domingo, 15 de mayo de 2016

Rafael Chirbes, "Mimoun" - LIBRO DEL MES

 

Título: Mimoun    Autor: Rafael Chirbes   Editorial: Anagrama
Año: 1998   Lugar: Barcelona   Valoración: ♥♥♥

(...) nuestras miradas se cruzaron con tal intensidad
que me vi obligado a desviar la mía. Hay ocasiones en
las que un gesto así resulta suficiente para el odio.”

Rafael Chirbes, Mimoun

El debut literario del recientemente desaparecido Rafael Chirbes en 1988 estuvo a punto de ser distinguido con el Premio Herralde. Se trata de una novela corta titulada Mimoun que, ya desde la primera página destaca por su estupenda ambientación y la sensualidad de su composición de lugar.

Con encomiable precisión y economía en el uso del lenguaje, aunque todavía lejos de la sutileza psicológica que alcanzaría en textos como En la orilla, Chirbes pergeña una historia sobre la insatisfacción con simbolismos muy bien aprovechados (como la luna apuntando con sus cuernos, que inmediatamente remite a un contexto de burla —sensación que el protagonista y narrador tiene todo el tiempo de su estancia en el pueblo que da nombre al libro—, pero también a un toro que embiste, como representación de lo castastrófico, lo inevitable).

Carente aún, como digo, de la profundidad emocional y la intensidad expresiva de sus obras de madurez, prefigura ya otras características, como la economía de medios. Lo que se relata en Mimoun es, en definitiva, una historia sobre el desarraigo y la capacidad de integración —o más bien la incapacidad de la misma—, cristalizada en el doble desarraigo de Francisco, el narrador-protagonista: el extrañamiento de lo propio, la hostilidad de lo ajeno.

Vivía en Mimoun como si hubiera ido desnudándome de todo (...)”

Cada día me hacía el propósito de no volver a pisar los bares de Mimoun, donde me rodeaba de gente que no me gustaba y que incluso empezaba a provocarme un sentimiento que se parecía mucho al miedo. Sin embargo, al atardecer, no soportaba quedarme en casa, mientras las sombras de la ventana se iban alargando sobre las paredes y la luz se volvía más frágil, como de vidrio. Pensaba, entonces, que acababa de perder un nuevo día. No habría sabido explicarle a nadie en qué habrían de distinguirse esos días perdidos de otros que podrían ganarse, pero allí, en la Creuse, una vez que Rachida se había ido, empezaba a sentirme acobardado.
Tenía que buscar la esperanza fuera, por detrás de los cadáveres de los plátanos, de las arruinadas casas del barrio colonial y de los cristales esmerilados del bar. ¿Qué clase de esperanza podía encerrarse allí.”

El otro gran eje de la narración será la extraña codependencia que se establece entre los dos personajes principales, ambos dos seres con personalidad pasivo-agresiva que se ven —o más bien, se sienten— desterrados de su propia tierra, pero incapaces de integrarse en la nueva, y casi ajenos a la compasión del uno por el otro, aunque conscientes —al menos Francisco— del sufrimiento de su compañero (lo cual contrastará con la compasión de grupo que tiene lugar hacia el final). Un gran momento simbólico en la relación de estos dos personajes tiene lugar cuando Francisco toca el jersey mojado de Manuel, que es el primer contacto “físico” que se describe en el libro. De esta manera trata Chirbes el peligro de los sentimientos envenenados (eso que ahora se llaman “relaciones tóxicas”).

También él había perdido las fuerzas y nadie había sido capaz de devolvérselas.”

En este libro de poco más de un centenar de páginas, sobre el tedio (o, como él lo denomina, “la deriva”, p. 77) y el asco de la existencia incomprendida, se las compone Chirbes para, en tan estrechos márgenes, componer una historia llena de sensualidad y conmovedora por el vacío de sus protagonistas, pero también repleta de la violencia soterrada que se profesan unos a otros, donde destaca, como ya apunté, la extraña relación pasivo-agresiva entre Manuel y Francisco (sobre todo por parte de este último). Además, Manuel funciona para el autor como herramienta narrativa, ya que es el único punto común entre Hassan, Franciso y Charpent, con todos los cuales establece una relación perversa.

Con esos elementos, no es de extrañar la muy acertada decisión del autor de ambientar Mimoun en el desierto, representación no sólo de lo aparentemente estéril —pero poblado de las criaturas con la fortaleza suficiente como para sobrevivir a él—, sino también de lo que inexorablemente va cambiando, de lo inevitable, del destino incluso (pues hay bastante de lectura fatalista en este libro).

Era como si el desierto hubiese ido cayendo imperceptiblemente sobre nosotros, traído por el aire caliente, y hubiera acabado por ocuparlo todo sin que nos diésemos cuenta”.

Por último, el potente simbolismo del incendio —lo purificador, lo expiatorio, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo—, narrado en términos bastante pacíficos, dota de una posible lectura simbólica a toda la obra. En cambio, es cierto que el anuncio del reencuentro futuro al poco de empezar la novela le resta tensión a esta, por lo que podría considerarse un desacierto.

 

1 comentario:

  1. otro que no parece que te vaya a dejar muy buen cuerpo, no?

    es que el de París es...

    en fin, que mucho mejor el de Mendicutti, aunque tras la risa y la comedia también hay ese toque amargo.

    biquiños,

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