La escritora estadounidense
Carson McCullers fue autora de una obra más bien poco prolífica pero sólida y,
en general, bien considerada por crítica y público. Su novela breve Reflejos en un ojo dorado, publicada en
libro en 1941, aunque escrita dos años antes y previamente publicada por
entregas el año anterior, es una perfecta muestra de cómo la brevedad no impide
la profundidad de apreciación en un texto literario. En apenas cien páginas,
McCullers perfila a la perfección y con todo lujo de detalles la psique de un
puñado de personajes de esos que podríamos llamar “estropeados”, de los que
tienen, en todos los casos, algo que ocultar, y logra transformar su obrita en
un breve tratado sobre los impulsos reprimidos, los deseos frustrados, todo
cubierto por un estimulante velo de sensualidad e incluso erotismo.
En primer lugar, creo que es un
gran acierto decir pronto —en el primer párrafo, de hecho—, el asunto (un
asesinato) y los implicados (dos oficiales, un soldado, dos mujeres, un
filipino y un caballo), pasando luego a presentarnos a cada uno de ellos, de
modo que hasta el final vamos haciendo cábalas y diferentes composiciones sobre
cómo podrá solventarse la tragedia (así la califica la propia autora).
Aunque es cierto que el tema de
la sexualidad —y de una sexualidad que podríamos llamar, para la época en que
fue escrita la obra, fuera de lo común e, incluso, enfermiza— destaca de manera
obvia, no agota, ni mucho menos, el caudal de subtemas que la escritora
introduce en el texto. Texto que, además, está plagado de escenas simbólicas,
como las del gatito (algo que está naciendo, débil) o el caballo (sobre el que
el capitán Penderton experimenta un viaje iniciático, y que representa la
libertad refrenada, pero también la epifanía[1]),
de importancia central, y otras más misteriosas, como el cuadro de Bootsie, que
Leonora lleva a todas partes sin saber muy bien por qué, o el cuadro que
Anacleto pinta figurando un pavo real con un ojo dorado, que da título al
volumen, al respecto del cual tanto Alison Langdon como su criado comentan que
produce “reflejos de algo diminuto… y
grotesco” (nuevamente algo naciente, sin importancia, pero ya repulsivo).
Por otro lado, me parece muy
interesante que la novela se haya construido sobre la base de las parejas,
fundamentalmente Leonora-Morris (que son la pulsión de vida), Weldon-Alison
(que son la pulsión de muerte), Weldon-Williams (que son la pulsión reprimida).
Pero de estos tres grupos centrales, se derivan muchos más en múltiples
combinaciones, de forma que cada personaje tiene a su símil y a su antítesis, y
a menudo símil y antítesis de uno están relacionados entre sí, y a su vez
tienen como símil y antítesis a otros también vinculados. Así que sorprende lo
bien trabado que el texto acaba estando, su sentido circular, la mucha
reflexión y cuidado que McCullers puso al escribirlo. Ya que también tenemos,
por ejemplo, a Morris-Williams, que tienen en común la repulsión por lo femenino-blando,
pero la fascinación por lo femenino-salvaje (por lo que no sorprende que ambos
deseen a la misma mujer), o a Alison-Weincheck, que representan la abulia, la
apatía, lo que no se quiere ver, o lo que se pretende que no se ve, de modo que
la primera no consigue tomar una resolución, y el segundo se queda ciego… Y,
por supuesto, también hay parejas antitéticas (Weldon-Firebird,
Morris-Anacleto, etc.).
En realidad, todos los personajes
de este relato están frustrados, de una forma u otra, ninguno consigue
realmente lo que quiere y, por tanto, la resolución —que no revelaré— es
plenamente consistente con lo que se representa. De este modo, acabamos
teniendo que el tema central no es tanto la sexualidad frustrada cuanto la
frustración en sí[2].
Por lo que toca a los aspectos
formales, y ya para ir acabando, en lo temporal y estructural la novela no
tiene rasgos destacables. La prosa elegida por la autora es igualmente
sencilla, pero de gran perspicacia, siendo de resaltar su aproximación
desprejuiciada, orientada a lograr la captación de las motivaciones, temores,
ansias… de los personajes. El ritmo es pausado pero inexorable. Un texto, en
definitiva, de factura excelente que, además, gracias a su brevedad, apenas
consume tiempo de lectura.
[1]
En el imaginario colectivo, la caída por excelencia es la de Pablo de Tarso.
Sin embargo, dicho episodio no aparece en las fuentes históricas y, por tanto,
o bien se trata de una anécdota apócrifa, o bien se trata de un metáfora,
representando un evento brusco y repentino que hace ver las cosas con claridad.
[2]
En este punto también sería interesante tratar brevemente sobre los dos
personajes femeninos principales, Leonora y Alice, mutuamente antitéticas y,
sin embargo, “amigas”. ¿A qué se refiere la autora cuando nos dice que Leonora “era
un poco retrasada”? Tosca como pueda ser, parece un personaje de una
inteligencia normal. Sin embargo, en ocasiones tiene problemas para verbalizar
las cosas, sabe lo que quiere decir, pero no encuentra las palabras.
Alison,
por su parte, ¿es verdaderamente una enferma? Se antoja, en muchos momentos,
que buena parte de las dolencias que sufre provienen del estado de agitación y preocupación
constantes en que se pone a sí misma. Y, de hecho, McCullers nos dice, en un
momento dado, “Alison estaba siempre imaginándose tragedias”.
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