La fiesta
Grillos-serrucho
entremezclados con el machacón pachangueo de los altavoces. En la
cabecera de la mesa, la abuela se abanica con una revista a medias
enrollada. Bajo la sombra del peral, circundada por motas de polvo
que giran lentas, se bambolea la piñata. Por la pata de la mesa, una
hilera hitleriana de hormigas sube imparable, destino a los snacks.
Un niño solitario se entretiene cortando su avance con una ramita.
Mientras, los demás se salpican con el agua de la pequeña piscina
hinchable, y sus chillidos perforan la tarde como agujas. Mamá sale
con la tarta de velas chisporroteantes, pero en el último escalón,
se pisa la larga falda y cae. La tarta se despanzurra en el suelo.
Tensión. Pucheros. Mamá se levanta, gritando: “¡Guerra de
comida!”. La explosión de carcajadas reverbera en la quietud de la
tarde, y hace que algunos pajarillos oscuros salgan volando de entre
las ramas.
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