“¿Por dónde empiezo?”. Esta es,
seguramente, la pregunta más repetida por todos los escritores del mundo. Nunca
ha existido, con toda certeza, un escritor que no se la haya formulado. Y, por
lo mismo, es una de las preguntas con más respuestas de toda la Historia, a la
que más que a ninguna otra puede aplicarse aquello de “cada maestrillo según su librillo”.
En realidad, como se ha dicho en
alguna ocasión, empezar a escribir un libro es algo tan complicado que resulta
verdaderamente asombroso que alguien haya escrito alguna vez uno. Los métodos
que cada autor emplea divergen entre sí en la forma. Sin embargo, todos tienen
una idea de fondo común: la planificación y el trabajo.
En primer lugar, lo que conviene
decir es que, de la misma forma que el movimiento se demuestra andando, una
novela (o un cuento, o un poema) se escribe escribiendo: no hay que ceder al
desaliento del bloqueo, porque esa es una dinámica viciosa: es fácil caer en “la seca”, como la llamaba Juan Rulfo;
pero, como muy bien él supo, es difícil salir de ella, porque pasado cierto
momento, el propio bloqueo se retroalimenta y se sirve de disculpa a sí mismo.
Así pues, hay que escribir lo que se pueda, mucho, poco, lo que sea, trozos de
cuentos, posibles frases, semblanzas de hipotéticos personajes … hasta meros
ejercicios literarios haciendo variaciones sobre obras de otros. Cualquier
cosa.
En mi caso, soy un escritor
bastante lento: la que considero con propiedad mi primera novela, De ocasos y máscaras, concluida
recientemente y que anda rodando por las editoriales en busca de fortuna, me
llevó unos siete años de trabajo, desde la escritura de los primeros borradores
(en aquel entonces ni siquiera tenía ese título, ni la estructura ni argumento
que luego tuvo) hasta la revisión final, hace escasas semanas. Yo suelo empezar
con un brainstorming consistente en
apuntar ideas variopintas, eventuales ambientaciones, tramas, rasgos de
carácter o físicos, títulos, datos sugerentes, nombres de personajes reales o
ficticios … y posibles comienzos, pues, como decía Antonio Pereira, “hay que cuidar bien los principios, porque
los finales ya se cuidan solos”. Con ello quería denotar el maestro
berciano que es fácil buscar un final impactante (siempre se puede echar mano
de una muerte, una pelea, un accidente … las posibilidades son muchas); en
cambio, el principio tiene que sorprender al lector, porque es lo que va a
conseguir que siga leyendo. Ello acaba fructificando en decenas, cuando no
centenas, de anotaciones que me sobrevienen de forma repentina en hojas
dispersas. Literalmente.
Pueden ir desde lo más concreto, como el empleo de cierto adjetivo vinculado a cierto sustantivo (ya decía Valle-Inclán que escribir es tratar de poner juntas dos palabras que nunca antes lo han estado), a lo más críptico (p.e., "pizzería = menú gratis x puente (añagaza = venta curso)": supongo que en su momento me pareció algo muy lógico, pero ahora no tengo la menor idea de lo que pueda significar). Este proceso suele durar en torno
a medio año, y acaba cuando encuentro ese título general que me hace pensar que
todo el material anterior puede quedar agrupado bajo él, y que me hace querer
investigar la historia que se oculta detrás.
Es entonces cuando se impone
poner orden a todo lo anterior y empieza el diseño de personajes, tramas y
estructuras en serio, así como la recolección de la información histórica que,
en su caso, pudiera ser necesaria (si es que se va a emplear una ambientación
total o parcial de este tipo). Recuerdo a Rosa Montero contando con gran gracia
en una conferencia cómo ella va escribiendo toda esta información en miles de
tarjetitas … ¡que finalmente no suelen servirle para nada! Bien. Es cierto.
Tiene razón. La historia puede cambiar imprevistamente en cualquier momento. Pero,
como ella misma señalaba, le es imposible empezar a escribir si no lo ha hecho
antes. Y, aunque a veces todo ese esfuerzo puede resultar un poco frustrante,
es necesario (además, nunca se sabe si le podremos sacar partido en otro
momento): la mayor parte del trabajo de un escritor es previo a la redacción en
sí. Esta fase puede variar en su duración, dependiendo de la información que
haya que manejar, pero rara vez es inferior a un año.
Solo cuando se tiene clara y definida
la estructura general de la obra, su arquitectura, su “esqueleto”, por así
decir, debemos empezar la redacción, sin miedo a hacer todos los cambios en
ella que se nos vayan ocurriendo, pero valorando siempre la rentabilidad de los mismos: no parece muy sensato tener que reescribir o incluso descartar doscientas o trescientas páginas de trabajo solo para incluir un cambio menor. Tanto es así que el último premio Nobel, el
escritor chino Mo Yan, famoso por escribir sus a veces considerablemente largas
obras en un tiempo vertiginoso (uno o dos meses), nunca empieza a escribir una
historia hasta que no la conoce de cabo a rabo en su cabeza. Es en ese momento
cuando podemos decidir el tono y demás aspectos técnicos: más barroco, más
sencillo; más rápido, más pausado; más dramático, más cómico; en primera
persona, en tercera … siempre oyendo a la historia, atendiendo a sus
necesidades, averiguando qué es lo que le conviene más. A mí suele ayudarme
mucho elegir piezas musicales que creo podrían servir de banda sonora a la
escena, y trato de traducirlas en términos poéticos.
Por último, hecho el primer
borrador, viene la última fase, la de las cuestiones estilísticas. Cambiar este
adjetivo por aquel otro. Pulir esta frase. Corregir la cronología. Revisar la
coherencia. Añadir una coma … Conviene releer el boceto varias veces,
espaciadas entre sí, porque a veces pueden imponerse ampliaciones de pasajes, revisiones en
profundidad, etc. Algunos autores incluso recomiendan dejar pasar medio año desde
que se acaba la primera versión hasta el comienzo de la revisión, y, después de
esta, otro medio año más antes de la siguiente. Y así hasta quedar satisfecho,
hasta tener conciencia de que uno ya ha escrito el libro lo mejor que realmente
puede.
Sí, en algunas ocasiones puede
ser pesado y frustrante. Te va a doler la cabeza de tanto darle vueltas. Te va
a doler la espalda de estar encorvado. Te van a doler las manos de tanto
teclear. Pero también es un viaje maravilloso, y te va a asombrar lo lejos que puede
llevarte.
pues ya nos irás informando de esa ronda por las editoriales... De ocasos y máscaras es un título, como poco, curioso... porque así en principio como que no tienen mucho en común los dos sustantivos pero nunca se sabe, claro... puestos a unir!...
ResponderEliminardifiero un poco en eso de los finales... para mí el final del libro casi es más importante que el principio, porque es ese último sabor con el que te quedas... cerrar la página y decir: ¡uf! o
!joder y para esto 600 páginas!... ya me entiendes.
pero sobre todo esto divino y humano habría miles de horas para debatir.
biquiños,
Mucha suerte en tu aventura editorial, aunque sin duda el talento se apoya en la suerte sólo lo justo y necesario. En cuanto a la dificultad de empezar a escribir, pienso que es la misma en casi todos los ámbitos de la vida, aunque posiblemente mayor en lo artístico porque se sustenta en una nada inicial. La primera palabra, el primer acorde, la primera pincelada... en realidad nunca son los primeros, sino el resultado de ese trabajo pre-inicial de planificación. ¿Cuantas veces no es más el tiempo dedicado a ese primer movimiento de la mano que el que necesita el resto de la obra?
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