martes, 31 de julio de 2018

Camilo José Cela, "Oficio de tinieblas 5" - RESEÑA EXTRA DE AGOSTO


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Título: Oficio de tinieblas 5    Autor: Camilo José Cela
Editorial: Noguer (sucesivas ediciones en P&J y Seix Barral)
Año: 1973    Valoración: 3 / 5


“(…) al final el hombre se pierde en un juego de
palabras pero retorna siempre al instinto”

—CJC, Oficio de tinieblas 5

Podríamos decir que Oficio de tinieblas 5 (1973) es una consecuencia natural de la evolución estilística de Cela desde La colmena (1951) hasta San Camilo, 1936 (1969). De ahí en adelante, Cela era muy consciente de que había un punto de no retorno y que debería dar un paso atrás, como efectivamente hizo, regresando en sus obras posteriores al método y estilo que había empleado en San Camilo, al que —a diferencia de lo que había ocurrido en su producción anterior, caracterizada por la diversidad— se mantendría fiel durante las últimas tres décadas de su carrera con la sola excepción del Oficio de tinieblas, obra que, por otra parte, no halló continuidad en la producción del gallego.

La disrupción de la lógica narrativa que encontramos en ella es la respuesta del autor a la pregunta, ¿qué pasaría si olvidásemos las convenciones literarias? De esta manera, fabrica una ¿novela? sin argumento, es decir, Literatura sin sustancia, que precisamente hace de la falta de estructura su estructura y de la falta de sustancia su sustancia.

Según parece, lo que el escritor trataba de lograr era una especie de escarnio o burla, sátira si se quiere, de cosas como el conocimiento enciclopédico inútil, construyendo una obra deliberadamente “anti-literaria”, suponiendo la premisa de que la Literatura es la mayor enemiga de la Literatura, si bien su propio autor, “introductor” tardío de este tipo de experimentos surrealistas, dudaba de la eficacia literaria de permitir al estilo vagar sin control consciente. Todo el texto debe verse como una gran broma, mezcla de datos históricos y pseudo-históricos incluida, y sobre todo una revisión e invectiva contra los acontecimientos alienantes de la posguerra (la obra transcurre treinta años después de esta, cfr. mónada 575) y los efectos que estos tuvieron en la sociedad y en el propio autor como ejemplo de aquella.

Así este texto más cercano al poema-río que a la narración, se caracteriza por rasgos tales como: 1) la explosión de la sintaxis, que salta hecha añicos, sin apenas presencia de signos de puntuación (“letanía”); 2) la reformulación contrapuesta y repetición obsesiva, con presencia de la asociación libre de ideas (da vueltas a lo mismo una y otra vez, con exploración de los “multipersonajes” y “multiescenarios”, pero trasladando la fragmentación también al estilo); 3) las presencias míticas (demonios, personajes históricos, informaciones inventadas…), así como la mezcla de personajes históricos con otros mitológicos y aun con otros que son alteraciones de personajes reales, corrupciones o directamente invenciones; 4) reenganche o encadenamiento de temas dispersos relacionados poéticamente (pinta un mural más que narra, y en ello reside precisamente el acto narrativo); 5) presencia insistente de comportamientos anómicos, en especial relacionados con el sexo (blasfemia, obscenidad, comportamientos desviados —coprofagia, bestialismo, obsesión con la zona anal, …—); 6) prosa fragmentaria muy poética por momentos; 7) insistencia cíclica en los mismos personajes, muy profusos en cantidad, donde ese “tú” al que se dirige el texto no es nadie, sino un reflejo de todos los demás, el espejo por y a través del que los vemos, es decir, el escritor; 8) verbosidad hipergráfica…

Estructuralmente, el libro alterna entre la 2ª y la 3ª persona —hay también un juego con los niveles: ¿quién anuncia al principio que el texto es una “purga de mi corazón”: el autor o el narrador?—, cabiendo preguntarse quién es ese “tú” al que el narrador se dirige —la conciencia del propio narrador—. Oficio de tinieblas 5 se compone de 1194 textos breves que van cobrando extensión a medida que el libro avanza (denominados “mónadas” en el propio escrito), pequeñas unidades poético-narrativas que se relacionan entre sí a través de la unidad estilística y la recapitulación temática. La numeración de estas piezas recuerda al procedimiento habitual de edición de los clásicos o bien de los textos religiosos, añadiendo un nuevo nivel de descaro, como diría el autor, al experimento.

Se lleva al extremo la desarticulación textual, que se contagia también al elemento narrativo: todo en esta ¿novela? se desintegra, tiempo y espacio. Todo salta por los aires con el pretendido objetivo de restaurar la Literatura, de modo que lo único que queda es el lenguaje en sí con su artificio. Al desaparecer el tiempo, la mescolanza de personajes se presenta como un circo [de los horrores] que contempla la mutua degradación de la que da cuenta el cronista, coincidiendo personajes históricos y ficticios en un limbo atemporal y atópico en una suerte de ucronía perversa.

El Oficio de tinieblas 5 es una obra que debe ser considerada más en su conjunto que pretendiendo establecer significado unívoco a fragmentos concretos, sin perjuicio de que en muchos se oculten irónicas cargas de profundidad entre la catarata de trospideces y herejías, como las mónadas 282 o 669, donde inesperadamente apunta contra la discriminación a los homosexuales o contra los desmanes de las autoridades civiles y policiales y el uso del terror administrativo.

En ese sentido, también es de resaltar, tomando como ejemplo lo recién dicho, el efecto liberador que la desaparición fáctica de la censura tuvo sobre la obra del Nobel gallego, de la cual él mismo, que había sufrido sus consecuencias, decía que sobre todo resultaba molesta, más que de gran intensidad. Así, al menos desde su novela La colmena (1951) hubo aparición de personajes [con comportamientos] homosexuales en todas y cada una de sus obras de forma explícita. Dejo al margen la valoración personal del autor: literariamente hay quien ha resaltado su sorpresa por algunos comentarios de defensa que el escritor incluye en sus obras, y resalta que normalmente estos personajes suelen salir mal parados en prueba de la visión negativa de Cela. Lo cierto es que en realidad eso puede afirmarse de cualesquiera personajes del autor, constituidos por una caterva de criaturas anómicas, mental y físicamente contrahechas, desviadas, etc., que sin embargo son observadas con cierta imparcial ternura, un poco a la manera de como Valle-Inclán —una de las grandes influencias literarias de Cela— definía el esperpento, que era el resultado de la observación de la realidad cuando el autor alzaba el vuelo y la contemplaba desde el aire. Según propia declaración, al Nobel siempre atrajeron y causaron curiosidad los individuos, en tanto que le espantaban los colectivos.

En definitiva, se puede atribuir la contradictoria opinión sobre la homosexualidad y otros asuntos a una ambigüedad en el pensamiento del autor, lo cual procede por una parte de la desarticulación general del mismo, que nunca o casi nunca presentó en su novelística un sistema de ideas estructurado, y por otra a la oposición o contradicción que es rasgo consustancial de su estilo: Cela era más un radiógrafo que un juez, en cuya producción se defiende sobre todo la desaparición de las restricciones fisiológicas como forma de liberación de los corsés sociales.

Como en toda la novelística celiana, se arrojan constantes dardos contra la hipocresía, las costumbres, las políticas, más por la vía de exponerlas en toda su cruda y ridícula desnudez que por de aplicar un juicio crítico. Así lo vemos, por ejempo, en la mónada 712 —contra el apartheid, en una obra, no lo perdamos de vista, de 1973, cuando Mandela estaba aún, y allí seguiría muchos años, en prisión—, en la 715 —contra la connivencia policial en la comisión de delitos—, o en la 757 —contra todo tipo de discriminación, la pena de muerte o la confusión entre justicia y ley—.

Lo que sucede es que el escarnio, más que sátira, que el autor ejecuta se ve neutralizado por el estilo complejo, fractal y también un poco por la entonces creciente “adscripción” mainstream de Cela, a cuya crítica probablemente acabó pasándole lo peor que le puede pasar a la Literatura: volverse inocua —no perdamos de vista la declarada intención al escribir este libro de restaurar la Literatura—. No obstante lo cual, tampoco puede obviarse el sentido evidente y marcadamente cómico, burlesco con todo y con todos, incluido el lector: cobra en este punto importancia interpretativa el título: se trata de una obra funérea, para declarar la muerte y entierro de muchas cosas, pero de la Literatura y el oficio de escritor más que ninguna otra: de la capacidad de aquella para evitar los monstruos que el sueño de la razón produce.

Lo sorprendente, así pues, del Oficio de tinieblas 5 no es tanto lo que cuenta —aunque poco a poco uno logre irse haciendo una composición de lugar de los cientos de microrrelatos que se entrelazan en estas páginas—, sino la enorme coherencia del estilo recursivo empleado, donde las mónadas van en general cobrando mayor cuerpo a medida que el texto progresa, y la capacidad del autor para traer de vuelta una y otra vez los temas ya apuntados —como una letanía, efectivamente—, construyendo una descomunal “fuga” literaria.

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