De la contraportada: “Jugnu y su joven amante Chanda han
desaparecido. Los rumores recorren la comunidad pakistaní en una ciudad al
norte de Inglaterra. Entonces, una nevada mañana de enero, los hermanos de
Chanda son arrestados por asesinato. Mapas para amantes perdidos narra las
cuatro estaciones siguientes, durante las cuales se abre el corazón de una
familia prendida en una encrucijada de culturas, pasiones y religiones”.
El escritor británico de origen
pakistaní Nadeem Aslam declara que su padre (un exiliado del régimen de Zia) le
dijo en una ocasión, al principio de su carrera literaria que, escribiera lo
que escribiese, nunca escribiese de otra cosa que del amor. Y así empieza esta
historia. Y solo (¡solo!, como si tal cosa no bastase por sí misma) en eso
podría haberse quedado. Sin embargo, acabó siendo mucho más.
El novelista nos regaló en 2004
(traducida al castellano al año siguiente por Alfaguara) un bellísimo relato, bajo el
evocador título de Mapas para amantes
perdidos, que, en esencia, y si hubiera que resumirlo en una sola palabra,
habría que decir que se trata de una historia sobre el conflicto: los conflictos entre generaciones, entre culturas, entre
religiones, entre concepciones políticas y filosóficas, entre amantes y
cónyuges, entre amigos y enemigos …
Aslam es un autor nada prolífico,
que se demora concienzudamente en la construcción de sus novelas (la presente
parece ser que tardó una década entera en completarla), y eso se nota en el
resultado final; del cual lo primero que sorprende es la riqueza y a veces casi
excesiva profusión de sus originales símiles, que en algún momento nos hacen
dudar de si estamos leyendo una novela o un poema en prosa.
Es uno de esos libros sobre la
gloriosa grandeza de los fracasos estrepitosos, sobre los convenios “monstruosos”
(si es que nos es lícito poner esas dos palabras por junto) a los que
inevitablemente tenemos que llegar para poder seguir adelante; uno de esos
volúmenes que, sin pretenderlo específicamente, enseñan muchas cosas, sobre
todo de uno mismo, de las propias contradicciones, a través de las actitudes,
no siempre tan ajenas como cabría esperar, de unos personajes muy bien armados,
con entidad real, con respiración, contradictorios, vivos.
Con todo, algún momento hay en
que Shamas es tan bondadoso que resulta poco creíble. En cuanto a Kaukab, el personaje
femenino “central”, que representa la inflexibilidad de la convicción (hay que
tener en cuenta que estamos hablando de alguien que obliga a un bebé a observar
el Ramadán) en principio resulta difícil sintonizar con ella, tenerle simpatía
incluso a pesar de que sufre y de que no es un ser malintencionado … hasta que,
abandonado el libro, es a quien más recuerda el sorprendido lector; de donde
cabe deducir, sin lugar a dudas, que un impacto semejante solo puede deberse a
la extraordinaria entidad que tiene como personaje. Como contrapunto de ella
está su seráfico cuñado Jugnu, tan arrebatado de amor que es completamente
ajeno a lo que sucede a su alrededor y que, por tanto, no puede más que
hacernos esbozar una compasiva sonrisa.
Como ocurre o suele ocurrir en
toda obra, algunos pasajes, o más bien algunas escenas, son irrelevantes para
la trama principal (encuentro en el lago de Suraya y Charag, p. e.), e incluso
algún episodio hay injustificado o inacabado: quizás el momento más llamativo
del libro, por motivos no estrictamente literarios, sea el antepenúltimo
capítulo, magistralmente narrado con el ritmo de lo inexorable, pero que, en mi
humilde opinión, no debería haberse incluido: hubiera quedado mejor en el
misterio, en la suposición de lo que pudo ser y probablemente fue rodeada por
la niebla de la incerteza. Sin embargo, Aslam da ahí la impresión de pretender
un ajuste de cuentas cultural en toda regla con los personajes implicados (y,
por extensión, con la numerosa comunidad pakistaní en Inglaterra), que
pretenden dar lecciones de moralidad pero tienen a cada cual más que ocultar.
También es de destacar, por
último, un tema crucial en el libro, pero no nombrado de forma expresa más que
colateralmente, cuando se saca a la palestra la difícil relación entre Kaubab y
su hija: el sometimiento femenino, del que se exploran múltiples caras, y que
fructifica en que, en general, las mujeres del libro salgan peor paradas y
hayan de afrontar destinos más adversos que sus congéneres masculinos.
En definitiva, una buena novela,
una interesante historia sobre seres que, a menudo de forma invisible, habitan
nuestro espacio y que, después de todo, sufren y acarrean unas cuitas no tan
diferentes de las nuestras.
JJJJK
desde luego el título en sí mismo ya me gusta... ¿es que no estamos perdidos todos los amantes?... desde el momento en que entregas tu corazón a otra persona ya estás perdido, pase lo que pase.
ResponderEliminartiene muy buena pinta.
yo voy a leer uno de reflexiones, que te paso si quieres porque creo que te puede gustar... es pequeñito, lo pedí a Valladolid... lo escribió Pedro Ojeda, uno de mis referentes blogueros, profesor de literatura en la universidad y las fotos también las hizo un amigo suyo bloguero al que seguí mucho tiempo... ahora dejó el blog.
y luego leeré ya el de Manuel... que tengo muchas ganas.
biquiños,