El destino.
“Cuida de la niña”, me decían. Y se marchaban tan tranquilos.
Yo era un perro. Se supone que era a mí a quien había que cuidar.
Pero no. Ellos se iban. Y me dejaban a mí con una niña vivaracha y
despierta. Una niña que no podía estarse quieta. No podía pasar
sin tocarlo todo, especialmente desde que había aprendido a andar.
Aunque aún lo hacía un poco mal. A veces iba caminando. Y se paraba
de repente y empezaba a balancearse hacia atrás y hacia delante.
Cada vez más bruscamente y más deprisa. Y se caía. ¡Claro que se
caía! ¡Cómo no se iba a caer! Por ejemplo: ¿cómo iba yo a darle
el biberón a un bebé? Esta explicación era prácticamente
irracional. O yo no alcanzaba a conocerla. O a comprenderla. Ni cómo
entender a aquella niña y su afán por tocarlo todo. Así que un día
me decidí. Cogí a la niña y me fui. Me fui... sin saber a dónde.
¡Feliz idea! A ella la dejaría en cualquier puerta. Yo me
marcharía. Pero... ¡qué mala idea había sido! La devolverían
enseguida a sus padres. Yo a empecé a pensar si sería capaz de
educarla... ¡Sí! Le buscaría una madre estupenda. Aunque cualquier
podía ser mejor que la suya por naturaleza.
Pasó el tiempo. Le había encontrado una madre fantástica. Una
samoyedo cariñosa y trabajadora. Y vivíamos felices en un cubo
grande del vertedero de basura. Pero yo sabía que antes o después
ella tendría que seguir su camino. Y así fue. Una mañana, cuando
tenía tres años, uno de los barrenderos la vio. La vio sola. Pero
no lo estaba. Sólo que no tomaba en cuenta nuestra compañía. Ella
había aprendido a hablar a base de oír a la gente por la calle. Era
muy inteligente. Mucho. Por eso había llegado a hablar esa
endiablada jerga de los humanos. Con una soltura asombrosa. Más de
lo que prometía su edad insignificante. El basurero la recogió y la
llevó a un imponente edificio. Enorme, casi infinito. ¡Ah! ¡Yo lo
sabía! Ese era, al fin y al cabo, su destino.
1995 - 2000
Efectivamente, estoy segura de que cambiarías algunas cosas en cuanto a la forma de escribirlas... pequeños detalles, tampoco nada sustancial
ResponderEliminarla historia me encanta, es original... y resulta creíble!!
bicos,
Sí, más que nada serían cuestiones de enfoque y formulación.
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