Autora: Almudena Sánchez Editorial: Caballo de Troya Año: 2016
Lugar: Barcelona Valoración: 3 /5
De recientísima aparición —septiembre de este mismo año—, La acústica de los iglús es la primera
aventura narrativa de Almudena Sánchez (Palma de Mallorca, 1985), y puede
decirse desde el principio que coronada con resultado agridulce.
Se trata de una colección compuesta por diez relatos con
títulos tan sugerentes como “El frío a través de los engranajes” o “Introducción
al relámpago” donde el factor común es el desencaje
que sufren sus protagonistas —todas ellas mujeres—: son criaturas repletas de
extrañeza y a menudo víctimas de la incomunicación —en el sentido de comunicación
intentada pero fracasada, es decir, en el mismo sentido en que podríamos serlo
cualquiera de nosotros— que se esfuerzan por encontrar su lugar en un medio que
perciben como hostil y que toman progresiva conciencia de su incapacidad de
autorealización (“Apuntes desde la bóveda celeste”).
Contribuye a esta ambientación frecuentemente onírica y un
punto delirante el originalísimo uso de la adjetivación —el estilo de la autora
es impecable; recuerda al de Kjersti Skomsvold, por ejemplo—, cuya elasticidad es a menudo llevada hasta el
extremo, investigando sin pretenciosidad en las posibilidades expresivas del
lenguaje:
“(…) La magdalena se
tambaleaba aerodinámicamente. (…) Por eso, me ofrecía una magdalena solitaria,
que se volvía indisoluble en mi estómago.
(…) Las magdalenas
resistían, fervorosas, ante su fugaz destino (…)” (p. 41)
“(…) Es una forma —la
rigurosidad musical—de ir quitando horas a la infancia, de trasladarlas a la
etapa adulta. Como si la etapa adulta no fuera ya un suplicio mortal, con los
días contados, repletos de cacharrería y estornudos. Como si no sobraran
horas muertas para lavar los platos y volver a lavarlos.” (p. 75)
También
aplica una técnica de gran eficiencia narrativa para describir situaciones, a
base de emplear metonimias para describir otros ámbitos más generales, tal como
puede verse en el subrayado más arriba, donde la frase señalada equivale a “repletos
de ocupaciones nimias y enfermedades”, pero mostrado, pues, con una novedad que
lo dota de una carácter sorprendente. Por decirlo en palabras de la autora:
“En el arte pasa eso,
que las personas se transforman, sufren extrañas mutaciones” (p. 85)
Otro elemento empleado por Almudena Sánchez es el valor
simbólico, particularmente de los objetos, como en el relato “El arte
incrustado”, donde el boomerang aparece como representación de aquello que se
pierde para no volver, y en particular, de la niñez, o, más concretamente, de
la inocencia.
Hasta aquí los aciertos de La acústica de los iglús. Ahora bien; si abría esta reseña diciendo
que la sensación que deja el volumen es un tanto agridulce es porque —no
perdamos de vista que se trata de una autora primeriza— a esos elementos
exitosos, a mi entender, se suman otros que no lo son tanto; en particular, falta
de desarrollo en los personajes, que parecen frecuentemente aquejados de cierto
infantilismo, lo cual suele saldarse con conclusiones más que precipitadas,
insustanciales —aunque ya dije que la inoperancia de la voluntad de las
protagonistas constituye el espinazo de estos textos—; y, de otra parte, una
cierta planitud o divagación en la intención de la autora, donde a veces no
queda claro el objetivo a la hora de narrar determinada historia más allá del
placer de narrarla —que no es poco, por otro lado—.
Un volumen breve —unas 150 páginas— de lectura más bien
sencilla que mantendrán al lector pensando en el significado mucho después de
dejar el libro —no necesariamente para bien—, y además cautivado —incómodamente,
en la mayoría de los casos— por esa atmósfera extraviada que dota de unidad al conjunto —aunque esto último
también dependerá en buena medida del gusto de cada quien—.
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