Los niños Morlevent se quedan
huérfanos y están solos en el mundo. ¿Cuál es la solución más conveniente a su
situación? ¿Hay alguien dispuesto a velar por ellos? ¿Quién sería el más
indicado para hacerlo? Estas son las cuestiones a las que Marie-Aude Murail,
una prolífica autora bien conocida del público galo, pretende dar respuesta en
este delicioso libro de doscientas páginas que se leen como un cuento,
aparecido en el año 2000 y traído al castellano por Noguer en 2012 bajo el
título No somos los únicos que llevamos
este estúpido apellido.
Si hubiera que definir con una
sola palabra todos los aspectos que componen esta historia obviamente dirigida
a un público juvenil, yo elegiría «sencillez». La modestia de los recursos
empleados, sin embargo, no merma ni la calidad del texto ni su efectividad, y
no evita, tampoco, las consideraciones políticas, sociales o morales, aquí
centradas en la naturaleza de la familia y su composición, así como algunas
pinceladas de las relaciones interpersonales y de pareja cuando están transidas
por los prejuicios o la violencia.
Su aire naif me ha recordado al
ensayado por Alessandro Baricco en Seda.
Los personajes no son un prodigio de desarrollo, pero están bien y
efectivamente diseñados, con definiciones en pinceladas rápidas acerca de sus
actitudes, sin que la autora consiga ni se preocupe por ocultar sus
favoritismos.
Estructural y estilísticamente
no hay nada llamativo o novedoso ni en el texto ni en la trama, pero es una
historia amable (y, a pesar de ello, decididamente militante, como señaló la
propia autora) que se deja leer sin dificultad ni exigencia alguna, adecuada
para una tarde o noche en que se quiera descansar de la literatura de altos
vuelos. Por una vez se agradece, además, que los milagros de la traducción
hayan dotado a esta novela de un mejor título en castellano que en el original (Oh, boy!
se titula en francés, a partir de una recurrente exclamación de uno de
los personajes, en nuestro caso transformada en otra de uso común más
reconocible para el público hispano).
Quizás lo más destacable aquí
sea un aspecto extraliterario (aunque, como señalé en mi reseña anterior, en
realidad todas las decisiones de un autor son siempre literarias): la apertura
a las nuevas realidades sociales y familiares, con intención de incitar cierta
reflexión en el público más joven, temática cada día más frecuente en la
literatura a ellos dirigida. Lo mejor de todo, la conclusión, especialmente la
imagen final, con la poderosa simbología del techo o tejado.
JJLLL
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