lunes, 29 de febrero de 2016

"O que a túa pel agocha" / "Lo que tu piel oculta"

Nos recunchiños da túa pel agardan
folerpas de desexo
que caen dende o sobrado
da memoria; recantos de verdades
fai tempo esquecidas, que xa ninguén lembra,
como que hai un oco de morte
na vida, cando comeza; ou un segundo
de sangue na espada que agarda,
ou unha gota de tinta no papel en branco.

Aí están, na túa pel, eu véxoos. Pero
hai sombra a un lado, e no outro, sombra,
e nós no medio, agardando ó final que volva a vida
cando fai tanto que se esgotaron os bicos.

Agardando ó final que volvan os bicos
cando fai tanto que se esgotou o tempo.

Un rumor no bosque, unha tristura na alma,
e, entre un e outra, ó fondo, unha ramaxe espesa.

O que a túa pel agocha.

Trad.:
En los rinconcitos de tu piel aguardan
copos de nieve de deseo
que caen desde el desván
de la memoria; esquinas de verdades
hace tiempo olvidadas, que ya nadie recuerda,
como que hay un hueco de muerte
en la vida, cuando comienza; o un segundo
de sangre en la espada que espera,
o una gota de tinta en el papel en blanco.

Ahí están, en tu piel, yo las veo. Pero
hay sombra a un lado, y, al otro, sombra,
y nosotros en medio, esperando al final que vuelva la vida
cuando hace tanto que se agotaron los besos.

Esperando al final que vuelvan los besos
cuando hace tanto que se agotó el tiempo.

Un rumor en el bosque, una tristeza en el alma,
y, entre uno y otra, al fondo, un ramaje espeso.

Lo que tu piel oculta.


miércoles, 24 de febrero de 2016

Comentario-homenaje a Rosalía de Castro en su aniversario

 

No hay muchos artistas que trasciendan la posteridad para alcanzar el grado de símbolo que con respecto a Galicia ha alcanzado Rosalía de Castro, una especie de identificación entre la nación de la que provienen y el sentimiento que expresan. En el 179 aniversario de su nacimiento, quiero homenajear a una de mis autoras favoritas de todos los tiempos, a la que leí y releí muchísimo, en mi adolescencia sobre todo. Con Rosalía sentí por primera vez esa extraña comunión que apenas te ocurre con un puñado de autores, en la que pareciera que el artista hubiese abierto tu cráneo y tomado puntual cuenta de lo que allí se encuentra. Ese recordatorio de que, por muy individuales que seamos, lo que nos asemeja es mucho más que lo que nos distingue, y que, por tanto, siempre hay alguien cuyas experiencias son tan similares, y su forma de expresarlas tan parecida, que podríamos haber empleado las mismas palabras para expresarla. También fue Rosalía la que me enseñó por primera vez la ambivalencia y contradicción que simultáneamente puede darse en los sentimientos, coloreando con una gama de todos los tonos posibles el lienzo del alma humana:

(…)
mas donde la gracia me falta
el sentimiento me sobra,
aunque este tampoco basta
para explicar ciertas cosas,
que a veces por fuera uno canta
mientras que por dentro uno llora

(Cantares Gallegos, cantar 35)

(…)
desde mis ventanas veo
el templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...
pues no sé decir ya si le quiero,
que en el rudo vaivén que sin tregua
se agitan mis pensamientos,
dudo si el rencor adusto
vive unido al amor en mi pecho.

(En las orillas del Sar, “Orillas del Sar, I”)

Consistirá mi pequeño homenaje en un simple comentario personal y subjetivo de uno de sus poemas más conocidos. No es mi favorito —eso me costaría dios y ayuda decidirlo—, pero sí me parece representativo de las dos vertientes más destacadas de la obra rosaliana —por cierto, ¿alguna vez habéis reparado en que cuando hablamos de autorAs, tendemos a nombrarlas más por su nombre de pila que por su apellido? Algo que no sucede con sus colegas varones—: la expresión emocional desatada —uno de los elementos grandiosos de su poesía es la capacidad que nuestra autora tenía para transformar en colectivo, en universal, su sufrimiento personal, que, de esa manera, trasciende el ámbito de la mera queja, dada su (...) natural disposición (que no en balde soy mujer) a sentir como propias las penas ajenas”—, y la preocupación social.

El texto, “A xusticia pola man” (“La justicia por la mano”) es el siguiente (la propia Rosalía hizo una adaptación al castellano, pero en aras de la literalidad, tanto como esta es posible, doy mi propia traducción):

Aqués que tén fama d' honrados na vila
roubáronme tanta brancura qu' eu tiña;
botáronme estrume nas galas dun día,
a roupa de cote puñéronma en tiras.
Nin pedra deixaron en dond' eu vivira;
sin lar, sin abrigo, morei nas curtiñas;
ó raso cas lebres dormín nas campías;
meus fillos... ¡meus anxos!... que tant' eu quería,
¡morreron, morreron ca fame que tiñan!
Quedei deshonrada, mucháronm' a vida,
fixéronm' un leito de toxos e silvas;
i en tanto, os raposos de sangre maldita,
tranquilos nun leito de rosas dormían.

Salvádeme ¡ouh, xueces!, berrei... ¡Tolería!
De min se mofaron, vendeum' a xusticia.
Bon Dios, axudaime, berrei, berrei inda...
tan alto qu' estaba, bon Dios non m' oíra.
Estonces, cal loba doente ou ferida,
dun salto con rabia pillei a fouciña,
rondei paseniño... (ne' as herbas sentían)
i a lúa escondíase, i a fera dormía
cos seus compañeiros en cama mullida.

Mireinos con calma, i as mans estendidas,
dun golpe ¡dun soio! deixeinos sin vida.
I ó lado, contenta, senteime das vítimas,
tranquila, esperando pola alba do día.

I estonces... estonces cumpreuse a xusticia:
eu, neles; i as leises, na man qu' os ferira.

Trad.:

Aquellos que tienen fama de honrados en la villa
me robaron tanta blancura que yo tenía;
me echaron estiércol en las galas de un día,
la ropa buena me la hicieron trizas.
Ni piedra dejaron en donde yo vivía;
sin lar, sin abrigo, moré en las fincas;
al raso con las liebres dormí en las campiñas;
mis hijos... ¡mis ángeles!... que tanto yo quería,
¡murieron, murieron con el hambre que tenían!
Quedé deshonrada, marchitaron mi vida,
me hicieron un lecho de tojos y silvas;
y en tanto, los zorros de sangre maldita,
tranquilos en un lecho de rosas dormían.

Salvadme ¡oh, jueces!, grité... ¡Locura!
De mí se mofaron, me vendió la justicia.
Buen Dios, ayudadme, grité, grité todavía...
tan alto que estaba, buen Dios, no me oía.
Entonces, cual loba rabiosa o herida,
de un salto con rabia cogí la hoz,
rondé despacio... (ni las hierbas sentían)
y la luna se escondía, y la fiera dormía
con sus compañeros en cama mullida.

Los miré con calma, y las manos extendidas,
de un golpe ¡de uno solo! los dejé sin vida.
Y al lado, contenta, me senté de las víctimas,
tranquila, esperando por el alba del día.

Y entonces... entonces se cumplió la justicia:
yo, en ellos; y las leyes, en la mano que los hería.

Como sucede con todos los poemas de Follas novas (Hojas nuevas), 1880, no está claro el momento de composición de esta pieza. Al momento de aparecer el libro, la autora llevaba en un misterioso silencio editorial nada menos que trece años; a pesar de lo cual, parece que debía gozar de cierta reputación, pues fueron “viejos compromisos” los que la obligaron a dar la obra a la estampa, a petición de la Sociedad de Beneficencia de los Naturales de Galicia en La Habana, de la cual era socia honoraria, a pesar de que, como indica en el prólogo, no tenía intención de publicar más, ni de volver a escribir en gallego después de esta obra. Además, poco después de su aparición tuvo lugar un escándalo relacionado con la inminente publicación —que nunca llegó a tener lugar, ni se conserva el texto de la discordia— de un artículo de Rosalía que desató una viva polémica y acabó saldándose con el destrozo de la editorial; episodio que, muy probablemnte, no habría tenido lugar de no haberse tratado de una escritora conocida.

En relación a esto último, es importante tener en cuenta que Rosalía manifestó siempre una clara conciencia de ser mujer —obvio—, de ser una mujer casada y madre —con todo lo que ello implicaba en su época—, de ser una mujer casada que escribía, y del papel que, como mujer, esposa, madre y escritora le cabía esperar. En concreto, Rosalía tenía un idea exacta de cuál era el tratamiento que los artistas reciben, y cuál debería ser este en su opinión. Este factor constituye una constante de su obra, desde sus primeros escritos —el panfletario Lieders—, pasando por muchos de sus poemas o artículos —Las literatas o los prólogos de sus obras—, hasta llegar a su correspondencia privada. El artista gozaba de proyección política y social. Lo que pensaba al respecto podemos leerlo en una carta a Murguía 1 —quien, dicho sea de paso, no sé si fue el mejor esposo, no me compete a mí decidirlo, pero indudablemente fue el mejor mánager— fechada en Lestrove, el 26 de julio de 1881, un año después de la aparición de Follas Novas.

“A xusticia pola man” es una de las piezas más salvajes de Rosalía. Describe una escena tan tremenda que incluso hoy —¡y sigue teniendo vigencia!— pone los pelos como escarpias, y permite evaluar el alcance del irónico epigrama que abre Follas novas:

De aquellas que cantan las palomas y las flores
todos dicen que tienen alma de mujer,
pues yo que no las canto, Virgen de la Paloma,
¡ay!, ¿de qué la tendré?

Como es bien sabido, el poemario, insualmente extenso, tiene una peculiar estructura en cinco libros que transita gradualmente desde el intimismo subjetivo del primero hasta la reivindicación social del último. Pues bien; lo peculiar de “A xusticia pola man” es que se inserta en el segundo libro, títulado “¡Do íntimo!” (“¡De lo íntimo!”), un compendio de poemas donde, en principio, cabría identificar la voz lírica con la de la propia Rosalía. Sin embargo, o poco conocemos la biografía de la escritora, por muchos puntos oscuros que tenga, o lo que en el poema se cuenta dista mucho de ser autobiográfico. Por ello nuestro poema es un buen ejemplo de esa identificación con el dolor del mundo de la que era capaz la poeta.

La primera cuestión que cabe plantearse, pues, sería, ¿quién es la mujer que habla en el poema? Obviamente, no se trata de ponerle nombres y apellidos, sino de definir las circunstancias personales y sociales de la misma. Para ello, la autora ha dejado pistas en su texto. Sabemos, para empezar, que la mujer vive en una aldea. El uso de la expresión “a roupa de cote” nos permite suponer que se trata de un campesina pobre: la “roupa de cote” era una dádiva que los patrones campesinos daban a sus trabajadores fuera del jornal ordinario; impresión que parece reforzada por el arranque, “aqués que tén fama de honrados”, que sin duda alude a una posición social ventajosa de los atacantes. Sin embargo, ¿es posible que se oculte más información analizando esos dos versos y los que le siguen? ¿Cuál es la situación personal de la protagonista? ¿Está casada? ¿Quién es el padre de sus hijos? ¿Tiene parientes? En mi opinión, es muy posible que los abusos a los que la mujer es sometida hayan sido reiterados en el tiempo. Cuando busca ayuda, sólo recurre a los jueces y a Dios. Por tanto, no creo descabellado suponer que la mujer es soltera y sin familia, y su progenie, el fruto de reiteradas violaciones. La, a mi parecer deliberada, ambigüedad en ese punto, permite ampliar las interpretaciones posibles.

El siguiente rasgo que llama la atención de “A xusticia” es su métrica. La poesía rosaliana se caracteriza por la variedad en este campo —sus detractores la acusaron a menudo de falta de armonía—, con frecuentes combinaciones inusuales de versos cortos y largos. Sin embargo, aquí se decanta por mantener una férrea estructura de versos dodecasílabos. Para acentuar esta estructura, añade una machacona rima asonante no alternada a versos pares, como suele, sino en todos y cada uno de ellos, lo que imprime al texto un pesante ritmo de marcha.

Ya adentrándonos en el contenido, destaca la contraposición entre el individuo y la sociedad, y, más concretamente, los poderosos: en este poema relativamente breve, el pronombre “eu” (“yo”) se repite nada menos que cuatro veces, en fuerte contraste con el “Aqués” (“Aquellos”) que abre el poema.

Es difícil saber qué le ha pasado exactamente a la protagonista de “A xusticia pola man”. Por lo referido en la primera estrofa, parece haber sufrido una violación (“roubáronme tanta brancura”, “a roupa decote puñéronma en tiras”, “quedei deshonrada”). Siempre me llamó la atención la potencia de la imagen “botáronme estrume”: no es nada frecuente la referencia a algo tan prosaico como el estiércol en la poesía, en general, y menos en la escrita por mujeres, así que aquí nuestra autora se aproxima tanto cuanto le era posible a decir “mierda”. Pero es que, por si esta agresión no fuera poco, sorprende la inquina con que la mujer es tratada: la segunda estrofa se abre con la afirmación de que destruyeron su casa —tal vez en un caso de lo que hoy podría ser un desahucio, o bien especulación urbanística—. La agredida se ve forzada a dormir al raso y, momento más terrorífico del poema, sus hijos mueren de hambre.

La tercera estrofa contiene dos elementos importantes: primero, opone el metafórico lecho de tojos y silvas de la protagonista con el lecho de rosas de sus agresores; segundo, “aqués que tén fama de honrados” se transforman en “os raposos de sangre maldita”. Esta animalización se va a mantener durante el resto del poema.

El recurso de la protagonista es acudir a los jueces en primer término. Pero la justicia no sólo es inoperante, sino que se representa como corrupta. Es interesante resaltar que, sacado el título, el término aparece dos veces en el poema, manteniendo una vez más la dualidad que ya hemos visto respecto a otros elementos. En este caso, la justicia oficial es una charada: será la justicia indivual, la ley del talión ejecutada por la propia ofendida (“as leises na man que os ferira”, que concluye el poema), la que redima la afrenta. Como curiosidad, también puede destacarse que la única vez que emplea el vocablo “víctima” es para aludir al sangriento destino de los agresores, pero nunca referida a sí misma.

Abandonada por los jueces, la mujer recurre entonces a Dios, es decir, a la religión, pero aquel no la oye porque se encuentra “tan alto”. El zascazo en toda la cara de Rosalía es importante: su posición respecto a la religión siempre fue muy ambivalente, y más bien tendía al ateísmo que a la fe. Pero aquí parece censurar el hecho de que la Iglesia, ocupada en menesteres encumbrados, no se cuida de las cuestiones terrenales.

Abandonada por todos, el recurso final de la protagonista es la venganza. No son pocas las escenas de la obra rosaliana que debieron de escandalizar a sus contemporáneos; pero entre todas, quizás la de la sexta estrofa de “A xusticia pola man” es la que se lleva la palma: la mujer, armada con una hoz, entra sigilosamente en la casa de sus agresores —que, curiosamente, parecen dormir juntos o próximos— y los mata. Es interesante que la luna se haya ocultado: acostumbra ser esta una presencia benéfica en los poemas de nuestra autora, que a menudo la mira y le habla, como podemos ver en fragmento III de “Campanas de Bastabales”:

(...)
Y sentada estoy mirando
cómo la luna va saliendo,
cómo el sol se va acostando.

Cual se acuesta, cual se esconde,
mientras tanto corre la luna
sin saberse para dónde.

Para dónde va tan sola,
sin que a los tristes que la miramos
ni nos hable ni nos oiga.

Que si oyera y nos hablara,
muchas cosas le dijera,
muchas cosas le contara.

Así que no es raro que, a punto de perpetrar una sangrienta matanza, la luna desaparezca (final de la quinta estrofa).

Una vez cumplida la justicia, la auténtica justicia en la concepción que de la misma en el poema se maneja, y que requiere una expiación para poder restaurar el orden quebrantado, sobrevienen a la ultrajada dos sentimientos: contento y tranquilidad. En la óptica que del mundo tiene Rosalía, la vida se conceptúa, a grandes rasgos, como algo enojoso, lleno de obstáculos y penurias, que no obstante se ven relativizados por la inconstancia humana y por el descanso que la muerte representa. Para la autora hay cosas mucho peores que la muerte, la mezquindad y la ambición entre ellas. Por tanto, no sorprende que, ante tamaña concatenación de desmanes, la poeta considere el asesinato un castigo no sólo merecido, sino proporcionado y justo.



1“Mi querido Manolo: Te he escrito ayer, pero vuelvo a hacerlo hoy deprisa para decirte únicamente que me extraña que insistas todavía en que escriba un nuevo tomo de versos en dialecto gallego. No siendo porque lo apurado de las circunstancias me obliguen imperiosamente a ello, dado caso que el editor aceptase las condiciones que te dije, ni por tres, ni por seis, ni por nueve mil reales volveré a escribir nada en nuestro dialecto, ni acaso tampoco a ocuparme de nada que a nuestro país concierna. Con lo cual no perderá nada, pero yo perderé mucho menos todavía.
Se atreven a decir que es fuerza que me rehabilite ante Galicia. ¿Rehabilitarme de qué? ¿De haber hecho todo lo que en mí cupo por su engrandecimiento?
El país sí que es el que tiene que rehabilitarse para con los escritores, a quienes, aun cuando no sea más que por la buena fe, y entusiasmo con que por él han trabajado, les deben una estimación y respeto que no saben darles y que guardan para lo que no quiero ahora mentar. ¿Qué algarada ha sido ésa que en contra mía han levantado, cuando es notorio el amor que a mi tierra profeso? Aun dado el caso (que niego) de que yo hubiese realmente pecado, por lo que toca al artículo en cuestión, ¿era aquello suficiente para arrojar un sambenito sobre la reputación literaria grande o pequeña de cualquier escritor que hubiese dado siempre probadas muestras de amor patrio, como creo yo haberlas dado? No; esto puede decirse sencillamente mala fe, o falta absoluta no sólo de consideración y gratitud, sino también de criterio. Pues bien: el país que así trata a los suyos no merece que aquellos que tales ofensas reciben vuelvan a herir la susceptibilidad de sus compatriotas con sus escritos malos o buenos. Y en tanto, ya que tan dañada intención han encontrado en lo que narré, para dar a conocer (y no para alabarla ni censurarla) una costumbre antiquísima, y de la cual aún quedaba algún resto en nuestro país, pueden consolarse leyendo la estadística por lo que toca a cierta cuestión que han sacado a relucir ciertos periódicos escandalizados con mi artículo. Si así arremetiesen contra la estadística sería mejor, a ver si así lograban borrar lo que es peor mil veces que lo que en mí han censurado tan bravamente.
Hazle, pues, presente al editor que, pese a la mala opinión de que al presente gozo, ha tenido a bien acordarse de mí, lo cual le agradezco, mi resolución de no volver a coger la pluma para nada que pertenezca a este país, ni menos escribir en gallego, una vez que a él no le conviene aceptar las condiciones que le he propuesto. No quiero volver a escandalizar a mis paisanos.”

lunes, 15 de febrero de 2016

Zora Neale Hurston, "Sus ojos miraban a Dios" - LIBRO DEL MES


Título: Sus ojos miraban a Dios    Autor: Zora Neale Hurston
Valoración♥♥♥♥


Es tan fácil sentirse esperanzado a la luz del día,
cuando puedes ver lo que deseas.”

Zora Neale Hurston, Sus ojos miraban a Dios


Vamos al garaje, de un tirón quitamos la sábana que la recubre —cof, cof, ¡qué de polvo!— y, una vez más, nos subimos en nuestra máquina del espacio-tiempo literario. ¡Y esta vez es para dar un buen salto!

Dejamos a Bertha von Suttner y la remota y fría Austria y, avanzando casi cuarenta años, volvemos a pisar suelo norteamericano. Estamos en 1937. Y claro, 1937 no es 1859 —fecha en que, recordemos, Harriet Wilson había publicado Our nig—, no sólo por los setenta y ocho años que los separan, sino porque a) estos se producen en uno de los momentos de avance más rápido de la historia humana —sólo hay que pensar en las redes de ferrocarril y medios de comunicación disponibles en cada uno de esos momentos—; b) de por medio, EEUU sufrió cinco años de Guerra Civil, y el mundo la 1ª Guerra Mundial. España está inmersa en su propia confrontación, y los tambores de la 2ª Conflagración Mundial, con Hitler armándose hasta los dientes, resuenan ya en lontananza. Y es lo que tienen las guerras, que lo cambian todo.

Pero por ahora, EEUU es un país muy distinto al que dejamos en nuestra última visita. Es una nación próspera y su papel internacional está claramente asentado. Una de las cosas que la guerra barrió consigo fue la esclavitud, por fin proscrita en el territorio americano del norte. Pero ello no significa que la integración de la población afroamericana sea ya plena, no sólo por cuestiones sociales: siguen en vigor las leyes que respaldan la segregación.

Sin embargo, no cabe duda de que se han producido cambios. Y muchos. De ello hará prueba nuestra valiente de hoy, Zora Neale Hurston, nacida en 1891 y autora, entre otras, de la novela Sus ojos miraban a Dios. El primer factor en que descubrimos un cambio es el origen de Hurston: su padre era predicador, y llegaría a ser alcalde de una ciudad, Eatonville (Florida); en tanto que su madre era maestra. En dicha localidad pasaría Hurston la mayor parte de su infancia, hasta que fue enviada a un internado. Después, tras trabajar un tiempo como doncella, en 1917 —segunda diferencia radical con sus antecesoras— comenzó a asistir a la universidad, en el Morgan College de Baltimore, graduándose al año siguiente. Prosiguió estudios de lengua y oratoria en la Howard University, siendo cofundadora del periódico estudiantil. Posteriormente, en 1925, recibió una beca para el Barnard College, Universidad de Columbia, donde era la única estudiante de color. A los 37 años, en 1928, se graduó en antropología. Allí colaboraría con nombres tan relevantes del ámbito como Franz Boas, Ruth Benedict o Margaret Mead.

El año anterior había contraído matrimonio con Herbert Sheen, antiguo compañero de clase que acabaría conviertiéndose en médico. Se separaron en 1931. En 1939, Hurston volvería a casarse, esta vez con un hombre veinticinco años menor que ella, aunque la unión duró sólo siete meses.

A lo largo de su vida, Hurston desempeñó múltiples empleos, tanto en el ámbito académico como fuera de él, y recibió diversos premios. Como antropóloga, viajó extensamente por el Caribe, sudamérica, Jamaica y Haití —gracias tanto a patrocinios privados cuanto a una beca Guggenheim—, donde documentó prácticas de los campos madereros como el “derecho de pernada”, experiencias que resultarían no sólo en obras especializadas, como Mulas y hombres (1935) o Cuéntaselo a mi caballo (1938), sino que permearían también su narrativa. En 1952 se encargó de la cobertura del caso de Ruby McCollum para el Pittsburgh Courier. Acabaría sus últimos años olvidada y en la pobreza, falleciendo de una enfermedad cardíaca en 1960.

Como narradora, se la inscribe en el llamado Renacimiento de Harlem, del cual participó a su llegada a Nueva York en 1925. Este es otro de los factores diferenciadores esenciales de la vida y obra de nuestra autora en relación a sus antecesoras y, en particular, a Harriet Wilson: el Renacimiento de Harlem consistió esencialmente en la reunión de escritores de color que, por primera vez, o casi, tomaron conciencia de su legado cultural propio y empezaron a expresarlo en sus propios términos, apartándose de lo que más tarde la Nobel Toni Morrison denominaría “la mirada blanca”, es decir, la composición y evaluación tanto de los personajes como de las prácticas negros a través de los parámetros de los blancos, lo que, por muy bien intencionado que fuera, sólo podía resultar en un tratamiento tópico, en un grado u otro. En Sus ojos miraban a Dios, Zora Neale rompe con esta herencia, y lo que vamos a escuchar son voces genuinamente afroamericanas, incluso en el empleo del lenguaje —factor que, paradójicamente, jugaría en contra de su posteridad, ya que se tomó a menudo como una herencia de modelos narrativos racistas, más que como una constatación etnográfica—.

Los pensamientos de antaño volvían a estar al alcance de su mano, pero a fin de que coincidieran con la realidad habría que inventar nuevas palabras, y decirlas”.

Sin embargo, sus intereses no se circunscribían exclusivamente a la cultura afroamericana, y su mente de antropóloga la llevó en su última novela a centrarse en el tratamiento de mujeres “basura blanca”, blancas pobres sobre las que se van a reflejar las teorías eugenésicas de los años veinte.

Autora de relatos y novelas, se interesó también por las artes escénicas, llegando a montar espectáculos teatrales y musicales, y fundando incluso una escuela universitaria de arte dramático basada en la “expresión negra pura”. De sus cuatro novelas, me voy a centrar hoy en la segunda.

Como anuncié, Sus ojos miraban a Dios se publicó en 1937. Siempre es difícil establecer por qué la posteridad ensalza a unos autores y no a otros, y también es verdad que tras su muerte muchos autores recorren una travesía del desierto hasta que razones igualmente difíciles de esclarecer —a menudo relacionadas con el interés particular de algún concienzudo estudioso— los rescatan del olvido. En todo caso, no sería hasta la década de los setenta que la presente novela fue recuperada, tras pasar casi cuarenta años sin pena ni gloria, y más de una década después de la muerte de su autora. Pero es muy posible que consideraciones ajenas a la literatura, como la ausencia de compromiso político en las obras de Hurston por oposición a las de otros autores en boga en el mismo periodo, tengan mucho que ver con ese ostracismo. Aserto en mi opinión bastante discutible en el que no me adentraré ahora, pero sirvan como muestra la crítica perspectiva que la autora muestra sobre la falta de unidad de la gente de color entre sí, permitiendo con ello que los blancos se aprovechen y los sometan; o muy en especial sobre de la repetición por los nuevos ricos afroamericanos de los modelos de sus opresores (como cuando habla de la gran casa de Joe pintada de “un blanco brillante y jactancioso”, tal como podría serlo la del centro de cualquier plantación algodonera —no deja de ser muy sintomático el extrañamiento que la protagonista va a sentir ante este hecho, por oposición al del resto de los pobladores—). Igualmente el racismo adquirido de la Sra. Turner la convierte en un personaje antipático no sólo para el lector, sino también para el resto de los personajes del libro. Ni siquiera la protagonista siente un gran aprecio por ella.

Sus ojos miraban a Dios cuenta la vida de Janie Crawford, en los dos primeros capítulos empleando una narrador omnisciente en tercera persona, que pasa a partir del tercer capítulo a hablar desde la perspectiva de Janie. Si tuviera que elegir un tema principal, yo diría que se trata de una novela sobre la identidad, sobre la plenitud vital y la autodeterminación: a lo largo del texto, todos pretenden convertir a Janie en lo que no es (la obra se abre, de hecho, con un corrillo de vecinos que cotillean sobre ella); Janie, en cambio, siempre con una actitud próxima a la resistencia pasiva, se mantendrá firme e inamovible en su determinación de experimentar el mundo según sus sentimientos le dictan. En términos más generales, podría decirse que se trata de una historia de mujeres narrada desde una perspectiva femenina: otras cuestiones, como la integración, por ejemplo, aparecen, pero la cuestión femenina es mucho más central.

“—Algunas veces Dios también nos habla a las mujeres y se pone a contarnos sus cosas. Y Él me ha dicho que estaba muy sorprendido de que, habiendo hecho Él de otro modo, os hubierais vuelto todos tan listos y lo sorprendidos que os quedaréis todos vosotros el día que descubráis que no sabéis de nosotras ni la mitad de lo que creéis que sabéis. Es muy fácil sentirse Dios omnipotente cuando todo lo que se tiene delante son mujeres y pollitos”.

Estilísticamente es una obra sobresaliente, con un uso muy imaginativo de las metáforas y la simbología. Y, en este sentido, lo primero que puede plantearse el lector es, ¿quién es ese “Dios” al que se alude en el título? Según creo, su significación es doble: por un lado, representaría al Destino; por otro, al Amor; siendo en ambos casos metáfora de lo inevitable —misma significación que va a tener el huracán / inundación—. Y es que Sus ojos miraban a Dios es, quizás más que ninguna otra cosa, una meditación sobre la espera(nza), el amor y sobre la relación de pareja ideal, puesto que para Janie la vida es un proceso de búsqueda y descubrimiento guiado por fuertes intuiciones (la escena simbólica de las abejas libando es recurrente y planea sobre todo el libro) y un ansia de libertad inextinguible, que conducirá, irremisiblemente, a la extinción del uno cuando se cercena la otra:

Así, poco a poco, Janie fue aprendiendo a apretar los dientes y a callarse. El espíritu de su matrimonio abandonó el dormitorio y se instaló en el salón. Estaba allí para dar la mano cuando venían visitas, pero nunca volvió a entrar en el dormitorio.”

Janie se quedó inmóvil donde él la había dejado y estuvo largo rato pensando. Estuvo allí hasta que notó que en su interior algo se había caído de su estante. Entonces penetró en su interior para ver qué era. Era su imagen de ****, caída en el suelo y hecha pedazos. Pero mirándola cayó en la cuenta de que en realidad nunca había sido la imagen de sus sueños hecha carne y hueso. Era, sencillamente, algo que ella había cogido al pasar y que había recubierto con sus sueños. Entonces le dio la espalda a la imagen caída y se puso a mirar hacia delante. En cierto modo ya no tenía capullos en flor que derramasen polen sobre su hombre, ni tampoco frutos jóvenes y luminosos donde antes se hallaban los pétalos. Se daba cuenta de los innumerables pensamientos de los que nunca había hablado a **** y de los muchos sentimientos de los que nunca le había hecho partícipe. Cosas embaladas y almacenadas en zonas de su corazón donde él no podría encontrarlas nunca. Estaba salvaguardando sentimientos para un hombre al que no conocía. Ahora, ella tenía un interior y un exterior y de pronto supo cómo mantenerlos separados.”

Un asunto que Zora Neale maneja con singular sutileza es el del cortejo: el flechazo, a través de escenas en las que hay que leer entre líneas, como cuando Janie es peinada por uno de sus amantes, o cuando este le enseña a jugar a las damas.

Dentro de las relaciones de género, un tema crucial es el de las posibilidades de elección que tiene una mujer, introducido muy sutilmente por Hurston a través de innumerables detalles, como cuando Joe no deja a Janie dar un discurso. En este ámbito, me parece poderosísima la simbología del cabello recogido, y del acto de rebelión de Janie de soltarse el pelo. Y también va a tratar la dominación (frecuentemente maltrato) que, incluso hoy, sigue yendo implícita en ambas experiencias —amor y pareja— para muchas mujeres.

“—Tony ni siquiera le toca un pelo. Él dice que pegar a una mujer es como pisotear a un pollito. Pretende que las mujeres no tienen ningún sitio donde se les pueda pegar (…) pero yo mataría incluso a un crío recién nacido por una cosa así”.

La valoración del matrimonio, así, va a resultar bastante ambivalente, ya que, por un lado, es el acto de ratificación del amor cuando se consiente con total libertad; pero, por otro, es reflejado como una aventura azarosa que puede fácilmente puede salir mal:

“—(...) Pero estás corriendo un riesgo muy grande.
No más grande que el que corrí antes y no más grande que el que corre todo el mundo cuando se casa. Eso es algo que siempre cambia a las personas y a veces hace salir suciedad y maldad que las personas ni siquiera sabían que tenían dentro.”

El amor será para Janie, a pesar de la diferencia de edad, una experiencia revolucionaria y enriquecedora que conduce a “pensar nuevos pensamientos y (…) decir palabras nuevas”; un acto de libertad —dentro del léxico empleado, no es accidental la recurrencia de los término “ver” o “mirar”, como actos que permiten tomar conciencia del entorno— en el que el deseo de entrega y la fascinación marcan una diferencia sustancial, puesto que el comportamiento de Tea Cake no es enteramente distinto al de Starks o Killicks.

Si él me abandonara, yo no podría soportarlo. No sé lo que haría. Cuando las cosas van mal, él es capaz de coger cualquier cosa pequeña y convertirla en todo un verano. Y entonces, mientras no llega más felicidad, vivimos con esa felicidad que él ha hecho.”

Y la edad, en una perspectiva modernísima, una mera cuestión de mentalidad, algo que la propia autora debía refrendar, puesto que se casaría con un hombre mucho menor poco después de aparecer el libro. Otro factor vital que se traslada a la historia es que esta se ambienta en Eatonville durante buena parte de la novela, a donde Janie llega con Joe cuando se trata de poco más que un poblacho que, gracias a la ambición del hombre —que acabará siendo alcalde—, crece exponencialmente.

Otros temas que aparecen en la novela son la violación socialmente consentida de las mujeres negras —que la autora había constatado durante sus investigaciones etnográficas—, el repudio de la maternidad —no perdamos de vista que, en este caso, se trata de hijos no deseados fruto de una agresión— y la orfandad consiguiente; o la diáspora de los trabajadores: es crucial tener en cuenta que estamos en la época del Dust Bowl y, de hecho, hay escenas y descripciones de Sus ojos miraban a Dios que nos hacen pensar en algunos de los momentos más estremecedores de Las uvas de la ira.  

File:Hurston-Zora-Neale-LOC.jpg

sábado, 13 de febrero de 2016

Pingüíns

Pingüíns.

Quen os fixo?

Quen inventou os pingüíns?

Que deus o que demo fabricaría
unhas aves que non poden voar?

Vestidos de gala, móvense
como branquinegros enxeños mecánicos,
como aqueles xoguetes de plástico da miña nenez
made in Taiwan
ós que había que darlles corda
para que saltasen por mesa adiante,
alleos á proximidade do abismo.

A quen pertencen os pingüíns?

Achéganse á beira do xeo
e chímpanse sen medo ás xélidas augas,
veloces coma torpedos
baixo a espelleante superficie,
fungando coma cohetes ultrasónicos

no silencio submarino.

Trad.:

Pingüinos.

¿Quién los hizo?

¿Quién inventó a los pingüinos?

¿Qué dios o qué demonio fabricaría
unas aves que no pueden volar?

Vestidos de gala, se mueven
como blanquinegros ingenios mecánicos,
como aquellos juguetes de plástico de mi niñez
made in Taiwan
a los que había que darles cuerda
para que saltasen por la mesa adelante,
ajenos a la proximidad del abismo.

¿A quién pertenecen los pingüinos?

Se acercan a borde del hielo
y se tiran sin miedo a las gélidas aguas,
veloces como torpedos
bajo la espejeante superficie,
zumbando como cohetes ultrasónicos
en el silencio submarino.

jueves, 11 de febrero de 2016

As lembranzas do tempo choven no camiño

As lembranzas do tempo choven no camiño;
as lembranzas choven sobre a xente, sobre a miña fiestra.

As cousas van tomando, fragmentadas pola auga,
unha distinta apariencia, ou unha distinta realidade,
non sei, tal vez a apariencia sexa a outra,
a de tódolos días. Chove sobre a miña fiestra
e unha vez máis eu contemplo a Cidade das Almenas,
coa súa particular fraga encantada á dereita,
o castelo á esquerda, a chaira en fronte, deserto
quizáis, e a selva do ancho mundo más aló.

Estas cousas vexo, polo camiño, dende a miña fiestra,
cando chove e as cousas mutan a súa apariencia,
ou mostran tal vez a súa auténtica realidade.

Vexo as murallas, as torres e as almenas, mais
que se agocha dentro que eu non vexo,
que non alcanzo a ver, que non perciben os meus ollos cegos?

Cos ollos máis poderosos e sempre acesos da
imaxinación miro, e descubro, no tempo, nas lembranzas,
cando chove, dende a miña fiestra, polo camiño,
a Cidade das Almenas, o castelo,
as maravillas...

Trad.:

Los recuerdos del tiempo llueven en el camino;
los recuerdos llueven sobre la gente, sobre mi ventana.

Las cosas van tomando, fragmentadas por el agua,
una distinta apariencia, o una distinta realidad,
no sé, tal vez la apariencia sea la otra,
la de todos los días. Llueve sobre mi ventana
y una vez más yo contemplo la Ciudad de las Almenas,
con su particular bosque encantado a la derecha,
el castillo a la izquierda, la llanura en frente, desierto
quizás, y la selva del ancho mundo más allá.

Estas cosas veo, por el camino, desde mi ventana,
cuando llueve y las cosas mutan su apariencia,
o muestran tal vez su auténtica realidad.

Veo las murallas, las torres y las almenas, mas
¿qué se esconde dentro que yo no veo,
que no alcanzo a ver, que no perciben mis ojos ciegos?

Con los ojos más poderosos y siempre encendidos de la
imaginación miro, y descubro, en el tiempo, en los recuerdos,
cuando llueve, desde mi ventana, por el camino,
la Ciudad de las Almenas, el castillo,

las maravillas...

miércoles, 10 de febrero de 2016

5 poemas galegos

1

Xa se vai esgotando o tempo,
que dura tan pouco,
nas miradas dos días que quedan durmidos

(Trad.: Ya se va agotando el tiempo,
que dura tan poco,
en la mirada de los días que se quedan dormidos)

****************

2

O verso que o outro día esquecín,
e perdín polo camiño abaixo,
tan desprendido, tan desfeito,
tan malagradecido,
ese precisamente,
era o meu mellor verso.

(Trad.: El verso que el otro día olvidé,
y perdí camino abajo,
tan desprendido, tan deshecho,
tan malagradecido,
ese precisamente,
era mi mejor verso.)

*************

3

Afundirte
na lonxanía da memoria
coma se pretendese esquecerte

(Trad.: Hundirte
en la lejanía de la memoria
como si pretendiese olvidarte)

**************

4

Calada noite florece
as noitébregas estacións do día

(Trad.: Callada noche florece
las nochébregas estaciones del día)

*************

5

Volveuse a alma túa
cunha ollada de fondo de espello;
ergueuse a miña man
para acariñar o baleiro dos teus ollos:
así de sinxelamente resumido
todo o amor do mundo.

(Trad.: Se volvió el alma tuya
con una mirada de fondo de espejo;
se levantó mi mano
para acariciar el vacío de tus ojos:
así de sencillamente resumido

todo el amor del mundo.)

sábado, 6 de febrero de 2016

CONCURSO DE FEBRERO

¡¡Hola a tod@s!!


Se me ha ocurrido una idea que espero os guste a tod@ l@s lector@s del blog: 

¡¡Voy a organizar un concurso!!

¿Que en qué consiste? Pues es muy fácil:
el primer día de cada mes, os pondré una foto con un fragmento
del libro que ese mes será elegido LIBRO DEL MES.
Quien lo adivine, recibirá un premio (un libro).
¡¡Así de sencillo!!
¿Fácil, no?

Quien quiera participar, sólo tiene que seguir las siguientes

Bases


1.- El concurso se inicia desde el momento en que se publique cada foto (normalmente, el primer día de cada mes) y dura hasta las 23:59 horas del día 14 del mes correspondiente.

2.- Para poder concursar, será requisito indispensable que los participantes cumplan al menos uno de estos requisitos:
  • estar suscrito a este blog
  • seguirme en Twitter
  • seguirme en Facebook
3.- Los participantes dejarán sus respuestas o bien como comentario a la entrada correspondiente en este blog, o bien como comentario en la entrada correspondiente publicada en dichas redes sociales. Cada participante podrá dejar tantas respuestas como quiera.

4.- El primer participante que adivine el título íntegro y el autor del libro, será el ganador.

5.- Desde el momento en que un participante sea declarado ganador, finalizará el concurso correspondiente a ese mes, circunstancia que será anunciada en el blog y redes sociales.

6.- El organizador (es decir, yo) se pondrá en contacto con el ganador para proceder a la entrega o envío del premio.

7.- En caso de que ningún participante acierte el título y/o autor del libro, llegada la fecha de finalización el concurso será declarado desierto, reservándose el premio para el concurso del mes siguiente.

8.- El ganador de un concurso no podrá participar en el del mes inmediatamente posterior.

¡¡ CONCURSO CERRADO!!

¡Ya tenemos ganadora, Txus de la Paz, como podéis ver en los comentarios!

¡Enhorabuena!

Bueno, pues allá va el fragmento de este mes


¡El premio de este mes será un ejemplar del libro

El carnaval del filósofo, de Eduardo Fra Molinero!


¡¡Mucha suerte, y que gane el mejor!!




viernes, 5 de febrero de 2016

Tú amarás a otro hombre

A CCG, 
inevitablemente.
Siempre.
A pesar de todo.

Tú amarás a otro hombre,
porque hay cosas inevitables, aun no estando planeadas,
y a veces arrastra el viento consigo
el polvo desprendido de las huellas de otras pisadas.

Tú amarás a otro hombre,
y aunque no quiera, él se deslumbrará con tu resplandor de alba
y, como el mío, se quedará su corazón felizmente traspasado
como por el relámpago fulgurante de una espada.

Tú amarás a otro hombre,
y serás amado. Mañana
el tiempo andante irá entretejiendo
en tu pelo negro orfebrerías de plata

que yo no podré besar,
ni de día ni en la madrugada,
pero que besará él en mi lugar, estremeciéndote
con caricias que arrancarán gemidos a tu garganta.

Y serás guapo, e imponente
como un león de melena ensortijada
que hubiese aprendido el arte del misterio
de las sutiles geometrías de las arañas.

Tú amarás a otro hombre,
y yo no podré hacer nada;
nada, salvo atisbar por los cristales
que la helada de la noche empaña.

Y que empaña el vaho de tus suspiros
en la noche tan callada,
mientras en el cielo va la luna
mostrando su arco de guadaña.

Tal vez te acordarás alguna tarde
movido por el candor de la nostalgia,
mientras a mí me devuelve el oleaje
el rumor de la madera tronchada.

Tú amarás a otro hombre
y serás amado, y por ello daré las gracias,
aunque me cueste quedarme pulverizando entre los dedos
la nieve, los hielos y la escarcha.

Inmóvil, me quedaré contemplando la noche
hasta que se diluyan tu nombre y tu rostro en el agua,
o se carbonice en esta llama mi cuerpo
y se pierda en torbellinos de ceniza enamorada.

Afuera, me quedaré removiendo lo que pudo ser,
como el pálido espectro de las Navidades pasadas,
mientras dentro él te atrae como atraes tú a mí,
y tú no podrás, ni querrás, hacer nada,

salvo desear que broten nuevos pétalos
a las margaritas deshojadas.
Y aun si voz, gritarás por dentro su nombre
como yo grito el tuyo escondido en cada palabra.

jueves, 4 de febrero de 2016

Zéper

 

El sonido de las plácidas respiraciones es casi inaudible. Ella tiene la sien apoyada sobre el puño. Él duerme con una mano sobre el pecho. En sueños, sus otras dos manos se han buscado y reposan apenas entrelazadas entre ambos.

De pronto, se incorporan en la cama cogiendo aire como si les hubiesen echado un jarro de agua helada. ¿Qué ha sido eso? Tras un instante de silencio, vuelve a repetirse: ¡un grito aterrador viene de la habitación del hijo!

Apenas capaces de desembarazarse de las sábanas, salen disparados, pero cuando llegan a la puerta de la habitación, descubren que está atrancada.

-¡Álex, abre la puerta!

-¡Noooo —grita el niño—, déjame!

La sangre se les hiela en las venas al oír una rasposa voz:

-¡Vamoz, niño, abre la boca! Quieraz o no, te la voy a meter.

Los padres aporrean la puerta, desesperados.

-¡Eh, quién está ahí? ¡Deja en paz a mi hijo, cabrón!

Él se abalanza sobre la puerta infructuosamente. Por el pasillo vuelve corriendo la madre, blandiendo un martillo, y asesta al pomo un golpe que lo hace saltar por los aires.

La puerta se abre y ambos se precipitan al interior. No pueden creer lo que ven: un orondo gato sujetando unas tenazas agarra los mofletes de su hijo.

-¿Qué demonios... —alcanza a balbucear el padre, incrédulo—.

-¡Oh! —se gira el gato, descubriéndose un sombrerito ridículamente pequeño—: el Gato Zéper, para zervirlez a uzted y zu zeñora. Ezto eztá lizto: zu hijo vuelve a tener zu muela.

Y lanzándola al aire, hace caer en su bolsillo la moneda que habían dejado bajo la almohada.

-¡Yo quiero mi moneda! —chilla el niño, enfurruñado—.

-¡Zi pretenderán que trabaje gratiz! ¡Panda de dezagradecidoz!


Y saltando ágilmente por la ventana abierta, le ven perderse por los tejados.