Título: La tregua Autor: Mario Benedetti
Editorial: El Mundo / Bibliotex Año: 2001
Valoración: 5 / 5
Para cuando en 1960 el uruguayo Mario Benedetti saca a la
luz La tregua, que había escrito el
año anterior, su trayectoria como narrador estaba ya consolidada con cuatro libros
de relatos y otra novela a sus espaldas, amén de su labor en otros géneros
literarios.
En esta obra, se nos presenta la conmovedora historia de
Martín Santomé, un contable eficiente pero completamente desencantado de la
vida, instalado en la insensibilidad por cuanto le rodea desde su tempranísima
viudez, que le dejó al cargo de tres hijos con los que, al inicio de la
historia —narrada en forma del diario personal de Santomé—, guarda una relación
más que distante, casi de compañeros de piso, apenas de conocidos.
En la primera entrada de su diario, que abarca el periodo de
un año, encontramos al protagonista haciendo cábalas sobre su inminente
jubilación, que en el Uruguay de entonces tenía lugar a la utópica edad de
cincuenta años, y desconcertado esencialmente por las ingentes cantidades de
tiempo libre que se le echan encima y que no sabe cómo llenar, puesto que su
existencia, al margen del eficientísimo desempeño de su puesto de trabajo, está
tan vacía por fuera como se siente él mismo por dentro. Y es, en este sentido,
necesario resaltar la edad a la que se produce la jubilación porque, si Santomé
por fuera sigue siendo un hombre joven, tan pulcro en su persona como en su
empleo, de hecho parece haberse resignado a una vejez prematura tan amarga y,
sobre todo, tediosa como todo lo demás.
Sin embargo, ya desde el principio queda clara la impostura
de este hombre cuya vida interior no siempre encaja con sus morigeradas
costumbre externas: con frecuencia alude irónicamente a sus “estallidos” o “preestallidos”,
a sus intensas ganas de hacer algo alocado u horrible, intenciones que en
realidad nunca se concretan en nada, y que no constituyen sino la expresión de
un sujeto agobiado por el hastío.
Santomé lo contempla todo con sarcástica indiferencia,
hundido en la ataraxia que le dejó la dolorosa muerte de su esposa, con quien
la relación era regida por la pasión visceral, más que por un entendimiento
entre dos personas. La desaparición de Isabel, no obstante, impidió el deterioro
de una relación explosiva, y el protagonista-narrador se entrega con
imperturbable determinación al cuidado de sus hijos, en un distanciamiento en
sí mismo negador de la vida.
En definitiva, su personaje principal es, al principio de La tregua un hombre que no se permite
sentir porque está, o cree estar, sentimentalmente reseco (tal como se
cuestiona en una de las entradas de su diario).
Y es en estas que se produce el conflicto indispensable en
cualquier narración, y entran a trabajar tres nuevos empleados en su empresa,
entre ellos una joven llamada Laura Avellaneda a la que Santomé dobla en edad. Las
primeras anotaciones sobre ella son tan rutinarias que sólo pueden ser
deliberadamente insípidas, es decir, las propias de un hombre que no se permite
subyugar por ninguna pasión, dado que esta conduce al sufrimiento.
El gran acierto de Benedetti, su gran habilidad, radica en
el sutil desarrollo de la emoción germinal que pronto apreciamos en el
protagonista de la novela ante esta nueva presencia: pronto el impecable señor
Santomé empieza a discurrir sobre si tal vez tiene ante sí un último tren. Y el
hecho es que el tiempo es un tema que ocupa un lugar central en el libro, en
concreto la importancia de vivir el presente más que afanarse anticipando el
futuro o amargarse removiendo el pasado. Cuanto más aprende esta lección de la
mano de Avellaneda —en quien encuentra un reconocimiento espiritual que había
estado ausente de la relación con su difunta esposa—, paralelamente más se
implica en la relación con sus hijos (que al tiempo sirve al autor para
introducir otros temas secundarios pero de enorme modernidad, como la autonomía
de los hijos respecto a los padres, o la homosexualidad de uno de ellos).
En el estilo del texto se nota la mano del poeta —Benedetti
era ya autor en aquel momento de tres libros de poemas—, aunque no debe pensarse
que nos hallamos ante una de esas novelas “de poeta” —a veces pareciera que la
Poesía no es en sí misma una ocupación lo suficientemente seria y un autor ha
de ratificarse como tal a través de la escritura de un género más sólido o de
mayor enjundia como el narrativo— a menudo aburridos ensamblajes de poemas en
prosa con deficiencias estructurales evidentes: por la prosa, tan pulcra y
correcta como el propio señor Santomé, ha pasado el cepillo del Benedetti
versificador, que destaca por su sencillez estilística unida a su intensidad
expresiva.
Por último, es de resaltar la significación del título, pues
ya desde este mismo el autor nos da la clave interpretativa: si La tregua es en esencia la historia de
dos espíritus que se reconocen, Benedetti parece sugerir, en esta historia por
lo demás pesimista —dentro del estilo del autor, por lo menos hasta aquel
entonces—, que por vendavales que traiga el amor, la insensibilidad da más
guerra, pues la tregua no sobreviene con la extinción de la pasión, sino,
precisamente, con el florecimiento de esta, que es lo que mantiene vivo al ser
humano, por lo que tiene de afirmadora de la vida, de latido entre dos grandes
vacíos.
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