora directa de los premios Nobel, con
uno de los cuales fue distinguida en 1905, pero no en su faceta de
escritora, articulista y ensayista, sino como promotora del
movimiento pacifista: se le entregaría el Premio Nobel de la Paz en
dicho año.
Escrita
en 1889, ¡Abajo
las armas!
encuentra ya a Suttner como una autora consolidada y de éxito. La
obra está repleta de elementos autobiográficos y adopta la forma de
unas memorias escritas por la condesa Martha Althaus. Aparte del tema
radicalmente novedoso —si
aun a día de hoy la guerra existe, imaginemos el impacto que el
pacifismo podía tener hace 126 años, cuando ni siquiera se había
desarrollado el siglo más mortífero,
en términos
bélicos,
de nuestra Historia—,
destaca en esta obra la estructura innovadora, pues al texto
narrativo, que sigue un orden cronológico lineal, se añaden
extractos de documentación histórica, fragmentos
periodísticos,
apuntes de supuestos diarios, etc., que contribuyen a darle sensación
de realismo.
Precisamente
en este movimiento, el realismo, es donde se inscribe esta novela —la
autora cita expresamente a Flaubert o Zola como
lecturas de la condesa
Althaus,
de
hecho—.
Y,
además de realista, se puede describir perfectamente como una novela
política y de tesis, casi panfletaria, pues hay que reconocer que el
diseño de los personajes que no suscriben el pensamiento de la
protagonista
apenas gozan de desarrollo, y mucho menos de estudio psicológico: a
ello sirve bien el que Martha sea, además, la narradora en primera
persona, hecho que determina que lo observemos todo a través de sus
ojos, de modo que el
texto adolece de cierto lastre autológico.
Lo
que sí hace es un cierto esfuerzo por ponerse en el lugar del otro
para analizar su dolor y comprenderlo a nivel humano.
Aunque
no faltan en ella algunos arrastres tardoromanticones,
sorprende la ausencia, evidentemente meditada, de explicaciones
mágicas. Si hacemos memoria, en La
cabaña del tío Tom,
p.e.,
había un personaje, la pequeña Eva, representada a efectos
simbólicos como una suerte de virgen María en miniatura. Pues bien;
ese tipo de procedimiento va a ser completamente ajeno a la labor de
Suttner, que se esforzará explícita y repetidamente por desligar la
voluntad divina del actuar humano en general y, muy en particular, de
los eventos bélicos o relacionados. Las
citas de Buckle o Darwin determinan, a mayores, una óptica
científica y racionalista que guía la composición de la obra.
“¡Dios!
¡Dios! ¡Qué manía! ¡Buscáis en la voluntad de Dios una égida
para disfrazar todas las violencias, todas las insensateces, todas
las ferocidades de los hombres!”
Suttner
parece estar bien informada sobre la novedades científicas. Las
declaraciones digamos antimetafísicas
son moneda corriente en esta obra y, de hecho, el humanitarismo de
Suttner se presenta como el resultado de la reflexión, del esfuerzo
racional.
“ -Sufría
horriblemente, Martha; sufría hasta el extremo de llorar, pero menos
de lo que había supuesto, sin duda porque la vista de tantos seres
desgraciados, lejos de sobreexcitar la compasión, la embota. De
todas suertes, ya que es imposible elevarse sobre cierto grado de
conmiseración, se puede, por lo menos, aquilatar la enorme suma de
sufrimientos que uno tiene ante sus ojos.
-Tú
podrías elevarte sobre el grado de conmiseración al que te
refieres, lo podrían también otros; pero la inmensa mayoría de los
hombres no razonan, no
reflexionan.
-No
piensan, no, y ahí tienes la causa de nuestros males. La mayor parte
de la humanidad no piensa”
Se
llega incluso a la formulación de pensamientos muy poco religiosos y
sin ninguna resignación:
“Que
me dio miedo la muerte es evidente: me habría costado violento
trabajo resignarme a perder una vida que tan querida me era. No podía
sufrir la idea de separarme de Friedrich y este pensamiento me era
más doloroso todavía cuando pensaba en el dolor que le embargaría
a él si me perdía”.
Es
decir, la presentación y ensalzamiento de una perspectiva
absolutamente mundana de la existencia,
materialista, y transida de un cierto elitismo cultural.
De
hecho, suscribe la figura del guía moral elegido, que conducirá a
la expansión de los buenos sentimientos.
Uno
de los elementos más sobresalientes del libro es su enjuiciamiento
de la predestinación: el más allá parece darse por sentado, pero
sin relación operatoria con el más acá. No
se plantea a Dios como un resolutor de problemas.
Sin
embargo, la pertenencia a la nobleza opulenta —lo que describe
Suttner está algo por encima del círculo social al que la autora
pertenecía ella misma— permite graduar qué clase de humanitarismo
es el que la protagonista maneja, siendo este claramente de corte
intelectual, y no derivado del contacto con la miseria o la
marginación, como sí sucede en otros grandes títulos de la época
(pensemos en las obras de Dickens o Hugo, p. e.). De ahí el intenso
impacto que su descubrimiento va a tener sobre Martha.
Cronológicamente,
el grueso de la obra se desarrolla esencialmente en la década de
1860, aunque
abarca de 1859 a 1889.
En
ese tiempo, durante
algo mas de diez años, Austria se vería envuelta en una serie de
guerras que, si bien
pequeñas
en
escala, no por ello resultaban menos letales
para los implicados. A
estas seguiría, ya en la década siguiente, la guerra
franco-prusiana.
Pero en los tiempos antiguos, la mortandad bélica no era el único
problema que las conflagraciones planteaban, sino que estas
solían
venir acompañadas de otros
como la peste y las hambrunas. Es
sorprendente comprobar la variedad de
derivaciones
que Suttner llega a contemplar, pues el sentido de ¡Abajo
las armas!
no se agota sólo en una crítica a la guerra en sí, sino que se
extiende a cuestiones verdaderamente visionarias como la falsa
concepción heroica de la misma, la torpeza política y diplomática
que la provoca, la falta de estructuras médico-sanitarias para la
atención de los heridos —no existía aún la Convención de
Ginebra, y
la
Cruz Roja, recién fundada, era vista con notable reticencia—, la
manipulación social por
parte de los medios
en contra del “enemigo”, la
mentira de Estado,
la
necesidad de creación de un orden internacional de arbitraje que
dirima las disputas entre países,
el
nuevo papel de la mujer,
la
defensa
de un
animalismo avant
la lettre,
cifrado
en un trato humanitario y justo extensivo a los animales...
Llega incluso a reflexionar,
en una conversación entre dos personajes, sobre la eutanasia para
los soldados, aunque en ese punto no va tan lejos como para
aprobarla, si bien la narradora, significativamente, guarda silencio
al respecto.
“(...)
la presión de la opinión pública, que es la opinión que fabrican,
dirigen y exaltan los charlatanes, los vocingleros, los amigos de dar
consejos, y, sobre todo, la prensa periódica: la presión de una
opinión pública artificial es tan enorme, que un hombre solo, por
alto que sea el trono que ocupe, no es bastante para resistirla”.
A
diferencia de las obras de Avellaneda, Beecher Stowe y Wilson,
Suttner no necesitaba humanizar
a sus personajes —que, como vimos, era una técnica recurrente en
las tres novelas anteriores—, puesto que, al ser blancos, su
humanidad se da por sentada. No obstante, lo que la austríaca
propone en su obra es aplicar esa mirada humanitaria a nivel general,
a todos los seres humanos. Además, esto le deja espacio libre para
adentrarse en algo que sus antecesoras habían evitado con puntilloso
cuidado: caer en lo escabroso. En ¡Abajo
las armas!,
fundamentalmente en el último tercio, vamos a presenciar escenas
decididamente sangrientas en las que no falta la truculencia de la
sangre, las vísceras o los olores. Lo
que, sin duda, persigue provocar una reacción visceral en el lector.
De
hecho, la obra incluye un suicidio, evento que si bien era tan
corriente en la literatura romántica y realista que casi podemos
considerarlo un tópico,
seguía
sin ser bien visto ni social ni moralmente. Sobre dicho evento,
Suttner guarda silencio absoluto y rehúsa hacer cualquier
valoración, más allá de sumarlo
como una más de las desgracias de la guerra, lo
que una vez más apunta al talante antimetafísico del texto.
Se
abre el volumen con las reflexiones de la Martha madura sobre su ser
adolescente, que todavía no había desarrollado una perspectiva
crítica acerca del mundo: una
joven que empieza siendo una forofa del temperamento bélico, por
tradición familiar e influencia educativa más que nada, con una
visión de la guerra casi como algo ajeno al hombre.
Enseguida, sin embargo, va a empezar a nacer en ella el germen de lo
que acabará cristalizando en un humanitarismo irrenunciable. La
primera noción en caer es la de patriotismo, que se presenta difusa
y discutida: la
protagonista-narradora se interrogará sobre cuál es la utilidad
para la patria de la muerte de sus ciudadanos, y si, de hecho, se
trata de una demanda lícita; se
preguntará por la necesidad de la guerra, por su justicia en tanto
que tal.
¿Qué
ultimátum estaría uno dispuesto a aceptar para su país, con tal de
preservar la paz? A partir de ahí, lo que se plantea la autora es la
Justicia, entendida como criterio universal, válido para la medición
de todo ámbito.
También
contrapone Suttner la visión masculina del conflicto —mediatizada
por su papel activo en el mismo— y la femenina —que ha de
soportarlo como algo fatídico—. Desarrollará
y contrapondrá la noción “estándar” de la guerra, como algo
heroico, loable, honorable, promotor
del progreso,
etc.;
contra la noción de la guerra como perpetuadora de la guerra —la
escalada armamentística del siglo XX da buena cuenta de lo sagaz y
pertinente de la observación de Suttner—. Incluso
va a emplear recurrentemente la expresión “teatro de la guerra”
para referirse al campo de batalla, remitiendo así a la noción de
los hombres como marionetas que carecen de poder de elección.
Así
como la educación inflama a Martha de proclamas heroicas, será
igualmente la educación la que la conduzca en la dirección
contraria. No en vano, es en una librería donde encuentra por
primera vez opiniones autorizadas en contra de la guerra,
contraponiéndose así cultura vs.
barbarie: para Suttner, la única explicación a la persistencia de
la guerra, es la falta de racionalidad del ser humano, de
la cual sólo la instrucción y la cultura pueden sacarle.
Respecto
a la protagonista-narradora, la autora presenta a una mujer
perteneciente
a la nobleza
que aparentemente responde en conjunto al estereotipo
tradicional (frágil, cobarde, llorona...). Surge
incluso la duda de si lo que está describiendo Suttner es una mujer
aquejada de bipolaridad, a juzgar en conjunto por los periodos de
euforia y postración y el actuar impulsivo en algún momento. En
Martha, hacia las páginas finales del libro, se vuelve a enunciar
una idea que ya habíamos encontrado en Beecher Stowe: la
protagonista afronta su dolor personal con intención de que, al
menos, pueda surgir algo bueno de él.
Creo
que se trata de una estrategia deliberada de Suttner para hacerla
menos repelente al lector. Ya vimos procedimientos similares en
alguna de las obras anteriores. Sin embargo, lo
cierto es que
Martha subvierte varios
de los parámetros del arquetipo femenino tradicional: es una mujer
instruida, culta, con opiniones propias e insobornables. De hecho, es
la única que contraría al padre, y
en la manifestación de
sus ideales
llega a acusar
en algún momento cierta pertinacia obsesiva e inhumana que nos hace
sospechar que el personaje, en ese punto, se
ha convertido en marioneta de Suttner, que habla a su través.
En
cambio, la protagonista sí se amolda perfectamente a la tradición
en el aspecto romántico.
Podemos
incluso
observar
cierto sexismo
implícito en la codependiente
relación
marital de
Martha y Friedrich, rasgo
que está ausente en el resto de la actuación de la condesa Althaus.
De
hecho, el elemento que más me llama la atención en ese ámbito es
que la protagonista da prolijas explicaciones acerca de sus intensos
sentimientos por su marido; sin embargo, apenas habla de sus hijos, y
siempre que lo hace, es mediante alusiones que suenan acartonadas.
Precisamente
es la de la relación marital una cuestión interesante. Y, en
concreto, el carácter de Friedrich, que es presentado de
una forma un tanto ambivalente, puesto que Suttner navega entre dos
aguas para su composición: la autora debía evitar el presentar a un
personaje excesivamente almibarado, pues su antibelicismo podía
fácilmente ser percibido como falta de hombría por muchos lectores.
En consecuencia, hace de él un militar. Pero, al mismo tiempo,
procede a dotarle de ciertos rasgos, como la compasión, p. e., que
nos recuerdan a la técnica feminizadora de Beecher Stowe. Como
resultado, Friedrich se presenta como un personaje que sufre un
envaramiento permanente.
Como
apunte a mayores sobre la cuestión conyugal, dentro de la nómina de
elementos rompedores de este libro se incluye una infidelidad que,
una vez más, se diluye en el silencio de la autora, que, en términos
generales, excluye las valoraciones morales de todo lo que no sean
asuntos bélicos. De esta manera, Suttner sigue afirmando el carácter
independiente de su propuesta, mostrando una vida de las mujeres
bastante ajena a los arquetipos estereotipados corrientes en las
producciones de la época.
El
sexismo también es perceptible en la diferente relación del conde
Althaus con sus tres hijas, por un lado, y su hijo, por otro. En
particular, emplea en múltiples ocasiones aquello de “las mujeres
no entendéis de esto” —en sus múltiples y variopintas
formulaciones que no
ocultan
la cazurrez
común—, y
será sólo el daño recibido por su hijo varón el que haga variar
las opiniones que durante todo el texto ha manifestado.
Por
último, cabe mencionar la momentánea “traición ideológica”
que se opera en cierto punto del texto, cuando el rey está
inspeccionando el campo de batalla en el aniversario, y la narradora
se pregunta cuáles pueden ser sus pensamientos: en ese momento,
Martha da un bandazo restaurador del orden establecido, puesto que
¡Abajo
las armas!
podría muy bien leerse como una diatriba a favor de la desobediencia
civil, y el elitismo de su concepción vuelve a ponerse de manifiesto
cuando por boca del monarca —y
no olvidemos que su monólogo interior está siendo imaginado por la
protagonista—
culpa al pueblo de haberle forzado a esa decisión desventurada.