domingo, 12 de julio de 2020

Sylvia Plath, "La campana de cristal" - LIBRO DEL MES



La campana de cristal | Edhasa . Editorial fundada en 1946
Título: La campana de cristal    Autora: Sylvia Plath
Año de publicación: 1963
Valoración: 5/5


Para la persona encerrada bajo la campana de cristal, vacía y detenida como un bebé muerto, el mundo mismo es la pesadilla. (...)¿Qué había en nosotras, en Belsize, que fuera tan diferente de las muchachas que jugaban bridge, chismorreaban y estudiaban en la universidad a la cual yo iba a regresar? Esas muchachas también estaba bajo campanas de cristal de cierta clase”.

Sylvia Plath, La campana de cristal—

En 1963 la misteriosa figura de una tal Victoria Lucas irrumpió en el panorama literario inglés con una novela, La campana de cristal, que trataba sin tapujos e incluso de forma escandalosa temas entonces —y por desgracia hoy en día también— calificables como “femeninos”, como si lo “femenino” —lo que quiera que eso signifique— no pudiera ser tan universal como lo masculino. La novela en sí misma no recibió demasiada atención y tampoco es que provocara un gran entusiasmo, recibiendo críticas más bien tibias. Su autora regresó de inmediato al mismo anonimato nebuloso del que había salido y no se volvió a saber de ella.

Solo que la verdadera mano detrás de la novela de Victoria Lucas no era otra que la de, esta sí, un nombre algo más familiar para el ambiente literario en lengua inglesa, una joven poeta estadounidense llamada Sylvia Plath. Sin embargo, la propietaria del pseudónimo y del talento que se ocultaba tras él tampoco tuvo mucho más tiempo para dar explicaciones sobre el contenido de su obra puesto que, como es bien sabido, a los treinta años se quitó la vida, tan solo un mes después de su publicación.

Las razones que pudieron llevar a Sylvia —ya autora de El coloso bajo su propio nombre— a emplear un pseudónimo permanecen debatidas aún hoy en día. Se especula con su voluntad de ser considerada eminentemente poeta, pero probablemente la razón fundamental fue que La campana de cristal es una novela solo en la forma, pues en la práctica totalidad de lo que cuenta, salvedad hecha de nombres de lugares y personas, es estrictamente autobiográfica, incluso en los detalles más desoladores y escabrosos de su historia. Por tanto, el libro es novela solo por el tratamiento literario del material que en él se contiene —es decir, por la voluntad de su autora y no del carácter histórico que tendría una biografía.

En concreto parece que Plath temía que su madre descubriese su contenido, donde refleja, entre otras cosas, la conflictiva y tirante relación que mantenía entre ambas. De hecho el libro no se publicaría en Estados Unidos hasta 1971 y según se supo tiempo más tarde, por lo visto más de una de las jóvenes retratadas en la novela lo fueron con tal nivel de fidelidad a los acontecimientos reales que una incluso culpaba al libro de su divorcio.

El caso es que al inicio de La campana de cristal nos encontramos con Esther Greenwood, narradora y protagonista, viviendo una vida aparentemente idílica, divertida y chispeante en Nueva York. Se trata, como la propia Plath, de una joven prometedora, culta, divertida, ingeniosa, inteligente, guapa, excelente estudiante, ambiciosa... Esther ha ganado, entre otros muchos premios, una beca para realizar prácticas como residente en una revista de prestigio, tras lo cual espera ser aceptada en un curso de escritura a su regreso a Boston. Sin embargo, es precisamente en medio de ese torbellino relampagueante de experiencias cuando nuestra heroína se da cuenta de que en realidad no sabe qué hacer con su vida, de que ha estado viviendo en piloto automático. En sus propias palabras: “El problema es que yo siempre había sido inadecuada, simplemente no había pensado en ello”. Hasta ese momento toda su existencia había girado en torno a obtener las mejores calificaciones y ser brillante, pero al enfrentarse al mundo que hay más allá de los estrechos confines académicos se ve paralizada por el miedo a hacer una elección incorrecta, o más bien a la renuncia a todas las demás posibilidades que implique elegir un camino, ya que, como ella misma señala a través de una bella metáfora onírica, todos los futuros posibles penden ante ella como apetecibles higos esperando a ser cogidos, pero a medida que pasa el tiempo sin que ella logre decidirse por ninguno, los demás van pudriendo y cayendo al suelo.

La campana de cristal, aunque no expresamente, se divide en dos partes muy bien diferenciadas y de aproximadamente la misma extensión: la desenfadada vida de Esther en Nueva York, y las consecuencias de una serie de hechos y decisiones una vez que regresa a Boston. Tanto el tono como el estilo de ambas partes —mucho más ligero al principo y más sombrío después— se diferencian bastante, mostrando con realismo el deterioro de la psique de la protagonista, ya que el segundo gran tema del libro —a continuación veremos cuál es el primero— es la enfermedad mental, sus causas y orígenes Esther, como la propia Sylvia, parece tener muy claro que uno de los motivos fundamentales de sus problemas lo constituye su contradictoria condición de mujer y profesional.

Según creo, el tema central de la novela es la imposibilidad de resolver las contradicciones que la sociedad del momento imponía a una mujer como Sylvia/Esther; las tensiones entre una mujer profesional, exitosa y brillante y otra caracterizada por su papel clásico de madre y esposa. En la vida real, la imposibilidad de resolver esta ecuación —algo comprensible: pocas mujeres por aquel entonces habían sido provistas de las herramientas para superar esa pugna— acabarían, en última instancia, teniendo las consecuencias más fatales para la autora.

¿Qué se espera realmente de Esther? Ella busca su sitio, su independencia, consciente de que el peso de un matrimonio no podría sino arrojar la consecuencia final de la renuncia a su desarrollo como mujer y como artista, sumida en el paradigma de la esposa/madre abnegada que lo sacrifica todo por su marido y sus hijos, incluso si este es menos brillante que ella misma.

No ha dejado de llamarme la atención que, siendo una novela tan sincera y fidedigna en la mayoría de los aspectos de la vida de su autora, curiosamente dejara fuera la cuestión del matrimonio. O mejor dicho: el matrimonio es fuente de múltiples reflexiones en el libro, pero a diferencia de Sylvia —en ese punto casada desde hacía años y madre de dos hijos— Esther está y permanece soltera todo el libro, declarando repetidamente su intención de no casarse, aunque sin renunciar a su exploración sexual. Sin embargo, toda la violencia interior a la que Plath aludió más de una vez en sus diarios, así como la que marcó su relación con Ted Hughes —un tipo horrible desde nuestra concepción actual de lo que es una relación de pareja saludable—, constitutiva de una masculinidad que simultáneamente causa temor y atracción, conduce a que, si bien Esther no llega a casarse en el libro, la distorsión citada sí permea todas sus páginas.

De esta manera, el uso de la metáfora que da título al libro alude a la condición de aquellas mujeres que se sienten atrapadas bajo ese objeto de laboratorio, expuestas a la vista, viendo lo que ocurre a su alrededor, pero sin capacidad real para participar de ello, entre otros factores por la disyuntiva de querer ser una mujer profesional, sin depender ni personal ni laboralmente de ningún hombre, con los cuales las relaciones siempre estarían basadas en la dominación, incluso dentro de la pareja, y la necesidad de tener un hombre en la vida que sirva de enlace o protección frente a ese mundo puramente masculino. Hay pasajes donde esta reflexión es tratada de manera explícita, pero también otros más sutiles donde debemos leer entre líneas, como la escena en que Esther se rompe la pierna en un accidente de esquí y su pretendiente, estudiante de medicina, sonríe al comunicárselo. Es decir, disfrute de su papel de salvador.

El que Esther sea finalmente capaz de hallar un propósito a su vida resulta incierto, ya que el final de la historia es abierto, y tan solo hay una alusión casi al inicio a un bebé, lo que nos permite suponer que la narradora cuenta su historia desde un momento posterior donde ya es madre, pero la referencia es tan fugaz que su interpretación es incierta. En todo caso, una historia sobre la necesidad de tener objetivos y, sobre todo, de encontrarse en una sociedad y un ordenamiento que permitan el desarrollo del potencial de cada quien —en este caso muy particularmente de las mujeres— sin cortapisas basadas en estereotipos o en roles de género.

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