sábado, 15 de julio de 2017

D. H. Lawrence, "El amante de lady Chatterley" - LIBRO DEL MES

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Autor: D. H. Lawrence   Año: 1928   Editorial: múltiples ediciones
Valoración: 5 / 5


“… ya no podía soportar
la carga de sí misma”.

—D. H. Lawrence,
El amante de lady Chatterley


Sorprende, como no podía ser de otra manera, la radical modernidad de esta obra publicada en 1928. Y no sorprende tanto el revuelo que causó ni los encontronazos con la censura y la justicia de su autor, dada la mojigatería imperante incluso hoy día.

Con un estilo impecable, donde destacan las repeticiones y los paralelismos a fin de intensificar la expresión, nunca vulgar aunque hable de cosas pedestres, siempre sutil en los matices emocionales, El amante de lady Chatterley es un estudio sobre el ensimismamiento moderno y la incomunicación humana —tanto social como entre los individuos a título particular, singularmente entre los miembros de la pareja—, así como sobre la esterilidad de la vida intelectual frente a la vida a(fe)ctiva, cifrada en la contraposición entre la atildada impotencia de Clifford frente a la desprejuiciada naturalidad de Oliver.

En la visión de D. H. Lawrence, la sociedad industrializada moderna es el último peldaño en el declive humano, por oposición a su estado de plenitud en la naturaleza. No en vano, las descripciones más vívidas de El amante de lady Chatterley, aparte de las de la actividad sexual propiamente dicha, son las referidas al bosque que rodea Wragby, escenario principal. Hay una visceralidad, una fuerza que conecta a los seres con la tierra y que, cuanto más se ejercita la actividad industrial o intelectual, más se adelgaza, dejando a las personas carentes de verdadera función más allá de consumir, sumidas en un estado de amortiguación de los sentimientos y dominados por consideraciones puramente prácticas.

Así pues, la tesis manejada por Lawrence es la de la necesidad de deshacerse del intelectualismo, por cuanto tiene de estéril, ergo, negador de la propia vida; y de la civilización industrial, por cuanto tiene de artificial e inhumana, para recuperar la libertad de los instintos corporales y la fuerza telúrica que los rige, que alcanzan su máxima expresión, para el autor, en la plenitud de la unión sexual. No se pueden negar los apetitos del cuerpo sin negar con ello la propia naturaleza humana, por cuanto dichos apetitos son la expresión humana de las fuerzas que rigen la naturaleza —punto este en el que El amante de lady Chatterley se convierte también en una invectiva contra la hipocresía de la sociedad, al censurarse no los comportamientos, sino su expresión—. Estos elementos emparentan a Lawrence con coetáneos suyos como Jack London —a pesar de que este no hiciera un uso tan explícito de la sexualidad como nuestro autor—.

En general no se considera a Lawrence exactamente realista, sino más bien un realista espiritual, o cabría quizás decir un realista utópico. A lo largo de su obra es una constante la aversión a las formas prestablecidas y a los marcos tanto éticos como estéticos. Por el contrario, el autor consideraba que la moral, y en ello es claro deudor de Nietzsche, ha de ser una creación personal que no necesita imitar o adaptarse a modelos.

Sin embargo, o quizás precisamente por ello, es difícil hallar en la obra de Lawrence articulación epistemológica o coherencia en las ideas, ya que rechazaba explícitamente la estructuración en un marco lógico-conceptual, siendo frecuentes las contradicciones —lo cual, no obstante, conduce a multiplicar exponencialmente la variedad de matices— y aun las “autocorrecciones”.

En diseño de personajes es exquisito, con tipos humanos perfectamente creíbles incluso en toda su ambivalencia. Sobre Constance, la protagonista, se asienta la acción, siendo de todos ellos la única cuya vida interior se retrata con cierta “sistematicidad”, puesto que en lo tocante al resto son diseñados en general con pinceladas más bien esquemáticas, aunque no deja de ser cierto que incluso la propia Connie es en ocasiones empleada como comparsa de Mellors —un trasunto bastante evidente del propio Lawrence— para que el autor pueda, por boca de aquel, expresar sus ideas, ideales y creencias, rebosantes de un idealismo barnizado de escepticismo y misantropía.

Respecto a este último personaje, y en oposición al otro amante de lady Chatterley, Michaelis, ambos se diferencias en que este segundo no alcanza a ser más que un instrumento pasivo para el placer de la propia protagonista, por quien nunca se siente en verdad poseída; pues, en el entendimiento un tanto misógino (aspecto este ya resaltado por su contemporánea Virginia Woolf) aunque no obstante avanzado de Lawrence, la sexualidad de la mujer ideal se cifra en el placer de abandonarse a otro y sentirse plenamente invadida por él, en fuerte contraste con la mujer “moderna”, que impone su voluntad incluso en el ámbito sexual y reduce al hombre a un ser acogotado incapaz de expresar su afectividad —siendo de resaltar lo novedoso de la defensa de la ternura masculina—. Hasta el momento en que conoce al guardabosques, Constance es la poseedora en sus relaciones con los hombres —teniendo todos en común su actividad intelectual y su obsesión por el éxito—; así la caracteriza el escritor, como un chica mundana, desenvuelta. Por lo cual, según la visión de aquel, su satisfacción es meramente orgánica y, por tanto, antifemenina: no la conmueve en realidad.


Por el contrario, en Mellors encuentra a un verdadero hombre, alguien que no se dedica a los estériles quehaceres cerebrales, sino a la vida natural: con él, las relaciones son difíciles, sin la aquiescencia que encuentra en todos los demás, un revoltijo de sentimientos contradictorios o ambivalentes, consecuencia todo ello del desmoronamiento de las máscaras impuestas por la educación, los convencionalismos y la rutina.

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