Las palabras perdidas.
A veces a uno le apetece morirse. Sentarse en silencio, que nadie le
haga caso, y morirse. ¿Qué habrá en la muerte que tanto se le
teme, tanto miedo da, tanto se habla de ella? Muchas veces, al igual
que en la canción, a mí me gustaría convertirme en aire, para ser
respirado por la persona a la que amo y llegarle a lo más hondo.
Hay muchas cosas que no se dicen: a mí me gustaría volver atrás
en el tiempo para poder decirlas y no callármelas, para no llevar
dentro este veneno que inoculo a aquellas personas que no quiero, o
que odio: esto en sí no es peligroso, pero ahora me preocupa que a
veces les inoculo ese mismo veneno a las personas que quiero, sin las
que no podría vivir, lo cual puede que sea el principio de un
intento de autodestrucción.
Hay muchas cosas que no se dicen: dejamos que el silencio discurra
entre dos personas que están hablando, y poco a poco, esto se
convierte en unas porosidades que a la larga hacen que el hueso de la
amistad, del amor, se rompa en mil añicos.
Los añicos de la autodestrucción son muy peligrosos, porque además
de herir a uno mismo, pueden herir también a las personas que
tenemos cerca.
En los días de lluvia, a uno no le importaría morirse. Ellos
siempre nos recuerdan que, en el fondo, todo permanece; todas las
batallas se luchan veces infinitas, una y otra vez, irremisiblemente, pero que toda batalla está perdida de
antemano.
Las palabras perdidas, en realidad, nunca se pierden. Esta es sólo
una forma de denominar a ese hueco que nos queda en el estómago
cuando todo falta.
El día que perdí la vida fue cuando me di cuenta de estas cosas.
El sol del atardecer refulgía con fuerza sobre el asfalto. Con él
uno se relaja, y cerré los ojos en el coche, nada
más que unos segundos. El golpe fue lateral, fortísimo, tanto que
no me dio tiempo de abrir los ojos cuando de pronto me di cuenta de
que ya había cesado de existir: al menos, yo no tuve conciencia de
haber podido abrir los ojos. No obstante, pasaron unos minutos aún
antes de que me diese cuenta de que había muerto: fue como una
epifánica revelación. Sólo unos minutos antes de que el horror
llegase. Emily Dickinson tenía razón: cuando uno se muere, hay en
torno a uno el zumbido de un moscardón, de una abeja; poco a poco,
se va alejando, perdiéndose, volviéndose inaudible pero presente al
mismo tiempo. Entonces uno se da cuenta de que no hay espacio donde
él está: uno intenta mirarse las manos, su propio cuerpo, pero no
puede verlos ya, porque es entonces cuando uno cae en la cuenta de
que ya para siempre ha abandonado su existencia corpórea: el mundo
de las almas no tiene espacios, es todo oscuridad. De algún modo,
sin embargo, es posible desplazarse por esa nada, y aunque no se ve,
de alguna forma uno percibe otras presencias, y sin voz puede
comunicarse con ellas. Fue en estos pensamientos cuando
repentinamente volví. Pero mi regreso no fue como yo hubiera
deseado: volví con un cuerpo, sí, pero no era el mío material,
sino sólo una imagen virtual, un holograma de mí mismo, algo sin
consistencia. Se dice que cuando alguien regresa del más allá en
estas condiciones es porque le quedan asuntos pendientes aquí. Ahora
debo averiguar cuáles.
1995 - 1998
me gustan mucho estas reflexiones y que se puedan decir con naturaliad sin asustarse... yo quiero morirme muchas veces algunos segundos, nada más... a veces, minutos... vale, a veces horas... porque hay dolor, hay miedo, hay incertidumbres, hay ansiedad... pero claro, no se lo puedes decir a nadie, al menos a nadie que esté tan cuerdo como tú para sentir estas revelaciones... je je je
ResponderEliminarpero esos momentos pasan y luego amas la vida y te aferras a ella y luchas, y peleas, y amas, y te entregas.
bicos,
Completamente de acuerdo. Una vez le escuché a un orador motivacional —ya no me acuerdo de su nombre, pero luego le escuché algo parecido a Joseph Ajram— que había perdido una pierna a causa del cáncer, lo siguiente: él decía que, cuando todo se le hacía cuesta arriba y no sabía si iba a poder vivir toda una vida arrastrando las secuelas de aquella enfermedad y aquella amputación, lo que hacía era ir mirando cada vez a más corto plazo. Es decir, que si pensaba en toda una vida y la respuesta era no, entonces pensaba, pero ¿puedo vivir este año? Si la respuesta era no, ¿y este mes? Y así sucesivamente, hasta que, concluía, cuando llego a preguntarme si soy capaz de soportarlo durante este momento, la respuesta siempre es sí. Ajram lo aplica al deporte y a los negocios, es una técnica de motivación que consiste en "compartimentar" los objetivos, porque si uno piensa a muy gran escala, el peso puede volverse agobiante. Biquiños!!
Eliminarestoy leyendo tus comentarios... je je je
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