sábado, 3 de septiembre de 2016

Kjersti Annesdatter Skomsvold, "Cuanto más deprisa..." - LIBRO DEL MES

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Autora: Kjersti Annesdatter Skomsvold
Título: Cuanto más deprisa voy, más pequeña soy
Ed: Lengua de Trapo           Año: 2011        Lugar: Madrid
Valoración: 3 / 5

“(…) a veces tú mismo tienes que darle
sentido a lo absurdo”.
- Kjersti Skomsvold, Cuanto más deprisa… -

Lo suyo habría sido publicar esta reseña antes, en julio o agosto, dado que la brevedad del libro hoy reseñado lo hace muy recomendable como lectura veraniega. Pero cuando te metes en oposiciones, inmolas tu alma a un poder superior a ti mismo que dispone de tu tiempo a su antojo.
Extrañeza. Probablemente esa sería la mejor descripción del muy alabado debut de la noruega Kjersti Annesdatter Skomsvold, que en 2009 presentó el misterioso título Cuanto más deprisa voy, más pequeña soy, ganadora del premio a la mejor debutante de la Unión de Autores y la Asociación Noruega de Editores, y finalista del de la Asociación Noruega de Libreros.
La premisa es sencilla: Mathea Martinsen, la protagonista, una mujer mayor, siempre ha tenido dificultades en el trato con la gente; pero, de pronto, se siente embargada por la pena de que nadie vaya a recordar que ha vivido. La cuestión a la que podemos reconducirla, pues, es la siguiente: ¿es el recuerdo de los demás lo que da prueba de nuestra existencia? ¿Podemos decir que hemos existido si no impactamos en absoluto en el mundo o en ninguno de sus habitantes? ¿Ser requiere, como sostenía Gustavo Bueno, ser percibido? Hay en Mathea un prurito de pervivencia, de memoria, que parece de alguna manera consustancial al ser humano. Así, afirma: “(…) me hubiera gustado tener una esquela como prueba de que he existido”. Hay en la mujer un confeso miedo a la muerte, pero ese temor parece cifrarse, más que nada, en la idea de la desaparición, de la extinción, que alcanza proporciones insoportables y altera el ya de por sí “llamativo” comportamiento de Mathea, que pasa a volverse mucho más estrafalario.
Pero además, Skomsvold compone una historia sobre la pérdida, la incomunicación y la dependencia: aun siendo mala en las relaciones interpersonales, Mathea está casada. Sin embargo, ¿qué clase de persona es Niels, su esposo, al que ella llama Épsilon? ¿Qué clase de vida ha tenido con la mujer? ¿Qué siente? La autora parece dar a entender, como tema adicional, que no importa cuán raro se sea, siempre hay alguien para nosotros, porque nadie hay tan extraño que no tenga nada en común con otro. Sin embargo, la parca exploración de esta relación de dependencia no es investigada muy por lo menudo, siendo esta una de las principales pegas de la historia. Lo que se nos presenta con Mathea, es una voz completamente anonadada ante la complejidad, la multiplicidad de detalles de la realidad; y, sobre todo, en buena medida inoperante ante la vida:
“He vivido más que todos «los cansados miembros y laboriosas manos» de las esquelas del día, a la vez que debo de ser la que menos cosas ha hecho; apenas he salido de casa, ¿será por eso que no estoy saciada de la vida? Quizá me sentiría mejor si hubiera llevado una vida útil para la sociedad.”
Mathea no comprende, y en buena medida no logra afrontar, la existencia, pero no es una autómata. Por tanto, es una voz no ajena a la ironía:
“Hago pasteles y me pregunto cómo ir a la jornada de trabajo colectivo porque, aunque no esté inválida, desde luego soy mayor, nadie espera que vaya y no hay nada peor que alterar las expectativas de la gente.”
Así, se plantea la cuestión de qué es vivir, y si se puede vivir en la fantasía, en una permanente dislocación posibilidad – hecho / imaginación – realidad.
“(…) a veces tú mismo tienes que darle sentido a lo absurdo”
Estilísticamente, la novela es sencilla, con una sintaxis corriente, pero muy efectiva: dado el carácter de la protagonista, esta economía de medios encaja muy bien con su psique, dotando a Cuanto más deprisa… de una sobriedad muy atractiva. Personalmente, tanto por el paisaje interior que Mathea describe, como por el uso del narrador en primera persona, y, en fin, por el estilo empleado, me ha sugerido ciertos paralelismos con El amante, si bien el dominio de los recursos estilísticos por parte de Marguerite Duras es muy superior al de la noruega.
En cambio, me parece que el desarrollo de la historia no da de sí todo lo que podría, y que, por tanto, es en cierta medida una oportunidad perdida para Skomsvold, que no logra profundizar. Aunque, tal vez, el desafío que propone sea precisamente ese, el de una historia sencilla de una mujer sencilla sin más fondo que el que se ve, de ahí ese empequeñecimiento al que se alude en el título, esa aceleración desgastante que nos aproxima al final de nuestros días.


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