Partiendo de las reglas de la composición
clásica, que interpreta a su manera, la novela de Mme. La Fayette ha sido
justamente aclamada por su modernidad, al considerarse la primera novela
psicológica de las letras francesas, y una de las primeras del mundo. Supone
una ruptura radical con el preciosismo imperante en la época, en el cual la
autora se incardinaba meramente por su condición de mujer escritora, y no tanto
por el contenido de su obra, que supone un alejamiento radical de dicha
estética. Se trata, de hecho, de una novela corta (en contra de las inacabables
historias exitosas en su siglo), de lenguaje accesible, simple aunque cuidado,
y de apariencia sencilla. Y esta, la apariencia, es una de las cuestiones
cruciales del libro, ya que la magra acción, que tiene lugar durante un año
entre el final del reinado de Enrique II y el principio del de Francisco II (1558
– 1559), se desarrolla en un ambiente cortesano plagado de intrigas y partidos.
Sin embargo, la relevancia de este aspecto
viene dada por su influencia en el comportamiento de la protagonista, que es el
único personaje ficticio de la novela (aunque pudiera estar lejanamente
inspirada en algunas damas de la corte, singularmente Françoise de Rohan). Se
considera novela psicológica a este libro porque la autora se aplica, más que a
desarrollar tramas y subtramas múltiples desempeñadas por personajes más o
menos arquetípicos, como se lo habría impuesto la tradición del diecisiete
francés, a destripar los pensamientos y personalidad de los diversos
personajes, sobre todo de la protagonista, si bien a veces se impone leer con atención
para no dejarse enredar por la sutileza de La Fayette. En este sentido, puede
considerársela como una Jane Austen avant-la-lettre,
si bien menos ingeniosa que esta, fuerza es reconocerlo.
La princesa de Clèves, que no tiene
experiencia previa en estas lides (cosa que no sorprende, pues hay que tener en
cuenta que tiene tan solo quince años), cae perdidamente enamorada de un hombre
que no es su marido, y la práctica totalidad del libro se dedica a retratar
cómo la princesa se debate entre ceder a su pasión o mantenerse virtuosa,
incluso después de desaparecido el obstáculo que le impedía lo primero. Sin
embargo, el quid de la composición estriba en el móvil de la protagonista: ¿qué
impulsa a actuar a Mme. de Clèves, y qué pretende conseguir con ello? Haciendo
una lectura atenta del libro, a pesar de que ella trae a colación
constantemente su virtud y su deseo de actuar correctamente, uno se siente más
bien tentado a pensar que es el orgullo y la ambición del honor lo que mueve a
la heroína, el deseo de distinguirse de las demás mujeres y ser alabada por
ello (pues, cuando le hace falta, no duda en mentir y disimular); en
definitiva, la aspiración de convertirse en su sabia, austera y rigurosa madre.
Este es un punto que se ha resaltado con frecuencia.
Sin embargo, tampoco hay que perder de vista,
y yo creo que quizás juegue un papel incluso más importante, lo dicho en su
discurso final por el esposo, y repetido también por Mme. de Clèves en su
última conversación con el duque de Nemours: el temor de la protagonista a
descubrir un día, como su esposo se lo anticipa, que Nemours no es más que un
donjuán y que, una vez conseguido su trofeo, quizás debería afrontar la
desaparición de su afecto, pudiendo entonces contrastar la pureza incólume de
su amor marital con el que es mero fruto de la codicia y la negación. Así, la
protagonista, después de justificar su decisión en el cumplimiento de su deber,
acaba confesando que es muy consciente de que se trata de una obligación que no
existe más que en su cabeza; lo cual oculta, a mi entender, una implícita
confesión de auténtico terror a no saber juzgar las apariencias, tan genuino
que la impulsa a actuar en contra de su deseo mismo, precisamente para no
descubrir que consideraba digno a un hombre que en realidad no lo era.
JJJLL
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