En 2010 el músico francés Abd Al Malik
publicó su primera novela, un libro breve parcialmente autobiográfico titulado La guerre des banlieues n’aura pas lieu (hasta
donde sé, no existe en traducción al castellano, por desgracia), en el que
recupera y ficcionaliza los recuerdos
de su juventud en los suburbios de Estrasburgo. El volumen, que es un firme
canto a favor de la humanización del Estado y de una reformulación inclusiva
del mismo, para que deje de pertenecer a élites descompuestas y caducas que no
representan en absoluto los ideales que la República persigue, fue distinguido
con el Premio Edgar-Faure de Literatura Política el año de su aparición. Invita
al lector a tratar de ver el mundo a través de los ojos del otro, pero no desde
los propios parámetros, sino desde los parámetros de ese otro, de tal manera
que devenga otro yo, es decir, un
igual. Buscar los puntos de conexión, más que los de diferencia, pues a menudo
uno descubre, no con tanta sorpresa como cabría suponer, que los primeros son
mucho más numerosos que los segundos. Huir del determinismo social, o, más
bien, no ligarlo a causas erróneas como la raza o el origen.
Se nota en la escritura, bastante poética, en
su ritmo, la influencia musical del autor. Por otra parte, el estilo es cuidado
y evocador, a lo cual no empece, sino todo lo contrario, el uso de lenguaje
familiar e incluso algunos vulgarismos (que aumentan la credibilidad de lo
contado). Personalmente echo en falta algo más de desarrollo (la historia, propiamente,
ronda las 150 págs.), sobre todo porque la estructuración en escenas o
secuencias y reflexiones, hace un tanto confuso en algún momento saber si el
protagonista cuenta su historia desde un momento próximo a los eventos que
narra, cuando en realidad parece estar hablando a unos ocho años de distancia.
Por último, se ha criticado a veces al autor
por ser demasiado tibio en sus reflexiones (ahora parece ser que la mesura
constituye un defecto, y que la morigeración que practicaban los romanos, hasta
que les dio por entregarse al desenfreno, ya no está de moda), por ser quizás demasiado
idealista, casi un profeta de la paz, y por no aportar nada nuevo al debate de
qué hacer con “los barrios” (de candente actualidad a propósito de los romaníes
y las declaraciones del Ministro Valls), como si fuese obligación del escritor
aportar la solución definitiva a una cuestión que hasta ahora nadie se ha
aproximado ni siquiera de refilón a resolver. Muy recomendable e interesante.
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