Quienes me conocen, saben que una de mis
autoras favoritas es la británica Virginia Woolf, una
escritora con una intuición poética fuera de lo común, muy original en sus
planteamientos, refinada esteta, con unas obras en su día muy experimentales y acabadísimas
a nivel técnico. Ahora que por fin, tras largos meses de lluvia, llega el sol y
a uno no suele apetecerle embarcarse en empeños literarios demasiado extensos,
recomiendo la lectura de tres novelas breves (en torno a doscientas páginas
cada una) que me parece condensan todos los elementos que definen la obra de
Woolf: La señora Dalloway, Al faro y Orlando.
Mrs.
Dalloway
partió de la idea de la autora de tratar de reflejar un día en la vida de un
sujeto (Clarissa) que, a la vez, condensase en sí toda la vida de ese sujeto
(razón por la cual decide retratar los esfuerzos de la mujer, una dama
burguesa, por organizar una fiesta, si bien acaba adentrándose en infinidad de
temas). Ya fuese intencional o accidentalmente, sin embargo, Woolf se destapó
con un puñado de “secundarios” magistralmente diseñados, así como con un
coprotagonista (Septimus, un veterano de guerra) al que Clarissa no conoce (tan
solo se ven fugazmente al caminar por la calle), y que, sin embargo, guarda con
ella tantas semejanzas (y que, cabe añadir, está incluso mejor delineado que el
de la propia Clarissa). Propiamente, se trata una sucesión muy bien entroncada
de monólogos interiores cuyo tema, no declarado pero obvio, es la subjetividad
de la percepción; así como la nostalgia que se siente por lo que nunca fue.
No creo que haya libros que solo se pueden leer a una edad, pero sí
que hay edades antes de las cuales uno no está en disposición de comprender
plenamente un libro. Eso me pasó a mí con este: la primera vez que lo leí me
gustó la historia, pero no fui plenamente consciente (entre otras cosas por las
complejidades de la prosa de Woolf, paradójicamente) de lo extraordinariamente
bien escrito que está el libro. De él sobre todo me impacta la extrema
capacidad de la autora para retratar el funcionamiento de la mente y seguir el
curso de asociaciones que los eventos más corrientes causan en nosotros. También
resulta muy interesante cómo construye al personaje de la protagonista, una
mujer a la que todo el mundo considera encantadora (y que encierra, ella misma,
un mundo dentro de sí: ya decía la autora que en su interior, uno bien puede
llegar a ser mil o dos mil personas distintas), pero que para nadie significa
nada, excepto para Peter Walsh, un hombre aún más insignificante.
Orlando, por su
parte (que existe en magnífica traducción de Borges), basada en su relación con
Vita Sackville-West (de hecho, la obra se presentó como “biografía”) y con un
argumento bastante singular, sobre todo considerando la fecha en que se publicó
(1928), en el que el asunto de la sexualidad está muy presente, tiene la
brillantez usual y la penetración psicológica de costumbre en la autora; si
bien los tres o cuatro primeros capítulos constituyen una narración algo más
tradicional de lo que suele ser habitual en ella. Me parecen muy notables las observaciones
del capítulo final sobre los múltiples “yos” que le componen a uno, así como
sobre los múltiples tiempos en que habitamos. Las asociaciones y adjetivación
resultan, como siempre, soberbias; y sus reflexiones poseen una deslumbrante
lucidez.
Reaparece constantemente el tema de la vida y
su naturaleza, que, después de todo, constituye el auténtico tema del arte, y
el único: se puede enfocar a través de subtemas, pero no hay uno solo que no
remita a ese otra gran Tema (tan grande, de hecho, que llevamos siglos meditando
sobre él y todavía ni lo entendemos ni lo hemos agotado). Una novela
sobresaliente.
Por último, Al faro … ¿qué decir cuando te quedas sin palabras? ¿Cuando has
visto que otro ha expuesto tu alma en la atosigada concentración de un libro?
Una novela extraordinaria, quizás un punto menos sublime que Mrs. Dalloway (si es que pueden
establecerse gradaciones dentro de lo supremo). Aquí la “protagonista” (las
obras de Woolf son siempre más bien corales) se llama sra. Ramsay, pero, ¿no
estamos en realidad ante otra Clarissa? Aunque los temas, por supuesto, son
múltiples, juega un papel destacado el rol de género, particularmente dentro
del matrimonio. Aunque hay puntos oscuros que se prestan a interpretación (p.
e., ¿de dónde proviene ese poder paralizante del señor Ramsay sobre Lily? Lo
cual, por supuesto, es un reflejo de lo que la propia autora sentía respecto a
su padre), su estudio de los recovecos del alma es, como siempre, impactante;
su estudio de las relaciones humanas, señaladamente las familiares, de una
perspicacia difícil de sopesar; la adjetivación sensacional, original y
cuidada, sorprendente; las reflexiones sobre todo tipo de asuntos, y las
imágenes que en ellas emplea, de lo más sugerente (aun si a veces difíciles de
captar en su total complejidad, a pesar de ocasional apariencia sencilla). Una
novela soberbia, Woolf en estado puro.
JJJJJ
¡FELIZ VERANO Y FELIZ LECTURA A TODOS!
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