Título: Scórpio Autor: Ricardo Carvalho Calero
Editorial: Medusa / Sotelo Blanco Año: 1987
Valoración: 5 / 5
Segunda y última de las novelas —existen un par de textos que más bien constituyen relatos extensos— escritas por el erudito
ferrolano Ricardo Carvalho Calero, Scórpio
(1987) se separa de su antecesora nada menos que treinta y siete años,
prolongado ínterin que no transcurrió inocuamente en el quehacer literario de
su autor. Si A xente da Barreira era
una novela primeriza —a pesar de que su autor tenía al momento de publicarse
cuarenta años—, la obra que hoy nos ocupa es ya una creación de senectud, época
en que editorialmente se concentra buena parte de la obra literaria de
Carvalho. A pesar de ello, el brío creativo del ferrolano está en pleno apogeo,
y nos regala un texto cuatro veces más largo que su antecesor con numerosas y
notables diferencias respecto a aquel.
Desde un punto de vista técnico-formal, la brillantez
alcanzada por Carvalho en Scórpio es
extraordinaria: estilísticamente se trata de un texto mucho más rico —y eso es
mucho decir— que el de su predecesora, desligado completamente de los modelos
oterianos, si bien en cambio la técnica narrativa empleada recuerda
parcialmente al Steinbeck de Las uvas de
la ira —en la inserción en la segunda parte de capítulos no narrativos,
sino más propios del reportaje periodístico, si bien en el caso carvalhiano
responde a un esquema más informal, no basado como el de aquel en una
alternancia estricta— o al Faulkner de Mientras
agonizo —en lo que toca a la fragmentación del narrador, hablando ya de los
mismos hechos desde diferentes perspectivas, ya de hechos sucesivos; si bien la
estructura planteada por el ferrolano resulta de mayor claridad para el lector
que la del estadounidense, al indicarse al inicio de cada capítulo ante qué voz
narrativa nos encontramos—.
En su intento de desvelarnos la personalidad del misterioso
Scórpio —un personaje que, digámoslo de una vez, difícilmente puede resultar
simpático, no sólo por ser don perfecto, sino por hallarse desprovisto al
parecer de toda emoción humana, hecho al que contribuye decisiva y no
accidentalmente la decisión del autor de privarle de voz, como casi un siglo
antes había hecho Stoker con su Drácula, permitiéndole sólo hablar a través de
lo que los demás anotan de él—, Carvalho despliega la historia de una treintena
larga de personajes —históricos algunos, o trasuntos de ellos— y otros tantos
narradores que se relacionan entre sí como en un juego de espejos, con el tapiz
de fondo de la historia gallega y española de las primeras décadas del siglo XX
—si en A xente da Barreira el tiempo
de la novela se intuía aproximadamente a partir de las alusiones a algún evento
histórico, aquí no sólo son profusas y precisas tales alusiones, sino que
incluso se llegan a dar fechas concretas, de tal manera que sabemos con
exactitud que la acción se extiende desde 1910 hasta 1938/39—; de tal modo que
finalmente acabamos sabiendo más de los propios narradores que de aquella
figura cada vez más desdibujada y menos interesante: a pesar del impacto que
parece haber tenido sobre todos quienes le conocieron, Scórpio se diluye y no sirve más que como
nexo de unión, como factor común, entre todos ellos, convirtiéndose este texto
polifónico en una novela que contiene muchas novelas. Así —y este es a mi
entender uno de los puntos débiles de la obra— llega incluso a darse un excurso
injustificado y considerablemente prolongado, durante los capítulos de guerra,
donde el supuesto protagonista “sale de escena” y no sabemos de él o sólo
testimonialmente durante decenas de páginas.
Merece la pena detenerse en el asunto del narrador empleado
por Carvalho, cuestión no meramente ociosa, sino que responde a un aspecto muy
distintivo y destacado de esta novela. Tanto es así que, si bien es cierto que,
como decimos, autores como Faulkner o Stoker ya habían empleado recursos
similares, Carvalho llegó a insertar un par o tres de capítulos reflexionando,
a través de la voz de Salgueiro —uno de los trasuntos de él mismo, cuya
personalidad y experiencias vitales se fragmentan para dar vida a varios de los
personajes—, acerca de la técnica narrativa empleada. Hemos mencionado varias
veces la multiplicidad de narradores de esta historia pero, ¿cuántos hay? En
realidad me parece justo afirmar que sólo uno, aunque con diferentes puntos de
vista; pues, como Carvalho/Salgueiro explica en uno de los capítulos
metaliterarios aludidos, no quería, al reproducir los “testimonios” de cada
narrador, atender a las circunstancias culturales, sociológicas, psicológicas,
etc., que exigirían dotar de distintos rasgos y tonos a cada una de esas voces,
lo cual estimaba una constricción estilística, sino que “recompondría” tales
declaraciones reproduciéndolas con un lenguaje literariamente valioso y
uniforme que dotase de unidad estilística al texto. Lo cual prueba que en la
obra hay una serie de narradores por encima de los cuales se halla otro supranarrador, o más bien una galería de
testigos unificados por un narrador.
Una obra, en fin, de senectud donde sin embargo el genio
creativo de su autor permanece vigoroso para demostrar el pleno y apabullante
dominio de los resortes narrativos que había alcanzando Carvalho en sus últimos
años.
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