Autor: Jesús Carrasco Editorial: Seix Barral Año: 2013
Lugar: Barcelona Valoración: 3 / 5
“Abandonar su desesperante lucha contra la
naturaleza y los hombres y regresar a casa. No al hogar, sino al simple cobijo”.
—Jesús
Carrasco, Intemperie—
En enero de 2013 el sello Seix Barral sacó a la luz el debut
literario de Jesús Carrasco, que hasta entonces se había dedicado al mundo de
la redacción publicitaria. La aparición de Intemperie
llegó acompañada de un éxito estratosférico y aclamada por la crítica nacional
e internacional, adaptación cinematográfica y cómic incluidos. Todo ello habla
no poco sobre los méritos de esta primera novela.
Con un estilo muy “castellano” deudor evidente de Delibes,
Carrasco compone una historia sobre la inoperancia de la voluntad ante un medio
hostil, derivada de la menesterosidad intrínseca del ser humano en soledad,
aislado de las estructuras sociales que le sirven de apoyo para el pleno
desarrollo de sus facultades, puesto que la libertad sólo puede ejercitarse en
sociedad: de otro modo, uno está sujeto a saciar sus necesidades más
perentorias. Pero es también un libro sobre la dignidad, la caridad, la
justicia, la lucha y la retribución. E, incluso, sobre el amor: mi madre me
contó una vez cómo su recia abuela, con quien se crio de niña, era capaz de
mostrar extremo aprecio y afecto a través de los actos, no de los gestos o las
palabras, pero aun así haciendo al destinatario de aquellos sentir que era muy
valioso y querido. Algo de ello hay en la relación entre el niño y el viejo de
este libro, aunque se base, en buena medida, en la mutua necesidad.
La historia en sí no deja de recordar a La carretera de Cormac McCarthy. Transcurre en un lugar desértico
que bien podría ser la Extremadura nativa del autor, el desierto de Nuevo
México o ninguna parte, con una de esas inacabables planicies incomprensibles
como cosa de ficción para los norteños, martilleadas implacablemente por un sol
sanguinario. Intemperie está llena de
simbolismos como las ovejas (con las resonancias que el cordero inspira en cualquier lector), el camino, la dicotomía
entre bien y mal con sendos personajes representándolos, e incluso la tentación
demoníaca en forma de posadero. Con todo, hay escenas en las que, sin regodearse
en lo escabroso, parece perseguirse más bien un sentido de epatar o desagradar
al lector, aunque es cierto que cumplen a la perfección su misión de
trasladarle la dureza extrema de las condiciones en que se encuentra el protagonista.
Trabaja Carrasco en su novela con arquetipos, y para no
distraer la atención de las ideas que pretende transmitir, no da nombres de
ninguna clase, ni topónimos, ni antropónimos,
ni nada. Sólo sustantivos como el niño, el pueblo, o la posada. Lo que
contrasta con la enorme especificidad y riqueza del vocabulario relacionado con
los aperos, arreos, etc. Tampoco la acción se extiende mucho, en torno a una
semana, día arriba, día abajo, en la que no hay un instante de respiro, consiguiendo
con ello trasmitir muy bien la sensación de agobio ante tantas contrariedades
que no cesan. Y es que en una situación de supervivencia extrema, el más mínimo
despiste se puede pagar muy caro.
Con todo, a pesar del estilo trabajado y pulcro del autor,
hay algunas anticipaciones tipo “(…) ninguno
de los dos presintió la brutalidad de lo que había de suceder poco después”
(p. 175) que, sumadas a cierta previsibilidad de la historia, restan interés a
lo narrado, por mucho que ambos aspectos se justifiquen en la inexorabilidad de
los acontecimientos de la historia que se cuenta.
En definitiva, un cuento que entretiene y se deja leer, pero
sin que sorprenda demasiado, ya que no es nada que no hayamos visto en Delibes
o McCarthy, como queda dicho.
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