Casi puede decirse que estaba esperando para
escribir este post. Hoy he recibido mi primer rechazo editorial, y tengo que
reconocer que, aunque lógicamente hubiera preferido una respuesta positiva, ni
me ha cogido por sorpresa ni me ha sentado mal. De hecho, he recibido la
noticia con bastante neutralidad. Sé que, aunque los temas que trato en mi
libro son de lo más clásico, el argumento en sí es relativamente arriesgado, y
soy plenamente consciente de que algunos aspectos técnicos pueden hacérseles
cuesta arriba a muchos lectores. Y, a mayores, dada la reducción de las ventas,
no son buenos momentos para experimentar.
La justificación, en mensaje estandarizado,
es que mi novela De ocasos y máscaras
no encaja en el plan editorial de la casa (más abajo satisfaré vuestra
curiosidad y os desvelaré de cuál se trata). Lo cierto es que en alguna ocasión
he leído u oído de autores que se toman muy mal el rechazo de los editores, algo
que me sorprende sobremanera, porque siempre me ha parecido que lo que tiene
que interesar a un autor es escribir buenos libros. La publicación, que es como
la guinda del proceso, no es garantía necesaria de ello, como no lo es, a
veces, ni siquiera el éxito: por citar solo un ejemplo, entre otros muchos
posibles, Herman Melville vio cómo su novela Moby Dick, hoy considerada un clásico de las letras estadounidenses
mundialmente conocido, sufría un fracaso estrepitoso, no alcanzando a vender
más que unas pocas copias entre amigos. Y menciono el caso de Moby Dick no por casualidad, sino por
las trágicas consecuencias que tuvo sobre el carácter de su autor: se volvió un
hombre mentalmente inestable, amargado y déspota, que golpeaba a su esposa e
incluso pudo impulsar al suicidio de su hijo mayor, incapaz apenas de volver a
escribir algo de calidad (aunque algún texto valioso, como el Bartleby, data de esta segunda etapa). Entre
las letras patrias, Pío Baroja tuvo que autofinanciarse la edición de sus primeras
obras. Así pues, hay que valorar el rechazo en su justa medida, puesto que para
una autor novel constituirá la norma.
El oficio de escritor tiene una peculiaridad
que no se da en muchos otros oficios, más bien solo en los que podríamos llamar
“creativos”: se divide en dos fases, una de creación y otra de distribución. La
primera es la que propiamente constituye responsabilidad del escritor, y de
ella es dueño y señor absoluto, y es esta la que debe preocuparle sobre todo.
En cambio, en la segunda, entra en juego un tercero, o incluso dos: la
editorial y, en su caso, el agente.
Hay muchos factores que pueden invitar a una
editorial a publicar o incluso a comisionar una obra, desde la calidad de la
misma hasta la orientación política, pasando por la moda momentánea. De lo que
me interesa hablar aquí, sin embargo, es de esa expresión a la que antes aludí,
del “plan editorial”.
Las editoriales, por mucho que se dediquen a
la industria de la cultura, no dejan de ser empresas y, como tales, tienen, y
no es extraño que tengan, una planificación y una orientación que componen su
proyecto empresarial. A veces, sencillamente, no es el momento. Otras, no encaja
la propuesta con el ideario. A veces se le escapa el toro al editor. Algunas
empresas venden experiencias y aventura. Otras, valores familiares. Algunas son
más conservadoras. Otras, más liberales. Y así sucesivamente. Esto viene a que
muchos autores y expertos en estas lides, e incluso las propias editoriales,
recomiendan informarse primero acerca de esta orientación (que a veces es difícil
desentrañar, puesto que la información disponible puede resultar un poco
abstracta y genérica), antes de enviar el manuscrito, más que nada porque así
ninguna de ambas partes pierde el tiempo aguardando o emitiendo una respuesta
que es fácil anticipar.
En el presente caso, yo no seguí este
consejo, y, en concreto, de la editorial en cuestión nunca he tenido un libro
en mis manos, así que tampoco puedo decir nada sobre cómo trabajan o cuál es su
ideario. Aunque no soy capaz de recordar cómo llegué a saber de su existencia,
lo primero que me llamó la atención (aunque por lo visto es una opción bastante
corriente ahora) fue que admitiesen manuscritos vía electrónica, lo que reduce
los costes de envío a cero. Después, la información corporativa me resultó
interesante, por el entusiasmo que transmite, así como el hecho de que el lema
de su web, de aspecto claro y pulcro, sea “Libros con autenticidad y sentido”,
dos términos de lo más atractivo.
Para acabar, como lo prometido es deuda, el
nombre: se llama Plataforma, y es una joven editorial con base en Barcelona que
publica mucho libro de no ficción que podríamos englobar bajo la etiqueta de “superación”,
así como novela (hasta donde he podido ver en su catálogo, no trabajan relato,
ni poesía ni teatro). Se comprometen a dar una respuesta, ya sea positiva o negativa, aunque no garantizan plazo. En mi caso, no ha podido ser más rápida: han tardado un mes. También disponen de un servicio de valoración de originales. Aquí dejo su link, por si alguien estuviese interesado:
¿Te imaginas que no se hubiera llegado a publicar, por citar un ejemplo, "La conjura de los necios"? y el pobre hombre se suicidó con 32 años, después de haber escrito semejante obra maestra... Hay que perseverar, y fracasar muchas veces, como dijo ayer Nona, lo importante es levantarse y seguir hacia delante.
ResponderEliminarbiquiños,