Título: Leonardo e os fontaneiros Autora: María Victoria Moreno
Editorial: SM Año: 1986
Valoración: 4 / 5
Uno de los motivos de celebración por que la homenajeada en
tal día como hoy con las Letras Galegas sea María Victoria Moreno es que con
ella no sólo alcanzamos la abultada cantidad de cuatro en la nómina de
receptoras de esta distinción en los ya cincuenta y cinco años de trayectoria
de la conmemoración, sino que la literatura juvenil de gran calidad y con la
mayor exigencia estética y ontológica escrita en gallego recibe el espaldarazo
definitivo de una institución como la Real Academia Galega, es decir, la
sanción oficial a lo que los lectores saben desde hace mucho tiempo: que la
literatura juvenil no es un ámbito menor de la Literatura, sino que cuando está
bien hecha no sólo cumple el cometido más importante de todos —¿qué puede haber
más importante que educar a la juventud?—, sino que también los adultos pueden
disfrutar de ella.
Y esto porque, lejos de promover mensajes absurdos mil veces
rumiados, la llamada “literatura juvenil” de calidad —ya lo he dicho otras veces
en este blog, pero no estará de más nuevamente insistir en ello: “juvenil” es
una cuestión de marketing editorial extraliteraria, pues sólo existen los
buenos o los malos libros— lo es, no porque no pueda ser leída por un adulto,
sino porque, como diría Antón Cortizas, es aquella que los niños también pueden leer. Sencillamente, un
niño —un adolescente, un joven— puede ver determinadas cosas en una historia,
según sus conocimientos y experiencias, es decir, según la escala de su
racionalidad; un adulto, en cambio, puede ver otras —ni mejores ni peores—,
pero además puede ver las mismas que
el niño.
La posición de María Victoria Moreno en la literatura
gallega es especialmente curiosa, ya que, nacida en Valencia de Alcántara
(Extremadura) en 1939, su lengua materna no fue el gallego. El prematuro
fallecimiento del padre cuando la autora contaba diez años determinó el
traslado de la madre, maestra, y los cuatro hermanos a Sepúlveda (Segovia), y
más tarde, gracias a una beca, cursaría el bachillerato en Barcelona para,
finalmente, ingresar en la Universidad de Madrid para estudiar Filología
Románica, donde se formaría con lingüísticas de la talla de Rafael Lapesa o
Dámaso Alonso.
Serían los sucesivos destinos que tras su licenciatura
obtuvo como profesora en Galicia (Lugo, Vilalonga y, por último, Pontevedra,
donde alcanzaría cátedra) los que propiciarían el contacto con el gallego,
fascinada por el cual desde joven —ella lo describía como una historia de amor—
se lanzó a su estudio en una época en la
que era entre clandestino e ilegal, a través de la Asociación de Amigos da
Cultura de Pontevedra y del Ateneo de Ourense, lo que conduciría, en última
instancia, a la retirada de su pasaporte por su colaboración con esta última
subversiva institución.
El debut editorial de Moreno fue relativamente tardío
—publica su primera obra en 1973—, si bien escribía desde más de una década
antes. Aunque como escritora cultivó fundamentalmente la novela, tampoco faltan
ejemplos en su bibliografía de poesía, relato o ensayo, y en especial cultivó
la labor como traductora, tanto del gallego al castellano como a la inversa.
La obra que de entre las suyas en este día hemos elegido
para recordar es Leonardo e os
fontaneiros, su favorita de cuantas escribió según propia confesión.
Publicada orignalmente en 1986, tras ganar el año anterior el 3er
Premio Barco de Vapor, existe también en traducción al castellano de 1988. En
ella, asistimos a las travesuras —bien inocentes para lo que se ve por ahí— de
un grupo de chavales que a sus catorce años apura los últimos flecos de la
infancia, entrando ya en la adolescencia. Uno de ellos, Antón, narra sus
peripecias a un perro callejero al que ha tomado mucho cariño, al cual bautiza
como Leonardo.
La historia transcurre en la ficticia población de
Vilacastelo, en el año 1985, cuando la pandilla de amigos cursa el último curso
de EGB —octavo, por aquel entonces—, siendo la escuela, precisamente, el
escenario principal de la acción.
El primer rasgo que llama la atención del lector, pues el
texto es precedido por un prólogo que lo pone de manifiesto, es la “doble”
estructura imitativa de la de Rayuela
en que se puede leer el texto, ya linealmente, ya según el orden que la autora
propone, humorísticamente orientado, en principio, a calmar la curiosidad del
lector ante ciertos episodios cuyo desenlace no se descubre hasta mucho más
adelante si seguimos la lectura lineal.
Estilísticamente, Leonardo
e os fontaneiros tiene un lenguaje cuidado, lírico pero realista, que
dentro de su economía y sencillez tampoco ahorra en exigencia, ni expresiva ni
interpretativa, recordando su tono general a otro libro mítico de las letras
gallegas del siglo XX, Memorias dun neno
labrego.
La premisa esencial de la novela es el dolor y, sobre todo,
el desengaño de crecer, la pérdida de la ingenuidad. El aprender a aceptar, es
decir, a comprender la hipocresía con
que a veces los adultos se manejan y, lo que es más importante, a constatar que
en ocasiones actúan con injusticia y arbitrariedad de forma deliberada. Se da
una oposición entre la honestidad y falta de malicia de los niños, y la doblez
y astucia de los mayores.
“Pasou por diante nosa
un can vello e fraco, cunha amosega fea e grande nunha pata, cos ollos moi
tristes, co rabo murcho e sen gracia. Afastábase da xente se podía e, cando
alguén se lle achegaba, gardaba o rabo entre as pernas e miraba con desconfianza.
Eu reparei nel longamente e non ousei dicir palabra porque estabamos moitos e
seica non todos ían comprende-lo meu pensamento. Pero pensei en ti e máis na
Galiña. Ti sempre fuches ledo e confiado e ela, polo menos desde que a coñecín,
sempre foi hirta e zunada. Agora, (…), eu teño unha pregunta sen resposta:
¿Chegarías ti, Leonardo, (…), a ser coma este can que remata de pasar por
diante nosa? ¿Chegarías, poño por caso, a trabar na canela dun neno? Se así
fose eu comenzaría a entender á Galiña”.
Pero también es Leonardo
e os fontaneiros una invitación a tener cierta alegría de vivir, aunque es
una alegría realista, basada en el entendimiento —en un momento dado una de las
profesoras previene a los chicos de que no es fácil tener catorce años, pero
sin embargo es una edad muy bonita, porque los ojos se les llenan de luz para
acostumbrarse a la luz que luego
tendrán— y sobre todo destaca la capacidad de sobreponerse. En todo ello, como
no podía ser de otra manera, jugarán un papel no poco importante las primeras
muertes.
En su progresiva tristeza, Tono —que en algún punto se
resiste a crecer, asustado por la perspectiva de que la maduración suponga
volverse hipócrita y sentir permanentemente ese dolor— se figura a Leonardo
como único interlocutor, en cuya vida y circunstancias halla un paralelismo con
las suyas propias, y extrae de las de este lecciones valiosas. Por el camino,
una de las cosas que Antón aprenderá es a ser más sutil en sus juicios sobre
las personas.
(Para escuchar la charla radiofónica
con spoilers
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