miércoles, 21 de diciembre de 2016

A PROPÓSITO DE "PATERSON", DE JIM JARMUSCH

[Si no has visto la película, es mejor que la veas antes de leer el poema]


si el autobús, ahora, por un fallo eléctrico
acabase convertido en una bola de fuego
— esas cosas pueden pasar:
en Madrid, este año, ya pasó dos veces —

si yo perdiese la vida
— imagina los titulares:
FALLECEN 37 PERSONAS CALCINADAS EN UN AUTOBÚS
(por suerte no se lamentan daños materiales):
uno sería un numerito en medio de otros numeritos:
“¿Qué ha pasado?”, “Nada, un numerito que ha muerto”,
“¡Bah!, lo mismo de siempre” —

si esto sucediese y este fuese mi final,
sería bonito haber vivido contigo durante dos horas
en Paterson, Nueva Jersey, y llamarse Paterson,
y leer Paterson, de William Carlos Williams

que trataras de consolarme con tu guitarra Arlequín
cuando nuestro perro Marvin destrozó mi libreta de poemas;
comerse las ciruelas que tenías reservadas para el postre
¡qué ricas estaban, tan fresquitas!

yo conduciría mi autobús
— esto ya es ciencia-ficción —
reprimiendo sonrisas al oír las candorosas conversaciones de la gente,
mientras tú preparas cupcakes blanquinegros decorados con motivos geométricos,
igual que las cortinas del baño, igual que las lacenas de la cocina,
igual   que las puertas de la casa, los visillos del salón, tu guitarra,
e incluso la funda de la rueda de repuesto…

sería bonito sentarse cada mediodía ante las cataratas Passaic
— donde una tarde una tarde un turista japonés
me dio una gran lección de vida —
a escribir, y encontrarse niñas adolescentes que esperan a sus madres
y que escriben poemas sobre el agua que cae
algunos lo llaman lluvia
sentadas en contenedores de basura, admiradoras de Emily Dickinson;
y tomarse una cerveza cada noche en el bar,
donde una vez evité que un tipo desesperado se volase la tapa de los sesos…

si el autobús, ahora, por un fallo eléctrico
acabase convertido en una bola de fuego,
no lo lamentaría, porque habría tenido

una vida plena, aunque sólo fuese durante dos horas

jueves, 17 de noviembre de 2016

Almudena Sánchez, "La acústica de los iglús" - LIBRO DEL MES

 

Autora: Almudena Sánchez   Editorial: Caballo de Troya   Año: 2016
Lugar: Barcelona   Valoración: 3 /5

De recientísima aparición —septiembre de este mismo año—, La acústica de los iglús es la primera aventura narrativa de Almudena Sánchez (Palma de Mallorca, 1985), y puede decirse desde el principio que coronada con resultado agridulce.

Se trata de una colección compuesta por diez relatos con títulos tan sugerentes como “El frío a través de los engranajes” o “Introducción al relámpago” donde el factor común es el desencaje que sufren sus protagonistas —todas ellas mujeres—: son criaturas repletas de extrañeza y a menudo víctimas de la incomunicación —en el sentido de comunicación intentada pero fracasada, es decir, en el mismo sentido en que podríamos serlo cualquiera de nosotros— que se esfuerzan por encontrar su lugar en un medio que perciben como hostil y que toman progresiva conciencia de su incapacidad de autorealización (“Apuntes desde la bóveda celeste”).

Contribuye a esta ambientación frecuentemente onírica y un punto delirante el originalísimo uso de la adjetivación —el estilo de la autora es impecable; recuerda al de Kjersti Skomsvold, por ejemplo—, cuya elasticidad es a menudo llevada hasta el extremo, investigando sin pretenciosidad en las posibilidades expresivas del lenguaje:

“(…) La magdalena se tambaleaba aerodinámicamente. (…) Por eso, me ofrecía una magdalena solitaria, que se volvía indisoluble en mi estómago.
(…) Las magdalenas resistían, fervorosas, ante su fugaz destino (…)” (p. 41)

“(…) Es una forma —la rigurosidad musical—de ir quitando horas a la infancia, de trasladarlas a la etapa adulta. Como si la etapa adulta no fuera ya un suplicio mortal, con los días contados, repletos de cacharrería y estornudos. Como si no sobraran horas muertas para lavar los platos y volver a lavarlos.” (p. 75)

También aplica una técnica de gran eficiencia narrativa para describir situaciones, a base de emplear metonimias para describir otros ámbitos más generales, tal como puede verse en el subrayado más arriba, donde la frase señalada equivale a “repletos de ocupaciones nimias y enfermedades”, pero mostrado, pues, con una novedad que lo dota de una carácter sorprendente. Por decirlo en palabras de la autora:

“En el arte pasa eso, que las personas se transforman, sufren extrañas mutaciones” (p. 85)

Otro elemento empleado por Almudena Sánchez es el valor simbólico, particularmente de los objetos, como en el relato “El arte incrustado”, donde el boomerang aparece como representación de aquello que se pierde para no volver, y en particular, de la niñez, o, más concretamente, de la inocencia.

Hasta aquí los aciertos de La acústica de los iglús. Ahora bien; si abría esta reseña diciendo que la sensación que deja el volumen es un tanto agridulce es porque —no perdamos de vista que se trata de una autora primeriza— a esos elementos exitosos, a mi entender, se suman otros que no lo son tanto; en particular, falta de desarrollo en los personajes, que parecen frecuentemente aquejados de cierto infantilismo, lo cual suele saldarse con conclusiones más que precipitadas, insustanciales —aunque ya dije que la inoperancia de la voluntad de las protagonistas constituye el espinazo de estos textos—; y, de otra parte, una cierta planitud o divagación en la intención de la autora, donde a veces no queda claro el objetivo a la hora de narrar determinada historia más allá del placer de narrarla —que no es poco, por otro lado—.


Un volumen breve —unas 150 páginas— de lectura más bien sencilla que mantendrán al lector pensando en el significado mucho después de dejar el libro —no necesariamente para bien—, y además cautivado —incómodamente, en la mayoría de los casos— por esa atmósfera extraviada que dota de unidad al conjunto —aunque esto último también dependerá en buena medida del gusto de cada quien—.

 Resultado de imagen de Almudena Sánchez

jueves, 20 de octubre de 2016

Anne Brontë, "Agnes Grey" - LIBRO DEL MES

 Resultado de imagen de agnes grey debolsillo

Título: Agnes Grey               Autora: Anne Brontë           Editorial: DeBols!llo
Año: 2010       Traducción: Menchu Gutiérrez López     
Valoración: 5 / 5

Los Brontë han debido ser una de las familias con más talento por metro cuadrado en la historia del mundo. Y también con la peor fortuna: de los seis pequeños Brontë, las dos mayores murieron en la adolescencia, y de los cuatro menores, sólo Charlotte superó con holgura la treintena y falleció a la “provecta” edad de  39 años.

La pequeña de la familia, Anne, que a pesar de morir a los 29 años trabajó durante más de un lustro como institutriz (una de las ocupaciones más duras que podía tener una mujer en el s.XIX, si hemos de confiar en el testimonio de Jane Austen o George Eliot) y aún tuvo tiempo para crear dos obras importantes, cargó con la desgracia, precisamente, de nacer en una familia tan talentosa, y el devenir de los años —junto con una ambigua actitud de su hermana superviviente respecto a la gestión de, diríamos hoy, sus derechos de autor post mortem— la ha dejado más bien sepultada bajo la sombra de sus hermanas hasta tiempos recientes.

De temperamento apacible y conciliador, lejos de los estallidos maníacos de Emily y de la ambición de Charlotte, y a pesar de lo cual dotada, según parece, de una férrea determinación, su creencia en la misión moralizante de la literatura permea su obra, siendo uno de los rasgos distintivos de Agnes Grey, la novela de la que hoy hablaremos. Así como el carácter de Emily alimentaría el de Heathcliff, y la preocupación “arquitectónica” es sobresaliente en Jane Eyre, el mismo comportamiento resignado que cabría esperar de Anne es el que encontramos en Agnes, una chica joven, poco más que una adolescente, que, para ayudar a su familia ante sus angosturas económicas, con poco o nulo conocimiento de la vida, decide colocarse como institutriz de alguna familia respetable.

Un tema que de inmediato salta a la vista del lector es el de la valía de espíritu frente a la valía de cuna: ricas y poderosas, sí, pero las familias a las que entra a servir Agnes —procedente ella misma de un entorno burgués y culto, aspecto que Brontë insiste en dejar claro— y también sus vástagos, harán prueba de todos los defectos morales que a la joven autora se le pudieron ocurrir, sin caer en lo escabroso, pero en algún punto bordeándolo apenas. Y no deja de ser curioso que sea, precisamente, esta joven de timidez casi patológica la que va anotando (bien es verdad que desde un punto posterior de su vida donde ya ha ganado mayor estabilidad o peso) sus rigurosos juicios acerca de quienes la rodean. No alcanza a eludirse cierto disfrute malicioso en esa censura, lo que dota a Agnes de una leve arrogancia implícita. La crítica social, pues, es esencial en el libro. No obstante, si hubiera de señalar un único tema central, me atrevería a decir que este es la soledad y el aislamiento: la protagonista se siente ajena a todo y todos a su alrededor, pero su respuesta es siempre la resignación, lo cual hace fácilmente comprensible que, en oposición a los personajes tan fascinantes creados por sus hermanas, la anodina institutriz fuera vista como insulsa.

Sin embargo, resulta consistente con el carácter de Anne la determinación de la que la callada heroína hace prueba. Como su creadora, Agnes posee unas fuertes convicciones religiosas, así como un sentido ético no exento de cierta superioridad, que, precisamente, acaba convirtiéndose en uno de los puntos flojos de la novela, a mi entender, ya que en contra de lo que cabría esperar, apenas se consigna evolución psicológica alguna en la protagonista y, por tanto, no estamos realmente ante una novela de aprendizaje (o bildungsroman): el progreso que habría sido “normal” en una joven al salir al mundo, especialmente desde un ambiente familiar tan aislado como el de la familia Grey, se evapora debido a la reacción en contra que provoca en Agnes el repudio hacia el comportamiento de sus pupilos y sus patronos.

Agnes Grey es una novela autobiográfica, en algunos puntos de forma tan obvia, que casi resulta candorosa. Hay, para empezar, una idealización tremenda de la familia propia, entendida como protección y remanso de paz y calidez, en cruda oposición a las de aquellos para quienes trabaja, caracterizadas por la falta de afecto, de respeto, de obediencia, etc. Tanto los Brontë de la realidad como los Grey de la ficción son un clan cerrado, sin apenas contacto exterior, donde los niños se relacionan sólo entre sí. La madre de la novela, por otra parte, claramente está más inspirada en Elizabeth Branwell, la tía que se hizo cargo de la crianza de los pequeños, que en su propia madre, fallecida cuando Anne contaba apenas un año, por lo que nunca conoció a más madre que Elizabeth, de quien heredó, según todos los indicios, dos de los rasgos más sobresalientes de su carácter, que heredaría a su vez su personaje: las sólidas convicciones religiosas, de una parte, y su determinación sin aspavientos, de otra.

Un tema crucial en Agnes Grey es la promoción de la empatía: la institutriz muestra particular preocupación por lograr inculcar en sus pupilos, sin excepción unos mocosos malcriados y consentidos, la capacidad de ponerse en el lugar de los otros —aunque ella misma ocupa a menudo la posición de inquisidora general del reino—, algo que se manifiesta en el peculiar y muy novedoso tratamiento del mundo animal: Anne Brontë parece haber sostenido la innovadora idea de que la calidad moral de los seres humanos puede ser evaluada a partir del trato que dispensan a los animales; y llega a trasladar a la ficción un episodio que parece haber tenido lugar en su propia experiencia, cuando la institutriz mata a unos polluelos para evitar que uno de los niños a su cargo los torture desmembrándolos, como tiene por costumbre.

La reprobación a que somete a sus empleadores y sus pupilos podría fácilmente haber hecho de Agnes un personaje muy poco querible, por causa de un excesivo prurito moralizante en ella; para evitarlo, la autora incluyó dos temas, uno por pericia, y otro inevitable tanto por la moda social como literaria de la época: por una parte, el trasfondo religioso; por otra, el amor.

A lo largo de estas páginas, hay múltiples escenas donde la protagonista reflexiona sobre temas religiosos, o bien recurre a ellos para instruir a otros, o bien, en fin, tiene conversaciones de esta temática. De hecho, y como nota marginal, es de hacer notar —y no con tanta sorpresa como podría suponerse, teniendo en cuenta que Anne Brontë es considerada autora, con su segundo y último título (La inquilina de Wildfell Hall), de uno de los primeros ejemplos de novela feminista— que, donde textos mucho más modernos o incluso actuales no lo superan, si damos por válidos los criterios del Test de Bechdel, Agnes Grey cumple con sus exigencias, ya que, ciertamente, tiene no sólo dos, sino bastantes más personajes femeninos; desde luego estos hablan entre sí; y, por último, en múltiples momentos dichas conversaciones versan sobre temas distintos a un hombre. En particular, y por eso lo traigo a colación aquí, Agnes mantiene una conversación relativamente extensa de tipo teológico con un personaje secundario en cuanto a presencia pero muy importante para la trama y para la protagonista, Nancy Brown. Esto da pie a Brontë para introducir el aspecto más humano de la infortunada institutriz, a saber, su caridad, su capacidad de empatía, su compasión por los desfavorecidos; todo lo cual tratará de instilar, con poco o nulo éxito, en sus pupilos.

Por lo que toca al otro aspecto que comentaba, el amor, dos son los ejes sobre los que lo articula, y que merecen, al menos, mención: por un lado, las observaciones sobre el enamoramiento; y, por otro, el concepto del amor que maneja.

Como es bien sabido, excepto Charlotte —y aun ella in extremis y con triste resultado— ninguno de los hermanos Brontë se casó nunca. Pero de esta constatación biográfica a afirmar que no conocieran el amor dista un abismo. De hecho, cabe la posibilidad de que Anne llegase a albergar interés romántico por el coadjutor de su padre; relación esta que, de no haber muerto el susodicho de forma muy prematura, se ignora a dónde pudiera haber llegado. Quizás no haya sido sólo casualidad que el interés romántico de Agnes sea también el coadjutor de su parroquia y, como el William Weightman de la vida real —con cuyo apellido comparte además inicial—, teólogo.

Bien lejos de ser unas ingenuas, las tres hermanas demostraron tener una intuición notable del tema, escribiendo obras llenas de sagaces observaciones al respecto, de una riqueza emocional y pasional que no en vano ha hechizado a millones de lectores de todo el mundo hasta la actualidad. Como en todo lo demás, también en el amor Agnes es tímida; un aspecto llamativo es que, al estar narrada en primera persona, muchísimo antes de que el interesado revele sus sentimientos a la protagonista, esta ya nos ha declarado y desmenuzado los suyos. En la época de las hermanas Brontë las mujeres no tomaban la iniciativa en materia amorosa; y, así, como todos los adolescentes del mundo saben —y Agnes no deja de ser poco más que una adolescente— el primer amor se vive con bastante dolor, dramatismo, desesperación y tristeza.

«Cuando nos vemos atormentados por penas y anhelos, o sufrimos durante mucho tiempo a causa de intensos sentimientos que debemos guardar para nosotros mismos, para los cuales no podemos buscar la compasión de ningún semejante, y que tampoco podemos destruir, a menudo buscamos consuelo en la poesía, encontrándolo también, bien en las expresiones de otros que parecen armonizar con nuestro estado de ánimo, bien en nuestros propios intentos por expresar ideas y sentimientos, en versos quizá menos musicales, pero más adecuados y, por tanto, más penetrantes y amistosos, más dulces y con mayor poder para liberar y aliviar a nuestro oprimido y herido corazón.

La naturaleza obsesiva del enganche emocional es minuciosamente retratada en el último tramo del libro, donde quizás el estilo sencillo pero fluido de la novela se vuelve más rico:

[…] Y, sin embargo, si encontraba tanto placer pensando en él y guardaba para mí estos pensamientos que nadie conocía, “¿dónde estaba el mal?”, me preguntaba a mí misma.
            Estos razonamientos hacían que no me esforzase por romper las cadenas de mi amor. No obstante, aunque estos pensamientos me procuraban placer, era este un placer doloroso y lleno de inquietudes, muy próximo a la angustia; un placer que me causaba más daño del que podía sospechar. Seguramente, una persona de más juicio o experiencia que yo no se hubiera abandonado a este sentimiento de tal forma.
            Y aun así… ¡qué triste apartar la mirada de aquel brillante sueño y obligar a mis ojos a contemplar el espectáculo melancólico, gris y desolado que me rodeaba, la senda yerma y solitaria que se extendía ante mí!

Es interesante resaltar el concepto del amor que Anne Brontë retrata en su libro, ya que este se parece mucho a lo conveniente, rasgo no tan extraño en la literatura coetánea (véase Jane Austen, por ejemplo); sin embargo, un aspecto mucho menos desarrollado pero mucho más llamativo, y por ende misterioso, es la necesidad de lograr que el impulso amoroso sucumba bajo el deber: tanto por influjo de la religión cuanto de la sociedad, Agnes va a repudiar todo devaneo egoísta, y va a priorizar el cumplimiento de sus deberes a cualquier consideración de felicidad personal. Hoy día este entendimiento de la vida resulta doblemente doloroso, sin pesamos que este rasgo del personaje fue heredado muy probablemente de su creadora, quien con seguridad lo aprendió de las dos mujeres más importantes de su vida: su tía Elizabeth y su hermana Emily. No obstante, otro enfoque es posible, ya que cabe ver también este pragmatismo como una constatación de la independencia personal; la afirmación de que la voluntad individual lo logra todo, y de que el sujeto no necesita de otro para su plenitud; lo cual situaría a nuestra autora en un punto de vista muchísimo más rompedor:

            […] casi todos los días veía renacer mis esperanzas, aunque estas se tornaban siempre en decepciones. “Aquí tienes la prueba, si tienes valor para mirarla de frente o la humildad para reconocerla, de que no le importas —le decía a mi corazón—. Si pensara en ti la mitad de lo que tú piensas en él, habría intentado encontrarse contigo… sé sincera contigo misma. Termina con esta tontería, no tienes la menor esperanza... Aparta de tu mente esos dolorosos pensamientos y locos deseos, y concéntrate en tu deber y en la triste y vacía existencia que te ha tocado vivir”.

La autora se muestra también consciente de la vertiente idealizadora del enamoramiento, que no necesariamente responde a una realidad:

            […] Hasta que incluso mi corazón me dijo que esperaba en vano y renuncié a toda esperanza. Sin embargo, continué pensando en él, acariciando su imagen y atesorando cada palabra, mirada y gesto que mi memoria podía recordar; continué repasando sus virtudes y los rasgos de su carácter; en realidad, todo lo que había visto, oído o imaginado de él. [El subrayado es mío]
            […] “Enorme locura, demasiado absurda para aceptar sus contradicciones, meras invenciones de la imaginación de las que deberías avergonzarte. Basta con que reconozcas tu escaso atractivo, tu antipático retraimiento o tu ridícula timidez, que deben hacerte parecer una persona fría, triste, extraña y hasta colérica… Hubiera bastado con que reconocieras estas cosas desde el principio, y no habrías albergado pensamientos tan presuntuosos, y ya que has sido tan tonta, arrepiéntete, corrígete y acaba con el asunto.”
            […] Sabía que las fuerzas me flaqueaban, que mi apetito había decaído y que me estaba volviendo indiferente y apática. Pensaba que si realmente él no se preocupaba por mí, si no podía volver a verle, si me estaba prohibido procurar su felicidad, y prohibidos los placeres del amor —bendecir y ser bendecida—, la vida me resultaría una carga. Y que cuando Dios Padre quisiera llamarme, me sentiría feliz de ir a su encuentro.»

Siempre me da cierta tristeza cuando pienso en las hermanas Brontë, y que el destino las haya recompensado con la posteridad me parece una pobre compensación para las tribulaciones y trágico destino que vivieron. Al igual que al resto del mundo, me fascina y me intriga cómo estas tres jovencitas pueblerinas que lo tenían todo en contra lograron crear algunos de los personajes más memorables de la Literatura de todos los tiempos, y obras de una solidez tanto humana cuanto técnica fuera de toda duda, demostrando que la gran virtud del intelecto humano es su capacidad para trascender cualquier limitación —eras, geografías, culturas,…— y lograr la compresión global de lo que la realidad es.

 Resultado de imagen de anne bronte

lunes, 17 de octubre de 2016

Día de las Escritoras

Hoy se conmemora el Día de las Escritoras

Lo mismo me pregunto yo: ya llevamos unas cuantas generaciones donde la formación es igualitaria. ¿De verdad los mejores son siempre hombres? Lo dudo bastante. 

Soy de los que piensa que hay que atender exclusivamente a los méritos (incluso las cuotas me parecen mal: ¿qué pasa si en determinado campo u órgano el 100 % de mejores candidaturas son mujeres?). 

Por otra parte, las escritoras olvidadas siempre han sido uno de mis mayores fetiches literarios: hace más de veinte años, gracias a un fascículo escrito por Camilo José Cela —justo es decirlo—, entré en contacto con nombres como las hermanas Brontë o Mary Ann Evans  (alias George Eliot), y empecé a leer —cuando no estaba tan de moda como ahora— a Jane Austen (una de mis autoras favoritas, que he releído en infinidad de ocasiones). Mi pasión por Rosalía de Castro me llevó a leer un libro de Marina Mayoral sobre "Escritoras románticas españolas", donde entré en contacto con otras mucho menos conocidas como Gertrudis Gómez de Avellaneda, Carolina Coronado o Cecilia Böhl de Faber (alias Fernán Caballero). 

Hace poco leí la primera novela de la más joven de la Brontë; actualmente (en un salto temporal hacia delante) estoy con Susanna Clarke y Almudena Sánchez, y no puedo esperar a acabar con ellas para sumergirme en María de Zayas, George Sand, Margarita de Valois, y retomar a Murasaki Shikibu (si Cervantes es el padre de la novela moderna, ella, con su "Historia de Genji", seiscientos años anterior, bien pudiera ser la abuela). 

Así que, en este Día de las Escritoras (y sí, ya sé que señalar cualquier efemérides no deja de ser un reconocimiento implícito de que hay algo de extraordinariedad en lo celebrado), lo mejor que podemos hacer, y a ello os invito, es leer y releer a estas mujeres. 

sábado, 3 de septiembre de 2016

Kjersti Annesdatter Skomsvold, "Cuanto más deprisa..." - LIBRO DEL MES

Resultado de imagen de cuanto más deprisa voy más pequeña soy

Autora: Kjersti Annesdatter Skomsvold
Título: Cuanto más deprisa voy, más pequeña soy
Ed: Lengua de Trapo           Año: 2011        Lugar: Madrid
Valoración: 3 / 5

“(…) a veces tú mismo tienes que darle
sentido a lo absurdo”.
- Kjersti Skomsvold, Cuanto más deprisa… -

Lo suyo habría sido publicar esta reseña antes, en julio o agosto, dado que la brevedad del libro hoy reseñado lo hace muy recomendable como lectura veraniega. Pero cuando te metes en oposiciones, inmolas tu alma a un poder superior a ti mismo que dispone de tu tiempo a su antojo.
Extrañeza. Probablemente esa sería la mejor descripción del muy alabado debut de la noruega Kjersti Annesdatter Skomsvold, que en 2009 presentó el misterioso título Cuanto más deprisa voy, más pequeña soy, ganadora del premio a la mejor debutante de la Unión de Autores y la Asociación Noruega de Editores, y finalista del de la Asociación Noruega de Libreros.
La premisa es sencilla: Mathea Martinsen, la protagonista, una mujer mayor, siempre ha tenido dificultades en el trato con la gente; pero, de pronto, se siente embargada por la pena de que nadie vaya a recordar que ha vivido. La cuestión a la que podemos reconducirla, pues, es la siguiente: ¿es el recuerdo de los demás lo que da prueba de nuestra existencia? ¿Podemos decir que hemos existido si no impactamos en absoluto en el mundo o en ninguno de sus habitantes? ¿Ser requiere, como sostenía Gustavo Bueno, ser percibido? Hay en Mathea un prurito de pervivencia, de memoria, que parece de alguna manera consustancial al ser humano. Así, afirma: “(…) me hubiera gustado tener una esquela como prueba de que he existido”. Hay en la mujer un confeso miedo a la muerte, pero ese temor parece cifrarse, más que nada, en la idea de la desaparición, de la extinción, que alcanza proporciones insoportables y altera el ya de por sí “llamativo” comportamiento de Mathea, que pasa a volverse mucho más estrafalario.
Pero además, Skomsvold compone una historia sobre la pérdida, la incomunicación y la dependencia: aun siendo mala en las relaciones interpersonales, Mathea está casada. Sin embargo, ¿qué clase de persona es Niels, su esposo, al que ella llama Épsilon? ¿Qué clase de vida ha tenido con la mujer? ¿Qué siente? La autora parece dar a entender, como tema adicional, que no importa cuán raro se sea, siempre hay alguien para nosotros, porque nadie hay tan extraño que no tenga nada en común con otro. Sin embargo, la parca exploración de esta relación de dependencia no es investigada muy por lo menudo, siendo esta una de las principales pegas de la historia. Lo que se nos presenta con Mathea, es una voz completamente anonadada ante la complejidad, la multiplicidad de detalles de la realidad; y, sobre todo, en buena medida inoperante ante la vida:
“He vivido más que todos «los cansados miembros y laboriosas manos» de las esquelas del día, a la vez que debo de ser la que menos cosas ha hecho; apenas he salido de casa, ¿será por eso que no estoy saciada de la vida? Quizá me sentiría mejor si hubiera llevado una vida útil para la sociedad.”
Mathea no comprende, y en buena medida no logra afrontar, la existencia, pero no es una autómata. Por tanto, es una voz no ajena a la ironía:
“Hago pasteles y me pregunto cómo ir a la jornada de trabajo colectivo porque, aunque no esté inválida, desde luego soy mayor, nadie espera que vaya y no hay nada peor que alterar las expectativas de la gente.”
Así, se plantea la cuestión de qué es vivir, y si se puede vivir en la fantasía, en una permanente dislocación posibilidad – hecho / imaginación – realidad.
“(…) a veces tú mismo tienes que darle sentido a lo absurdo”
Estilísticamente, la novela es sencilla, con una sintaxis corriente, pero muy efectiva: dado el carácter de la protagonista, esta economía de medios encaja muy bien con su psique, dotando a Cuanto más deprisa… de una sobriedad muy atractiva. Personalmente, tanto por el paisaje interior que Mathea describe, como por el uso del narrador en primera persona, y, en fin, por el estilo empleado, me ha sugerido ciertos paralelismos con El amante, si bien el dominio de los recursos estilísticos por parte de Marguerite Duras es muy superior al de la noruega.
En cambio, me parece que el desarrollo de la historia no da de sí todo lo que podría, y que, por tanto, es en cierta medida una oportunidad perdida para Skomsvold, que no logra profundizar. Aunque, tal vez, el desafío que propone sea precisamente ese, el de una historia sencilla de una mujer sencilla sin más fondo que el que se ve, de ahí ese empequeñecimiento al que se alude en el título, esa aceleración desgastante que nos aproxima al final de nuestros días.


Resultado de imagen de kjersti skomsvold 

domingo, 15 de mayo de 2016

Rafael Chirbes, "Mimoun" - LIBRO DEL MES

 

Título: Mimoun    Autor: Rafael Chirbes   Editorial: Anagrama
Año: 1998   Lugar: Barcelona   Valoración: ♥♥♥

(...) nuestras miradas se cruzaron con tal intensidad
que me vi obligado a desviar la mía. Hay ocasiones en
las que un gesto así resulta suficiente para el odio.”

Rafael Chirbes, Mimoun

El debut literario del recientemente desaparecido Rafael Chirbes en 1988 estuvo a punto de ser distinguido con el Premio Herralde. Se trata de una novela corta titulada Mimoun que, ya desde la primera página destaca por su estupenda ambientación y la sensualidad de su composición de lugar.

Con encomiable precisión y economía en el uso del lenguaje, aunque todavía lejos de la sutileza psicológica que alcanzaría en textos como En la orilla, Chirbes pergeña una historia sobre la insatisfacción con simbolismos muy bien aprovechados (como la luna apuntando con sus cuernos, que inmediatamente remite a un contexto de burla —sensación que el protagonista y narrador tiene todo el tiempo de su estancia en el pueblo que da nombre al libro—, pero también a un toro que embiste, como representación de lo castastrófico, lo inevitable).

Carente aún, como digo, de la profundidad emocional y la intensidad expresiva de sus obras de madurez, prefigura ya otras características, como la economía de medios. Lo que se relata en Mimoun es, en definitiva, una historia sobre el desarraigo y la capacidad de integración —o más bien la incapacidad de la misma—, cristalizada en el doble desarraigo de Francisco, el narrador-protagonista: el extrañamiento de lo propio, la hostilidad de lo ajeno.

Vivía en Mimoun como si hubiera ido desnudándome de todo (...)”

Cada día me hacía el propósito de no volver a pisar los bares de Mimoun, donde me rodeaba de gente que no me gustaba y que incluso empezaba a provocarme un sentimiento que se parecía mucho al miedo. Sin embargo, al atardecer, no soportaba quedarme en casa, mientras las sombras de la ventana se iban alargando sobre las paredes y la luz se volvía más frágil, como de vidrio. Pensaba, entonces, que acababa de perder un nuevo día. No habría sabido explicarle a nadie en qué habrían de distinguirse esos días perdidos de otros que podrían ganarse, pero allí, en la Creuse, una vez que Rachida se había ido, empezaba a sentirme acobardado.
Tenía que buscar la esperanza fuera, por detrás de los cadáveres de los plátanos, de las arruinadas casas del barrio colonial y de los cristales esmerilados del bar. ¿Qué clase de esperanza podía encerrarse allí.”

El otro gran eje de la narración será la extraña codependencia que se establece entre los dos personajes principales, ambos dos seres con personalidad pasivo-agresiva que se ven —o más bien, se sienten— desterrados de su propia tierra, pero incapaces de integrarse en la nueva, y casi ajenos a la compasión del uno por el otro, aunque conscientes —al menos Francisco— del sufrimiento de su compañero (lo cual contrastará con la compasión de grupo que tiene lugar hacia el final). Un gran momento simbólico en la relación de estos dos personajes tiene lugar cuando Francisco toca el jersey mojado de Manuel, que es el primer contacto “físico” que se describe en el libro. De esta manera trata Chirbes el peligro de los sentimientos envenenados (eso que ahora se llaman “relaciones tóxicas”).

También él había perdido las fuerzas y nadie había sido capaz de devolvérselas.”

En este libro de poco más de un centenar de páginas, sobre el tedio (o, como él lo denomina, “la deriva”, p. 77) y el asco de la existencia incomprendida, se las compone Chirbes para, en tan estrechos márgenes, componer una historia llena de sensualidad y conmovedora por el vacío de sus protagonistas, pero también repleta de la violencia soterrada que se profesan unos a otros, donde destaca, como ya apunté, la extraña relación pasivo-agresiva entre Manuel y Francisco (sobre todo por parte de este último). Además, Manuel funciona para el autor como herramienta narrativa, ya que es el único punto común entre Hassan, Franciso y Charpent, con todos los cuales establece una relación perversa.

Con esos elementos, no es de extrañar la muy acertada decisión del autor de ambientar Mimoun en el desierto, representación no sólo de lo aparentemente estéril —pero poblado de las criaturas con la fortaleza suficiente como para sobrevivir a él—, sino también de lo que inexorablemente va cambiando, de lo inevitable, del destino incluso (pues hay bastante de lectura fatalista en este libro).

Era como si el desierto hubiese ido cayendo imperceptiblemente sobre nosotros, traído por el aire caliente, y hubiera acabado por ocuparlo todo sin que nos diésemos cuenta”.

Por último, el potente simbolismo del incendio —lo purificador, lo expiatorio, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo—, narrado en términos bastante pacíficos, dota de una posible lectura simbólica a toda la obra. En cambio, es cierto que el anuncio del reencuentro futuro al poco de empezar la novela le resta tensión a esta, por lo que podría considerarse un desacierto.

 

miércoles, 4 de mayo de 2016

¿QUÉ LIBRO ES? - CONCURSO DE ABRIL

Y, como cada mes, ¡¡aquí tenéis el insigne concurso de abril!!

Antes de enseñaros la foto el fragmento, os recuerdo las

Bases


1.- El concurso se inicia desde el momento en que se publique cada foto (normalmente, el primer día de cada mes) y dura hasta las 23:59 horas del día 14 del mes correspondiente.

2.- Para poder concursar, será requisito indispensable que los participantes cumplan al menos uno de estos requisitos:
  • estar suscrito a este blog
  • seguirme en Twitter
  • seguirme en Facebook
3.- Los participantes dejarán sus respuestas o bien como comentario a la entrada correspondiente en este blog, o bien como comentario en la entrada correspondiente publicada en dichas redes sociales. Cada participante podrá dejar tantas respuestas como quiera.

4.- El primer participante que adivine el título íntegro y el autor del libro, será el ganador.

5.- Desde el momento en que un participante sea declarado ganador, finalizará el concurso correspondiente a ese mes, circunstancia que será anunciada en el blog y redes sociales.

6.- El organizador (es decir, yo) se pondrá en contacto con el ganador para proceder a la entrega o envío del premio.

7.- En caso de que ningún participante acierte el título y/o autor del libro, llegada la fecha de finalización el concurso será declarado desierto, reservándose el premio para el concurso del mes siguiente.

8.- El ganador de un concurso no podrá participar en el del mes inmediatamente posterior.

Y aquí está el fragmento

 

Dado que el mes anterior el concurso quedó desierto, el premio de abril será, nuevamente,
el fabuloso libro de Manuel José Díaz Vázquez La ironía del afilalápices, cuya reseña podéis
leer pinchando encima del título. ¡MUCHA SUERTE A TOD@S L@S PARTICIPANTES!

jueves, 21 de abril de 2016

Yo, que soy de roca

Yo, que soy de roca,
ya no puedo mirarte por más tiempo,
por no malgastar
los años que te quedan de la escarcha.

La verdad nos presta muchas cosas,
mas nos arrebata otras tantas
hasta impedirnos ver, quizás,
lo más íntimo,
lo más obvio.

Bañado en mares de soberbia púrpura
el corazón se va ahogando,
hasta convertirse en un breve resquicio
de la desesperación
iluminado con los sonidos
más terribles de la noche
como bramidos de la tierra,
respirando en la agonía del humo
hasta que el corazón muere,
a pesar de estar vivo.

El viaje por las catacumbas
no acaba en ningún lugar,
se adentra en la oscuridad
hasta topar conmigo:
esto lo descubro
al pasar bajo las vigas del pensamiento,
ensartadas en el alma
como espadas en la carne.


Lejano se oye el aleteo de la muerte.

viernes, 15 de abril de 2016

Juana Corsina, "Una mujer sabe" - LIBRO DEL MES


Autora: Juana Corsina   Editorial: Alfasur   Año: 2011
Lugar: Pinto (Madrid)   Valoración♥♥♥♥♥ +


En el año 2011 vio la luz el tercer poemario de la ferrolana Juana Corsina, Una mujer sabe. En cierta medida, puede considerarse el título una declaración de intenciones, pues pone ya sobre la pista del hilo conductor y principal eje del libro: la reivindicación del papel femenino en todos los ámbitos, y de esos valores asociados —no entraré ahora a discutir si justificadamente o no— a la mujer. No puede decirse que se trate de una obra plenamente programática, pero una tendencia de esa índole es innegable.

Componen el volumen nada menos que 74 piezas más bien breves —la poeta considera que entorno a dieciséis o dieciocho versos son la extensión idónea para expresar algo poéticamente— en las que impera el versolibrismo e incluso la prosa poética, vertebradas en tres partes, llamadas respectivamente “Una mujer sabe”, “Una mujer habla” y “Una mujer grita”, que recuerdan a la famosa estructura en cinco libros de Follas novas, y no sólo por la similar división, sino por la parecida e intencionada distribución del material poético, y su análisis de la situación femenina: también en Una mujer sabe vamos a encontrar esa progresión desde la expresión lírica intimista —desde ese “saber” que es individual pero aún no ha sido comunidado— hasta la reivindicación social, centrada en el repudio de la violencia en toda forma posible —pero muy en especial la dirigida hacia mujeres y niños—, incluida la derivada de la pasividad o la omisión, con una clara defensa del pacifismo (“He decidido que no iré a la guerra”) —que cristaliza en ese “gritar” de denuncia, pero también de desesperación ante la injusticia—.

Tal vez el primer aspecto a resaltar sea el raro equilibrio entre lirismo y poesía combativa. La extrema delicadeza de los versos —cuajados de metáforas, sobre las que Corsina tiene un pleno dominio, entre las cuales destacan las relacionadas con la maternidad, que resaltan ese valor de la mujer como portadora de vida, como constructora, como hacedora, en suma— se encuentra de frente con la sólida defensa de los valores de la paz, el entendimiento y la concordia, o, a escala individual, del amor, la consideración y la comprensión; lo que permite a la poeta expresarse con contundencia, pero sin caer en lo escabroso, como en el poema “Puñaladas al cuerpo y al alma”, donde la voz poética habla en tercera persona de una mujer víctima de violencia machista —se deduce del contexto general en que se inserta, pero sobre todo del uso del adjetivo “enamorado” que concluye la quinta estrofa—, pero sin embargo introduce metáforas tan sutiles como “Siquiera pudo el trigo proteger a la amapola”.

También es interesante dilucidar qué concepción de la vida se maneja en Una mujer sabe, y la respuesta es que se trata de una visión ambivalente, compatible con el estoicismo, que recuerda en cierta medida a la de Rosalía de Castro, o a la de la poesía clásica —de la que Corsina es declarada admiradora—: la vida se conceptúa implícitamente como un proceso de aprendizaje, de adquisición de “saberes” y “sentires” —casi nunca aparecen esos dos sustantivos en singular—, pero un aprendizaje que resulta arduo y con frecuencia doloroso. De tal manera que se sintetiza en la visión de la vida como algo que merece ser vivido, pero donde la muerte es una presencia constante que supone un descanso final:

En esta condición de ser mortal
vivo y muero en cada nuevo instante;
y me defino, como la novia de la vida que me abraza,
amante inquieta del alma que me habita”.

(“La novia de la vida”)


La muerte es útil, pero no tengo prisa, la espero sin llamarla”.

(“Mi oración, no es moneda de cambio”)

A pesar de los elementos programáticos antes mencionados, no es menos cierto que la autora ha querido dotar de universalidad a su obra, y por esa razón, si bien cabe interpretarlas según las coordenadas apuntadas al principio, la mayoría de las piezas que componen este poemario es posible leerlas en términos más amplios, tratando temas como la soledad, la identidad (“¿Quién quiere ser otra?”), la muerte, el amor —llama la atención que este nunca se presenta consumado o pleno, sino siempre incipiente (“Contraseñas de deseo”, “Aún no nos amamos”) o roto (“Noche de los impares”)—, la dignidad en la desventura —rara vez se insinúa, a diferencia de lo que vimos en el comentario sobre “A xusticia pola man”, una concepción de la justicia como venganza, aunque tampoco está plenamente ausente, como puede verse en “Insomnio perpetuo”—, la agotadora tarea de vivir (“El tiempo de los cansancios”), y quizás por encima de todo, el anhelo de libertad —las metáforas o símbolos relacionados con el vuelo o las aves son legión—.

La densidad y amplitud del material poético impide hacer un estudio pormenorizado del mismo en esta reseña, así que no me queda otra que invitar a la lectura de la obra concernida, que sin duda sorprenderá al lector por su extraordinaria calidad, le sacudirá por su valor humano, y no le dejará indiferente por su toma de partido.

 


martes, 15 de marzo de 2016

Peter Cameron, "Algún día este dolor te será útil" - LIBRO DEL MES

Autor: Peter Cameron   Editorial: Libros del Asteroide   Año: 2012

Valoración♥♥♥


No le respondí. Sabía que mi madre tenía razón,
pero eso no cambiaba mi manera de ser.
La gente siempre cree que demostrando tener razón
puede hacerte cambiar tu manera de pensar”.

Peter Cameron, Algún día este dolor te será útil


La anterior cita da buena cuenta del carácter de James, el protagonista de Algún día este dolor te será útil, del estadounidense Peter Cameron; un muchacho de diecisiete años y precoz inteligencia que afronta ese momento crucial del crecimiento en que uno ha de decidir por sí mismo la persona que quiere ser y el futuro que desea vivir. Y también las consecuencias que en tan importante decisión pueden tener los hechos traumáticos más insospechados, así como el peso excesivo de los factores sociales frente a la libertad individual.

Alabadísma por la crítica y encuadrable dentro de lo que ahora se llama young adult —puesto que en la Literatura como en todo lo demás las cosas han de tener su correspondiente etiqueta y constreñirse a ella so pena de causar pasmo, desorientación y a saber cuántos males más—, esta novela formal y técnicamente simple contiene, sin embargo, numerosas reflexiones de hondo calado sobre la soledad y el aislamiento aún viviendo en medio de una de las urbes más bulliciosas que existen o han existido, Nueva York; sobre el extrañamiento que con la maduración podemos llegar a sentir hacia quienes nos rodean —las dificultades de comunicación, en la sociedad y en el microcosmos de esta que es la familia, serán un tema central a lo largo de todo el libro—; y, sobre todo, y más que ninguna otra cosa, sobre la construcción de la propia identidad ante lo que uno percibe como falta de referentes válidos, cuestión de especial complejidad en el contexto de un momento histórico donde los adolescentes se ven constantemente martilleados por la más profusa variedad de estímulos y reclamos.

La acción transcurre durante el año 2003, en verano en su mayor parte, con varias analepsis que permiten ahondar en los antecedentes del personaje. Hay cabida, dentro de la sencillez de la narración, para cierto estilo chispeante e ingenioso, aunque sin hacer grandes despliegues, lo que le va muy bien al retrato de la psique del personaje principal y narrador, puesto que a la par que una historia sobre el aislamiento, Algún día este dolor te será útil es también un retrato del empecinamiento juvenil.

James está atascado. Triste. Mohíno. Y, quizás lo más peligroso de todo, aburrido:

Es increíble la lentitud con la que pasa el tiempo cuando estás abatido”,

dirá. Pero como toda la gente inteligente, no ignora su estado, aunque pretenda disfrazarlo de indiferencia o incluso superioridad lograda a base de retorcer un lenguaje que domina mejor que quienes le rodean.

Tal vez ese sea el motivo por el que ahora prefiera que me ignoren: me distorsionaron de alguna manera irreversible. Pensé que la terapia es una manera ineficaz de enderezar las maneras irreversibles en que nos han distorsionado, como tratar inútilmente de desenredar una gran maraña de nudos que es imposible desenredar.”

Ante el panorama que se abre ante él, su único deseo es retraerse; su gran plan de vida consiste en recluirse en una casa en algún lugar remoto y refugiarse en la lectura. Sin embargo, como la madre de James le dirá a este, “Lo importante es que te guste la vida”: es imposible evitar la vida, esta ocurre lo queramos o no, y, en contra de lo que muchos podrían pensar, la única elección que nos cabe es aceptar o repudiar lo que nos ofrece. Así, varias experiencias —no completamente involuntarias, según creo— pondrán al protagonista frente al dilema de si debe o no comulgar con los planes que otros parecen haber trazado para él.

Acompañado de una galería de personajes que representan otros tantos arquetipos, y que no logran escapar de los clichés, James tendrá que plantearse que tal vez las cosas no son tan blancas o negras como uno puede creerlo desde la superioridad moral de sus diecisiete años.

Lamentablemente, la parte menos satisfactoria de la novela es, precisamente, la que atañe a la evolución del personaje, que se queda un poco coja, acelerándose en las últimas páginas de forma brusca e incluso injustificada. Las dos preguntas finales, no obstante, resumen lo que el autor pretende explicar a lo largo del libro —que no se pueden tomar decisiones muy drásticas o a demasiado largo plazo, puesto que la vida consiste en un perpetuo e inevitable cambiar—. Una novela que se deja leer sin dificultades, pero que dará al lector, joven o no tan joven, materia para la reflexión.


lunes, 14 de marzo de 2016

El espejo en el espejo


Yo-Tú odiaba sus encuentros diarios con Tú-Yo. Le hacían sentir un extraño vértigo, como si se precipitase al interior de sí mismo y al mismo tiempo una fuerza opresora tirase de él hacia fuera. Sin embargo, era un ritual imprescindible. Lavarse la cara, cepillarse los dientes, peinarse... Cada mañana ambos se asomaban a aquella ventana bidireccional y remedaban los gestos del otro con milimétrica exactitud.

Al principio, pasaba largos momentos tieso como un palo intentando escrutar en Tú-Yo la más insignificante inexactitud, el más mínimo error en su siniestro remedo. A veces, incluso le hablaba, esperando inútilmente una respuesta en la que pudiera sorprender la más nimia diferencia en el timbre de la voz. Luego, incapaz de soportarlo, Yo-Tú había probado a no exponerse más que los segundos indispensables para comprobar el resultado final de sus acciones —si el nudo de la corbata estaba bien colocado, por ejemplo—, manteniéndose a un lado mientras las realizaba. Pero del hecho de que invariablemente su burlón imitador apareciera al momento como calcado, dedujo Yo-Tú que su copia estaba ligada a él por algún imperioso designio del que no podía escapar, condenado a ser su fiel retrato.

Tanto llegó a obsesionarse Yo-Tú que un día, presa de una ira incontrolable, creyendo liberarse de aquel tormento, dio un puñetazo al cristal y lo hizo añicos. Desde entonces, lo que no pudo dejar de pensar es que él era en realidad Tú-Yo, y que cada detalle de su existencia no era más que la imitación de la vida de un original al que ya no podía contemplar cada mañana rumiando su muda repugnancia.

martes, 1 de marzo de 2016

CONCURSO DE MARZO

Bueno, pues ha llegado el momento de abrir el concurso de marzo. Antes de enseñaros la foto el fragmento, os recuerdo las

Bases


1.- El concurso se inicia desde el momento en que se publique cada foto (normalmente, el primer día de cada mes) y dura hasta las 23:59 horas del día 14 del mes correspondiente.

2.- Para poder concursar, será requisito indispensable que los participantes cumplan al menos uno de estos requisitos:
  • estar suscrito a este blog
  • seguirme en Twitter
  • seguirme en Facebook
3.- Los participantes dejarán sus respuestas o bien como comentario a la entrada correspondiente en este blog, o bien como comentario en la entrada correspondiente publicada en dichas redes sociales. Cada participante podrá dejar tantas respuestas como quiera.

4.- El primer participante que adivine el título íntegro y el autor del libro, será el ganador.

5.- Desde el momento en que un participante sea declarado ganador, finalizará el concurso correspondiente a ese mes, circunstancia que será anunciada en el blog y redes sociales.

6.- El organizador (es decir, yo) se pondrá en contacto con el ganador para proceder a la entrega o envío del premio.

7.- En caso de que ningún participante acierte el título y/o autor del libro, llegada la fecha de finalización el concurso será declarado desierto, reservándose el premio para el concurso del mes siguiente.

8.- El ganador de un concurso no podrá participar en el del mes inmediatamente posterior.

Y aquí está el fragmento


El premio de este mes, será un ejemplar del libro La ironía del afilalápices
de Manuel José Díaz Vázquez.

¡¡¡Mucha suerte a tod@!!!


lunes, 29 de febrero de 2016

"O que a túa pel agocha" / "Lo que tu piel oculta"

Nos recunchiños da túa pel agardan
folerpas de desexo
que caen dende o sobrado
da memoria; recantos de verdades
fai tempo esquecidas, que xa ninguén lembra,
como que hai un oco de morte
na vida, cando comeza; ou un segundo
de sangue na espada que agarda,
ou unha gota de tinta no papel en branco.

Aí están, na túa pel, eu véxoos. Pero
hai sombra a un lado, e no outro, sombra,
e nós no medio, agardando ó final que volva a vida
cando fai tanto que se esgotaron os bicos.

Agardando ó final que volvan os bicos
cando fai tanto que se esgotou o tempo.

Un rumor no bosque, unha tristura na alma,
e, entre un e outra, ó fondo, unha ramaxe espesa.

O que a túa pel agocha.

Trad.:
En los rinconcitos de tu piel aguardan
copos de nieve de deseo
que caen desde el desván
de la memoria; esquinas de verdades
hace tiempo olvidadas, que ya nadie recuerda,
como que hay un hueco de muerte
en la vida, cuando comienza; o un segundo
de sangre en la espada que espera,
o una gota de tinta en el papel en blanco.

Ahí están, en tu piel, yo las veo. Pero
hay sombra a un lado, y, al otro, sombra,
y nosotros en medio, esperando al final que vuelva la vida
cuando hace tanto que se agotaron los besos.

Esperando al final que vuelvan los besos
cuando hace tanto que se agotó el tiempo.

Un rumor en el bosque, una tristeza en el alma,
y, entre uno y otra, al fondo, un ramaje espeso.

Lo que tu piel oculta.