Para oír o escuchar otras voces,
no es necesario huir a otros mundos.
Desearía azotarte hasta la muerte.
A esa niña parricida,
yo la perdonaré,
sumergiendo su cabeza en la más
bautismal y
redentora de todas las aguas.
La sobra del silencio cubrirá
toda fluorescencia televisiva;
bajas miradas de tristeza al sur:
las barrerá todas:
podremos seguir otros rastros,
pero ya nunca seremos los mismos.
Intentando recobrar / recuperar / recordar
todo aquello que he perdido,
distraídamente recorreré otros cuerpos.
Inútil sería recuperar mi dignidad,
que te pertenece:
inútil sería intentar recuperarla:
no voy a recuperarla:
voy a arrebatártela:
voy a arrebatarte hasta la última
gota de tu esencia.
Mira ese cielo de olas que cubre
nuestras cabezas,
que inunda nuestras cabezas:
¡qué plenitud / planitud!
Todo se observa desde esta atalaya.
Un resplandor azul entre tus
huecos más secretos,
me ofrece unas irresistibles
iridiscencias
que me elevan más allá de
todas las redenciones posibles.
Ese vapor que asciende silencioso,
no observa ninguna regla.
Es infernalmente curioso cómo uno,
en un segundo,
puede perderlo todo.
Y asciende la temperatura
de las lágrimas mientras descienden
ajando los rostros, estos rostros,
esos rostros
que nos miran fijamente: nada,
nada tienen que ver con nosotros.
¿Cómo hallar el camino a un final
que no me oscurezca?
Un segundo de olvido en una copa
de amor,
sólo un segundo,
y todo habrá pasado.
Un futuro nebuloso / luminoso
nos aguarda,
pero nosotros no somos sus dueños,
sino sólo sus depositarios:
plantemos hoy nuestras raíces
en este suelo estéril que no nos quiere,
que no nos pertenece,
que no nos lleva a ninguna parte,
que no nos conduce a ninguna parte.
Menos mal que hemos perdido
el calor,
este calor aún sobre nuestra piel,
porque de lo contrario,
nos habríamos perdido nosotros mismos.
¡Volver tras tanto tiempo
a los lugares olvidados!
¡A observar, tendidos,
un cielo que ya no nos espera!
¿Para qué aguardarnos?:
el infierno va en nuestro interior,
desde que por esta estación dejaron
de pasar los trenes.
Un paso más,
y el águila blanca del destino
habrá completado su curso.
La bifurcación del camino
se hace más patente ahora:
¿hacia qué lado avanzar?
¿debemos avanzar, acaso?
Un momento más, y acabarán
todos los dolores;
y sin embargo, no semeja
tan importante seguir arrastrándose,
en dirección a ese punto,
cubierto de sombra
—él y nosotros—.
La tinta sobre el papel
humedecido,
no puede por más tiempo
permanecer fija:
¿por qué no, deslizarse
en silencio, sin decir palabra,
abandonar la fiesta sin ser
o siendo visto por nadie,
terminar la farsa,
y retirarse a descansar,
sin más generoso esfuerzo?
Bien sé que en ti
acaban todos los caminos,
siempre en ti,
eternamente en ti,
aunque miré a la fresca noche,
con ojos de pregunta,
mas no estabas tú,
no permanecías tú,
inmutada esencia del edén
que todo lo cubrías.
Se va acabando el tiempo,
y llegan
silencio y sombra cogidos de la mano.
Un ínfimo segundo,
antes de dejar de ver,
de sentir, de respirar,
antes de abandonar
los confines de esta limitada
existencia
y alcanzarte, y abarcarte, o no
abarcarte nunca
y mirarte con ojos sumisos,
arrullados por la nada,
en momentos afuera de ti
a todo color:
no parece tan importante
como oír a los árboles hablar,
acceder a su memoria,
a los ángeles,
y también a los abrasados
diablos,
que te forman sin mácula,
ni pecado,
sin respiración contenida,
sin raciocinio o cosa parecida
a la cualidad de desvirtuar
las cosas.
Ofrecerte un nuevo cáliz
que valga todas las penas
que has pasado;
¿a dónde nos conduce esto?
A la venganza más irremisa
que podamos abortar y vomitar por
nuestra pequeña boca,
a ofender a dios pecando contra
todos los mandamientos
de su ley,
y a cometer una y otra
vez las mismas
torpezas
que ayer ya cometimos.
Una vez siempre
la misma roca milenaria
que impone su criterio:
¡cómo hemos escapado a todo!
¡Adónde hemos llegado!
¡No era esto lo que esperábamos!
¿O si lo era, acaso?
Despidamos a la vida,
visitante que ya se va,
pronto vendrán a sustituirla
la coyuntura, la apariencia,
la demagogia, el absurdo…
más los demás acólitos y
fierecillas
de la sangre:
no hemos descubierto aún que toda
vida es igual de valiosa.
Otoño de 1999 - Primavera de 2004
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