Título: La boda de Chon Recalde Autor: Gonzalo Torrente Ballester
Año de publicación: 1995 Editorial original: Planeta
Valoración: 3/5
El novelista ferrolano Gonzalo
Torrente Ballester fue de esos autores que escriben incansablemente hasta el
último día. Para cuando logró superar el ostracismo a que su obra venía siendo
sometida y le llegó el éxito de público durante los años ochenta —gracias en
buena medida a la adaptación televisiva de una de sus creaciones, la saga Los gozos y las sombras, y la concesión
con Filomeno, a mi pesar del Premio
Planeta—, podemos decir que su obra ya estaba cerrada: acumulaba a sus espaldas
docena y media de novelas que gozaban del beneplácito de la crítica, media
docena de obras teatrales, dos manuales de literatura de referencia —entre
otros ensayos—, una amplia obra periodística…
Sin embargo, disfrutando de
esa curiosa posición que otorga el sobrevivirse a uno mismo, en su última
década de vida Torrente, lejos de apoltronarse, conoció una sorprendente
segunda juventud, casi un auténtico fervor creativo, publicando nada menos que
otras ocho novelas en diez años. Es cierto que se percibe con claridad en su
novelística de vejez que ya no tenía fuerzas para ejecutar aquellos prodigios
arquitectónicos e ideológicos como La
saga/fuga de J.B., cosa que tampoco es de sorprender, puesto que estamos
hablando de un sector de su producción creado entre los setenta y nueve y los
ochenta y nueve años. Sin embargo, el autor gallego seguía conservando muchos
de los rasgos característicos de sus creaciones anteriores, pero más que ningún
otro la gracia en el contar: todas esas obras tienen en común la naturalidad
con que el discurso fluye, salpimentado con el ácido humor que le era propio.
La mayoría de novelas tienen
partes más narrativas, donde la acción avanza, y otras donde el autor permite
que sus personajes o la voz narrativa se detengan algo más en la reflexión.
Pero en el caso de Torrente Ballester no es así, pues uno y otro aspecto se
funden, a través de su peculiar uso del lenguaje transido de esa singular gama
de la ironía que en las tierras gallegas se denomina retranca, dando lugar a una terrible profundidad de idea expresada
con un permanente tono de humorismo escéptico.
Haría falta, para hablar de su
literatura, densa, no sólo la extensión de un tratado, sino echar mano de una
Historia Universal, un Compendio de Literatura y, sobre todo, una Historia de
la Filosofía, puesto que sus libros engloban la realidad tal cual es, es decir,
en su forma de no ser, dependiente de
la percepción del ente observante, inaprehensible, difusa, y, peor aún,
cambiante incluso para él mismo.
Torrente puede y debe ser
considerado como un novelista filosófico, autor de una literatura de tipo
crítico o indicativo que, en este caso, al tiempo que reproduce rasgos de la
idiosincrasia de su Ferrol natal —algunos trazos del habla local, la
consideración casi aristocrática de los militares, lugares de referencia…— que,
si bien hoy día muy diluidos, estaban aún en plena pujanza en los años de la
Segunda Gran Guerra, cuando la novela se ambienta, en La boda de Chon Recalde ejecuta sobre todo una censura de las
injusticias que pueden acarrear la murmuración y la maledicencia.
Como en casi toda la novelística
final de Torrente, en esta novela de 1995 —la antepenúltima que escribió—, la
acción de la obra es sencilla: las hermanas Recalde, Cristina y Chon, hijas de
un militar de renombre fusilado, regresan a su villa natal tras muchos años de
ausencia con el objetivo de situar a la más joven en la vida —léase, casarla—.
Allí confluirán, como es común en la narrativa torrentiana, con una profusión
de personajes que las recibe inicialmente con reticencia embadurnada de
agasajo, pero en los que enseguida se ponen de manifiesto las fisuras que
resquebrajan incluso la aparente cortesía del grupo más civilizado, rompiendo
ese todo unitario al que llamamos sociedad.
Ya dije que en estas novelas
finales de Torrente lo que se conserva sobre todo es el oficio de escritor, el
gusto por narrar sin mayores pretensiones, sin que encontremos la proposición
de una premisa cuyo desarrollo constituye el eje vertebrador de la obra, tal
como era rasgo constitutivo de la producción anterior del gallego. Incluso se
percibe con claridad una progresiva desaparición del incisivo sentido del humor
a medida que el autor se aproximaba al final de su producción y de su vida.
De esta manera, lo que
encontramos en La boda de Chon Recalde
es casi un cuadro costumbrista más que otra cosa, aunque narrado con fluidez de
discurso y planteado en términos universales suficientes como para que la obra
exceda el mero interés localista que en los lectores coterráneos pueda
suscitar.
El pragmatismo de las hermanas
Recalde —casi podríamos afirmar que la premisa esencial de la obra es la
utilidad de ser práctico frente a los cotilleos y la acción ajena, el “hacer
oídos sordos”—, que trabajan para ganarse la vida persiguiendo un objetivo
concreto, destaca contra el formulismo malicioso de la sociedad que las rodea,
y es de resaltar que la totalidad de la acción de la obra recae sobre los
personajes femeninos: las mujeres dirigen y disponen, en tanto que los hombres
se limitan a ser receptores pasivos de esa acción, a lo sumo consejeros.
Este aspecto es de resaltar en
un autor cuya construcción de personajes femeninos ha sido tildada a veces de
machista, siendo que en su obra los hombres, sobre todo los protagonistas,
suelen aparecer retratados como unos mindundis,
unos peleles que sufren los vaivenes de los demás sin poder oponer más que su
capacidad de estoicismo, en tanto que a menudo las mujeres se representan como
proactivas, cultas, viajeras, independientes —aunque sea a menudo en papeles
socialmente arquetípicos, como madre, hija o esposa— … y sí, también como femmes fatales, poco o nada interesadas
en el matrimonio y que ven a los hombres, más que como un objetivo deseable,
como un estorbo que es preciso soportar.
No hay un destacable estudio
de la psique de los personajes, si bien hay que decir que más que una falla
particular de esta novela, se trata de un rasgo general de la obra torrentiana,
donde el interés se desplaza más al desarrollo de una premisa y la composición
de un cuadro a menudo delirante para su plasmación, con el retrato de los
efectos de la situación en la acción de unos personajes dados.
Las pegas vienen precisamente
por la parte del agotamiento autorial: hay algunas decisiones narrativas,
fundamentalmente la precipitada salida de escena de Cristina, que sólo pueden
entenderse vistas a la luz del esfuerzo que supone para cualquiera, y más para
un escritor de ochenta y cinco años, sostener durante más de doscientas páginas
la acción de una novela con al menos una docena de personajes principales.
La obra, no obstante, como
todas las del último Torrente, se lee con auténtica delicia, convirtiéndolas en
una lectura amable y fácilmente digerible que sirve para completar y extender
la comprensión de sus otras grandes novelas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario