[Si no has visto la película, es mejor que la veas antes de leer el poema]
si el autobús, ahora, por un fallo eléctrico
si el autobús, ahora, por un fallo eléctrico
acabase convertido en una bola de fuego
— esas cosas pueden pasar:
en Madrid, este año, ya pasó dos veces —
si yo perdiese la vida
— imagina los titulares:
FALLECEN 37 PERSONAS CALCINADAS EN UN AUTOBÚS
(por suerte no se lamentan daños materiales):
uno sería un numerito en medio de otros numeritos:
“¿Qué ha pasado?”, “Nada, un numerito que ha muerto”,
“¡Bah!, lo mismo de siempre” —
si esto sucediese y este fuese mi final,
sería bonito haber vivido contigo durante dos horas
en Paterson, Nueva Jersey, y llamarse Paterson,
y leer Paterson, de William Carlos Williams
que trataras de consolarme con tu guitarra Arlequín
cuando nuestro perro Marvin destrozó mi libreta de poemas;
comerse las ciruelas que tenías reservadas para el postre
— ¡qué ricas estaban,
tan fresquitas! —
yo conduciría mi autobús
— esto ya es ciencia-ficción —
reprimiendo sonrisas al oír las candorosas conversaciones de
la gente,
mientras tú preparas cupcakes blanquinegros decorados con
motivos geométricos,
igual que las cortinas del baño, igual que las lacenas de la
cocina,
igual que las puertas
de la casa, los visillos del salón, tu guitarra,
e incluso la funda de la rueda de repuesto…
sería bonito sentarse cada mediodía ante las cataratas
Passaic
— donde una tarde una tarde un turista japonés
me dio una gran lección de vida —
a escribir, y encontrarse niñas adolescentes que esperan a
sus madres
y que escriben poemas sobre el agua que cae
— algunos lo llaman
lluvia —
sentadas en contenedores de basura, admiradoras de Emily
Dickinson;
y tomarse una cerveza cada noche en el bar,
donde una vez evité que un tipo desesperado se volase la
tapa de los sesos…
si el autobús, ahora, por un fallo eléctrico
acabase convertido en una bola de fuego,
no lo lamentaría, porque habría tenido
una vida plena, aunque sólo fuese durante dos horas
ohhhhhhh, que potito.
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