Miseria
es tu nombre,
y, aunque
tienes rostro propio,
no lo
muestras nunca,
pues no
te es posible quitarte
la careta
que llevas,
conocida
como tristeza.
Ir o
volver, una puerta o la otra,
ya no te
importan estas decisiones:
el clavo
del dolor
tan hundido
en tu carne llevas
que has
preferido ocultarte en un paraíso perdido
que
observas con la mirada eterna
hija de
tus enormes ojos.
¡Ah, sí,
la soledad; cómo olvidarla!
Compañera
tuya es de tantos años,
que ya te
has acostumbrado a su rostro
de gesto
terrible.
Sentiste
como si te despertasen de un sueño,
mas ya te
sentías despierto antes,
o lo que
es lo mismo:
aunque
creíste despertar,
en
realidad continuabas durmiendo.
Dónde
estás ahora
y cómo
fue tu vida desde que nos separamos,
lo
desconozco,
y
probablemente no te vuelva
a ver ya
nunca
y la pena
y el remordimiento
que ello
provoca en mi alma culpable,
es
diferente a cualquier otra pena
y a
cualquier otro remordimiento
sentido antes.
Mi
intención de ahora, sin embargo,
no es tan
mezquina como parece,
y andado
el tiempo,
y si todo
sale según lo previsto,
iré a
buscarte por los caminos
que hayas
andado,
y si te
encontrase,
no
esperaré de ti ni aprobación
ni
palabras:
tan sólo
que aceptes el regalo que te llevaré,
y
esperaré que de él
sepas
hacer buen uso.
Mas si no
te encontrase,
entonces rezaré
una oración por tu alma,
para su
salvación eterna,
y portaré
para siempre
esta pena
y este remordimiento
nunca
antes sentidos,
bajo los
caminos que alumbra
la noche
con ojos atónitos.
Otoño de 1999 - Primavera de 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario