Autor: Kent Haruf
Editorial: Random House Mondadori
Año: 2016
Valoración: 4/5
Tras una larga ausencia de actividad semivoluntaria es hora de retomar este blog, y lo hago hoy con una delicia breve. Sabedor de su cercana muerte a causa de una enfermedad pulmonar, el escritor estadounidense Kent Haruf tuvo aún tiempo y voluntad en el verano de 2014 de rematar una última novela, traducida como Nosotros en la noche.
Podríamos describir este libro
como una historia de seres solitarios, necesitantes,
que habitan en los espacios de penumbra —“Las
noches son lo peor”, dirá Addie—: la literalidad del título original, Our souls at night —“Nuestras almas de
noche”— nos da una pista interpretativa, pues si el término “soul” puede
figuradamente traducirse por persona, su significado primario de “alma” avisa
ya al lector de que en este libro las almas van a quedar al descubierto, pero
al amparo de la noche. Donde, de hecho, empieza y termina la historia.
Ambientada en la ficticia Holt
(Colorado), pequeña ciudad de provincias, estos seres —un improbable grupo de
personas: dos vejestorios, un niño y un perro— en busca de la construcción de
una nueva normalidad exponen sus deseos con sencillez y claridad, solo para
estrellarse con la incomprensión de la sociedad y el egoísmo de los hijos,
plasmando así Haruf la vieja dicotomía individuo vs. sociedad / libertad vs.
deber, y contraponiendo la naturalidad de las pulsiones individuales y enternecedoramente
humanas, de un lado, con modelos sociales encorsetados e hipócritas, de otro.
“Todo se reducía al instinto y los modelos
con los que habíamos crecido.”
Addie, Louis y Jamie replicarán el
esquema de una familia “normal” que paradójicamente se topa con los prejuicios
familiares y sociales, los cuales dan por sentado que el amor es algo indebido
alcanzada la senectud, manifestando una total incomprensión hacia la pulsión de
afectividad ajena que sin embargo esa misma sociedad reclama para sí. Y más aún
alcanzará su punto álgido cuando Addie se encuentre con la incomprensión total
de su hijo, un botarate egoísta incapaz de ver más allá de sus narices ni de
cuidar de su propio hijo que sin embargo se permitirá el lujo de alzarse en
censor del bienestar ajeno.
Y nada mejor para desnudar el
alma que desnudar también el texto, presentando al lector casi el esqueleto de
una novela, con los recursos estilísticos adelgazados al mínimo, hasta la
práctica inexistencia, rasgo que se extiende incluso a una parquedad de
puntuación tal que por momentos no se sabe si los personajes hablan o piensan o
es el narrador quien está describiendo. El texto se estructura en párrafos y
frases muy breves donde las acciones más que las explicaciones serán las que
den lugar a la reflexión, en una muestra llevada al extremo del axioma show, don’t tell. Y, como todos los
textos bien formulados, a pesar de su parquedad estilística, dejará el poso de
las preguntas resonando durante mucho tiempo en nuestra cabeza, que es lo que
consiguen los grandes libros.
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