La carta.
Permanezco
inmóvil ante tu retrato. Me parece imposible que te hayas marchado,
que ya no estés aquí. A veces, cuando miro tu cuadro, colgado en la
pared, me parece que me estás mirando, sonriéndome con tu preciosa
boca, e incluso que en cualquier momento vas a pronunciar alguna
palabra. Enseguida me doy cuenta de que es una ilusión, un sueño, pues ya nunca volverás, ya nunca volveré a sentir tu presencia que
llenaba toda la casa, tu plácida respiración, el tacto de tus manos
sobre mi piel, ni volverá a sonar la dulce música de tu voz en mis
oídos. Daría
media vida porque todavía estuvieses aquí. Las horas van pasando
lentamente y me parece que, aunque duran lo mismo, los minutos son
horas y las horas, días, que voy sumando amargamente [,unos iguales
a otros]. Cualquier cosa que mire, cualquier canción que escuche, me
recuera a ti. No sé cuánto tiempo podré aguantar de este modo,
añorándote. Tus plantas, esas que cuidabas con tanto esmero, se han
marchitado. No se ha salvado ninguna, a pesar de que las he cuidado
todo lo bien que sé. Se han marchitado como también yo me marchito
ahora. Parece que la muerte nos sobreviene a todos, que a todos nos
va sesgando con su afilada guadaña. Por cierto, hablando de sesgar:
he vendido la casa de la montaña, aquella que tenía el jardín que
cuidabas y mantenías sin que las hierbas creciesen nunca más de
tres centímetros. También he vendido esta. Esto lo escribo ahora,
en un rato perdido, porque la nostalgia me ha asaltado, al igual que
la tristeza y la melancolía me asaltan furtivamente al más mínimo
recuerdo tuyo. He vendido esta casa porque no quiero conservar nada
que me recuerde a ti. A veces pienso que la mejor solución sería
reunirme contigo, en donde quiera que estés, en el infinito, en la
inmensidad. Por otra parte, no creo que sea esa la mejor solución a
los problemas, quitarse la vida a la mínima dificultad que se
presenta. ¡Qué dirías si me oyeses hablar así, tú, que siempre
imponías tu férrea voluntad al destino; tú, que nunca cedías ante
la adversidad! Mañana vendrá el camión de la mudanza y no tendré
ya nada tuyo. Todavía tengo unas horas por delante para pensar lo
que haré, pero... el afilado cuchillo de cocina... está ahí, en el
plato... parece que me está llamando...
Te
echo [tanto] de menos,
A.
1995 - 1998
buf... que intenso, sobre todo el final...
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