Autora: Kjersti Annesdatter Skomsvold
Título: Cuanto
más deprisa voy, más pequeña soy
Ed: Lengua de Trapo Año:
2011 Lugar: Madrid
Valoración: 3 / 5
“(…) a veces tú mismo tienes que darle
sentido a lo absurdo”.
- Kjersti Skomsvold, Cuanto más deprisa… -
Lo suyo habría sido publicar esta reseña antes, en
julio o agosto, dado que la brevedad del libro hoy reseñado lo hace muy
recomendable como lectura veraniega. Pero cuando te metes en oposiciones,
inmolas tu alma a un poder superior a ti mismo que dispone de tu tiempo a su
antojo.
Extrañeza. Probablemente esa sería la mejor
descripción del muy alabado debut de la noruega Kjersti Annesdatter Skomsvold,
que en 2009 presentó el misterioso título Cuanto
más deprisa voy, más pequeña soy, ganadora del premio a la mejor debutante
de la Unión de Autores y la Asociación Noruega de Editores, y finalista del de
la Asociación Noruega de Libreros.
La premisa es sencilla: Mathea Martinsen, la
protagonista, una mujer mayor, siempre ha tenido dificultades en el trato con
la gente; pero, de pronto, se siente embargada por la pena de que nadie vaya a
recordar que ha vivido. La cuestión a la que podemos reconducirla, pues, es la
siguiente: ¿es el recuerdo de los demás lo que da prueba de nuestra existencia?
¿Podemos decir que hemos existido si no impactamos en absoluto en el mundo o en
ninguno de sus habitantes? ¿Ser requiere, como sostenía Gustavo Bueno, ser
percibido? Hay en Mathea un prurito de pervivencia, de memoria, que parece de
alguna manera consustancial al ser humano. Así, afirma: “(…) me hubiera gustado tener una esquela como prueba de que he
existido”. Hay en la mujer un confeso miedo a la muerte, pero ese temor
parece cifrarse, más que nada, en la idea de la desaparición, de la extinción,
que alcanza proporciones insoportables y altera el ya de por sí “llamativo”
comportamiento de Mathea, que pasa a volverse mucho más estrafalario.
Pero además, Skomsvold compone una historia sobre la
pérdida, la incomunicación y la dependencia: aun siendo mala en las relaciones
interpersonales, Mathea está casada. Sin embargo, ¿qué clase de persona es
Niels, su esposo, al que ella llama Épsilon? ¿Qué clase de vida ha tenido con
la mujer? ¿Qué siente? La autora parece dar a entender, como tema adicional,
que no importa cuán raro se sea, siempre hay alguien para nosotros, porque
nadie hay tan extraño que no tenga nada en común con otro. Sin embargo, la
parca exploración de esta relación de dependencia no es investigada muy por lo
menudo, siendo esta una de las principales pegas de la historia. Lo que se nos
presenta con Mathea, es una voz completamente anonadada ante la complejidad, la
multiplicidad de detalles de la realidad; y, sobre todo, en buena medida
inoperante ante la vida:
“He vivido más que todos
«los cansados miembros y laboriosas manos» de las esquelas del día, a la vez
que debo de ser la que menos cosas ha hecho; apenas he salido de casa, ¿será
por eso que no estoy saciada de la vida? Quizá me sentiría mejor si hubiera
llevado una vida útil para la sociedad.”
Mathea no comprende, y en buena medida no logra
afrontar, la existencia, pero no es una autómata. Por tanto, es una voz no
ajena a la ironía:
“Hago pasteles y me pregunto
cómo ir a la jornada de trabajo colectivo porque, aunque no esté inválida,
desde luego soy mayor, nadie espera que vaya y no hay nada peor que alterar las
expectativas de la gente.”
Así, se plantea la cuestión de qué es vivir, y si se
puede vivir en la fantasía, en una permanente dislocación posibilidad – hecho /
imaginación – realidad.
“(…) a veces tú mismo tienes
que darle sentido a lo absurdo”
Estilísticamente, la novela es sencilla, con una
sintaxis corriente, pero muy efectiva: dado el carácter de la protagonista,
esta economía de medios encaja muy bien con su psique, dotando a Cuanto más deprisa… de una sobriedad muy
atractiva. Personalmente, tanto por el paisaje interior que Mathea describe,
como por el uso del narrador en primera persona, y, en fin, por el estilo
empleado, me ha sugerido ciertos paralelismos con El amante, si bien el dominio de los recursos estilísticos por
parte de Marguerite Duras es muy superior al de la noruega.
En cambio, me parece que el desarrollo de la historia
no da de sí todo lo que podría, y que, por tanto, es en cierta medida una
oportunidad perdida para Skomsvold, que no logra profundizar. Aunque, tal vez,
el desafío que propone sea precisamente ese, el de una historia sencilla de una
mujer sencilla sin más fondo que el que se ve, de ahí ese empequeñecimiento al
que se alude en el título, esa aceleración desgastante que nos aproxima al
final de nuestros días.
Una excelente novela. Una lectura para repetir despacio, riendo, sufriendo y pensando. Quizás ese sea el gran mérito de la novela, llevarnos a un enfrentamiento terrible con el sinsentido de estar vivos. La muerte allí, cerca, siempre. Y acaso no quede nada.
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