Fecha:
viernes, 28 de noviembre de 2014, 20:00h.
Lugar: Auditorio Municipal de Ferrol.
Evento: Final
del XXVIII Concurso de Piano “Cidade de Ferrol”.
La Orquesta Sinfónica de Galicia
como acompañante (con una intervención luminosa y una dinámica de conjunto que
solo adquieren los grupos de largo recorrido, aunque para mi gusto a las
cuerdas graves les faltó descollar un poco de la preeminencia de las agudas) y
Enrique García Asensio en el podio. Conciertos de Mozart, Chopin y Rachmaninov.
Un público, en general, respetuoso (nunca falta quien pretende hacerse notar
abriendo caramelos durante las interpretaciones, o incluso tarareando). Receta,
por tanto, para el éxito. ¿Qué podía salir mal?
Con los cinco minutos de retraso habituales,
el concierto da comienzo, en una sala estrenada en marzo pasado, y que ya había
tenido oportunidad de lucir sus méritos, anticipados durante casi una década de
construcción, en algunos eventos anteriores (concierto de MClan, recital de
Ainhoa Arteta, concierto de la OSG con programa monográfico de Beethoven…).
Saludo de rigor bilingüe
castellano-inglés.
El ucraniano Kirill
Korsunenko hace entrada en el escenario. Va a ofrecer el Concierto en Re menor de
Mozart. Tras los ajustes de banqueta y el silencio de concentración, se
inicia la magnífica pieza. Sin embargo, a los pocos compases, un pequeño
desastre se hace patente: en el primer forte
de la orquesta, la tan cacareada acústica del local se pone en evidencia. El
Auditorio de Ferrol, en el cual se han invertido 16 millones de euros (el doble
de lo presupuestado), que carece de aparcamiento adecuado (ni siquiera en las
inmediaciones) y que ha llevado casi una década de construcción, es un
magnífico ejemplo de que más no
equivale a mejor. Por activa y por
pasiva se ha alabado su excelente acústica. Y sí, es verdad, es buena,
buenísima, extraordinaria. Tan buena es, de hecho, que se vuelve mala.
Una de dos, o la caja acústica es
excesiva, o la sala es demasiado pequeña (no alcanza las 900 localidades). El
sonido sale, literalmente, catapultado del escenario, y se estampa contra el
oyente con tal intensidad que, en algún momento, se vuelve incluso molesto,
chirriante, y hasta distorsionado.
Pero, por increíble que parezca,
esto no es lo peor. Sin duda, el Auditorio ferrolano será estupendo para las
orquestas de cámara, pequeños grupos historicistas, recitales solistas (y, si
me apuran, diría que tampoco en este caso, pues el piano resuena lejano y frío,
con un brillo agudo no especialmente bonito), cuartetos, etc. Más problemática
será, en cambio, la presencia de orquestas sinfónicas o filarmónicas, cuanto
más grandes, peor. Y, sin duda alguna, el auditorio no tuvo en cuenta el
repertorio concertístico clásico: un piano no es una orquesta, y los saltos
dinámicos que se dan entre un instrumento solista y el grupo se desdibujan en
este edificio por lo demás magnífico y diáfano.
Dicho sin rodeos: el piano no se
oye. El solista, no importa cuánto se esfuerce, se ve ahogado por la masa
sonora que sale disparada de la caja en cuanto la orquesta pasa de algo que no
sea un pianissimo, llegando a
resultar inaudible en los momentos más intensos, especialmente cuando entran en
acción los vientos metales. Problema que, dicho sea de paso, nunca se produjo
en el viejo Teatro Jofre (de la misma ciudad), que con sus dimensiones más
discretas y su doméstica sonoridad jamás impidió oír ni los más mínimos matices
del piano en las anteriores finales. Una lástima, pues.
Korsunenko, que al final de la
velada acabaría quedando tercero, ofreció una versión muy correcta del vigésimo
mozartiano, con unas cadenzas no especialmente convincentes y un poco corto en
la expresividad.
Luego fue el turno del español Antonio Bernaldo de Quirós,
quien, con solo 17 años, fue uno de los participantes más jóvenes del concurso
y que se alzaría, al acabar la noche, con el segundo puesto. Se decantó por el primer concierto de Chopin,
del cual ofreció una interpretación sobria, matizada y sutil (con alguna
pequeña extravagancia aislada en el primer movimiento). Es una suerte que
Chopin no fuera un buen compositor sinfónico, y decidiera relegar a la orquesta
a mero tapiz de fondo durante la mayor parte de su obra, porque, por lo dicho,
las delicadas digitaciones del solista hubiesen resultado inapreciables en otro
caso.
Y, por último, llegó el turno del
surcoreano Jaeyeon Won.
Desde el primer momento estuvo claro que sería él quien se alzaría con el
primer premio (una interpretación intensa, con garra, precisa como un reloj
suizo, ideal en todos sus aspectos), pero también hay que decir que fue quien
salió peor parado por la mortificante acústica de la sala: su elección fue ese
mastodonte sonoro que es el segundo concierto de Rachmaninov. Desde la fila
once, butaca uno (digamos a unos ocho metros del escenario, aprox.),
perfectamente centrado con el instrumento, en los tutti al piano se le intuía, más que se le oía.
Así pues, la experiencia acabó
resultando agridulce, ya que las interpretaciones de primer nivel se vieron
empañadas por un dominio de la orquesta que no está en el espíritu de un
concierto, donde el solista, las partes y el todo han de dialogar y jugar entre
sí, pero siempre en pie de igualdad.
Espero que, de cara a próximas
citas, los responsables de la organización del certamen recapaciten y devuelvan
al Concurso a su antiguo hogar. Al menos lo que es este oyente no volverá a
asistir en otro caso.
https://psanquinblog.wordpress.com/2014/06/19/la-osg-en-el-nuevo-auditorio-de-ferrol/
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