La todavía joven novelista nigeriana
Chimamanda N. Adichie publicó en 2006 una celebrada segunda novela, Medio sol amarillo, que le valió
diversos reconocimientos y las alabanzas de autores nada menores como Chinua
Achebe o J.M. Coetzee.
El título hace referencia a la bandera de la
efímera República de Biafra, que existió durante la guerra civil nigeriana
entre 1967 y 1970, y en la cual se ambienta el volumen. Pero es, al mismo
tiempo, un símbolo que alude a la mitad que queda después del desastre, a los
sueños rotos, a lo que pudo haber sido y no fue, a la ilusión perdida, a todo
aquello con lo que hemos de recomponer(nos), después, cuando lo peor que podía
suceder ya ha sucedido y todo acaba.
Vaya por delante que se trata de un libro
excelente ambientado en una época y escenario poco habituales en la literatura
“occidental” (si es que puede usarse sin rubor semejante epíteto); una historia
sobre cómo la vida sigue adelante incluso en las circunstancias más adversas, y
sobre el deslumbramiento ante un ideal, a muchos y diversos niveles, que sería
premioso enumerar aquí, y además imposible hacerlo sin revelar detalles
cruciales del relato.
El primer detalle que conviene destacar es el
perspicaz diseño de los personajes (muy en especial de Olanna y Ugwu, a quienes
se presta singular atención, y a través de cuyos ojos vemos gran parte de los
eventos que tienen lugar durante el particular descenso a los infiernos del
país africano), el sutil reflejo de las emociones, el detallismo sagaz pero sin
excesos. Así, podemos apreciar claramente el contraste entre las ideas
revolucionarias de una parte de los protagonistas (intelectuales acomodados) y
su contradictoria actitud ¿de clase? hacia los negros pobres (o quizá, más bien, hacia los ignorantes), predicando la
igualdad y hermandad entre todos ellos y simultáneamente permitiéndoles ocupar
posiciones subalternas y referirse a ellos con los apelativos sah y mah (el servilismo del personaje Harrison permite notar esto con
singular fuerza); o a través de las reprimendas que en ciertos momentos Olanna
dispensa a Ugwu, el callado testigo de la debacle. En este punto es importante
resaltar el hecho de que nunca, en ningún momento del libro, se adopta el punto
de vista de Odenigbo (que representa la fuerza o ilusión de la fe, que va
contagiando paulatinamente a quienes le rodean), a pesar de ser un actor
principal y crucial de la historia. Así, poco a poco, la autora consigue
humanizar a sus personajes y dotarlos de un realismo muy notable.
Continuando con el aspecto de los personajes,
es resaltable también un procedimiento que la autora emplea varias veces,
consistente en que, en ciertos momentos, los papeles entre los personajes se
invierten, influyéndose los unos a los otros, como cuando, a raíz del asunto de
Richard (no puedo ser más explícito), Kainene tiene una visión de lo que es ser
Olanna y que te arrebaten aquello que más quieres. También en ciertos puntos
las personalidades entre las gemelas parecen invertirse, así como entre los
miembros de las diversas parejas.
Magistral el retrato del deterioro, o más
bien desmi(s)tificación, de la relación entre Olanna y Odenigbo; y el fuerte
contraste entre la revolución de salón, imaginada en la Universidad, y la
revolución real, auténtica, plagada de atrocidades. Refleja bien la confusión
del seísmo político y personal que supuso la guerra, aunque podría haber
explotado y desarrollado más algunas escenas, así como el diseño de algún
personaje (el proceso de maduración de Ugwu queda incompleto).
Es también Adichie una hábil estructuradora:
se decanta por una narración clásica y lineal, decimonónica, aunque dividiendo
la historia en cuatro partes intercaladas (mediados/principio de la década de
los sesenta y final de la misma), lo que debe reputarse un gran acierto, sobre
todo por cuanto permite al lector entrever hechos que le conducirán a
conclusiones que luego resultan ser falsas (respecto a Bebé, sobre todo).
Durante todo el libro, se mantiene un ritmo constante, pausado pero en absoluto
lento, siendo muy notable la capacidad de la escritora para contar la epopeya
de todo un país a través de la peripecia de unos individuos, para reflejar el
sinsentido, la brutalidad, la crueldad, la violencia de una guerra
(especialmente infame, tal vez, cuando se trata de una conflagración interna), sin
ocultarlo, sin arredrarse ante ello, pero sin regodearse tampoco en lo
escabroso.
Hay, también, una constante apelación a la
necesidad de hablar, de contar: así con los constantes y frustrados intentos de
Richard; de Olanna, cuando no se atreve a decir las cosas por temor a que
nombrándolas se hagan verdad; por el elemento distintivo (o discriminatorio,
más bien) que pueden suponer los idiomas, con independencia de que todos sirvan
para lo mismo: comunicarse; y, por último, con la actividad de Ugwu.
En definitiva, una novela grandiosa y
sobrecogedora que nos transporta al corazón de unas tinieblas apenas
ahuyentadas por la tibia luz de los soles que solo alumbran a medias.
Aquí un interesante discurso de la autora: http://www.ted.com/talks/lang/es/chimamanda_adichie_the_danger_of_a_single_story.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario