jueves, 17 de mayo de 2018

Mª Victoria Moreno, "Leonardo e os fontaneiros" - LIBRO DEL MES


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Título: Leonardo e os fontaneiros   Autora: María Victoria Moreno
Editorial: SM    Año: 1986
Valoración: 4 / 5

Uno de los motivos de celebración por que la homenajeada en tal día como hoy con las Letras Galegas sea María Victoria Moreno es que con ella no sólo alcanzamos la abultada cantidad de cuatro en la nómina de receptoras de esta distinción en los ya cincuenta y cinco años de trayectoria de la conmemoración, sino que la literatura juvenil de gran calidad y con la mayor exigencia estética y ontológica escrita en gallego recibe el espaldarazo definitivo de una institución como la Real Academia Galega, es decir, la sanción oficial a lo que los lectores saben desde hace mucho tiempo: que la literatura juvenil no es un ámbito menor de la Literatura, sino que cuando está bien hecha no sólo cumple el cometido más importante de todos —¿qué puede haber más importante que educar a la juventud?—, sino que también los adultos pueden disfrutar de ella.

Y esto porque, lejos de promover mensajes absurdos mil veces rumiados, la llamada “literatura juvenil” de calidad —ya lo he dicho otras veces en este blog, pero no estará de más nuevamente insistir en ello: “juvenil” es una cuestión de marketing editorial extraliteraria, pues sólo existen los buenos o los malos libros— lo es, no porque no pueda ser leída por un adulto, sino porque, como diría Antón Cortizas, es aquella que los niños también pueden leer. Sencillamente, un niño —un adolescente, un joven— puede ver determinadas cosas en una historia, según sus conocimientos y experiencias, es decir, según la escala de su racionalidad; un adulto, en cambio, puede ver otras —ni mejores ni peores—, pero además puede ver las mismas que el niño.

La posición de María Victoria Moreno en la literatura gallega es especialmente curiosa, ya que, nacida en Valencia de Alcántara (Extremadura) en 1939, su lengua materna no fue el gallego. El prematuro fallecimiento del padre cuando la autora contaba diez años determinó el traslado de la madre, maestra, y los cuatro hermanos a Sepúlveda (Segovia), y más tarde, gracias a una beca, cursaría el bachillerato en Barcelona para, finalmente, ingresar en la Universidad de Madrid para estudiar Filología Románica, donde se formaría con lingüísticas de la talla de Rafael Lapesa o Dámaso Alonso.

Serían los sucesivos destinos que tras su licenciatura obtuvo como profesora en Galicia (Lugo, Vilalonga y, por último, Pontevedra, donde alcanzaría cátedra) los que propiciarían el contacto con el gallego, fascinada por el cual desde joven —ella lo describía como una historia de amor— se lanzó a su estudio  en una época en la que era entre clandestino e ilegal, a través de la Asociación de Amigos da Cultura de Pontevedra y del Ateneo de Ourense, lo que conduciría, en última instancia, a la retirada de su pasaporte por su colaboración con esta última subversiva institución.

El debut editorial de Moreno fue relativamente tardío —publica su primera obra en 1973—, si bien escribía desde más de una década antes. Aunque como escritora cultivó fundamentalmente la novela, tampoco faltan ejemplos en su bibliografía de poesía, relato o ensayo, y en especial cultivó la labor como traductora, tanto del gallego al castellano como a la inversa.

La obra que de entre las suyas en este día hemos elegido para recordar es Leonardo e os fontaneiros, su favorita de cuantas escribió según propia confesión. Publicada orignalmente en 1986, tras ganar el año anterior el 3er Premio Barco de Vapor, existe también en traducción al castellano de 1988. En ella, asistimos a las travesuras —bien inocentes para lo que se ve por ahí— de un grupo de chavales que a sus catorce años apura los últimos flecos de la infancia, entrando ya en la adolescencia. Uno de ellos, Antón, narra sus peripecias a un perro callejero al que ha tomado mucho cariño, al cual bautiza como Leonardo.

La historia transcurre en la ficticia población de Vilacastelo, en el año 1985, cuando la pandilla de amigos cursa el último curso de EGB —octavo, por aquel entonces—, siendo la escuela, precisamente, el escenario principal de la acción.

El primer rasgo que llama la atención del lector, pues el texto es precedido por un prólogo que lo pone de manifiesto, es la “doble” estructura imitativa de la de Rayuela en que se puede leer el texto, ya linealmente, ya según el orden que la autora propone, humorísticamente orientado, en principio, a calmar la curiosidad del lector ante ciertos episodios cuyo desenlace no se descubre hasta mucho más adelante si seguimos la lectura lineal.

Estilísticamente, Leonardo e os fontaneiros tiene un lenguaje cuidado, lírico pero realista, que dentro de su economía y sencillez tampoco ahorra en exigencia, ni expresiva ni interpretativa, recordando su tono general a otro libro mítico de las letras gallegas del siglo XX, Memorias dun neno labrego.
La premisa esencial de la novela es el dolor y, sobre todo, el desengaño de crecer, la pérdida de la ingenuidad. El aprender a aceptar, es decir, a comprender la hipocresía con que a veces los adultos se manejan y, lo que es más importante, a constatar que en ocasiones actúan con injusticia y arbitrariedad de forma deliberada. Se da una oposición entre la honestidad y falta de malicia de los niños, y la doblez y astucia de los mayores.

“Pasou por diante nosa un can vello e fraco, cunha amosega fea e grande nunha pata, cos ollos moi tristes, co rabo murcho e sen gracia. Afastábase da xente se podía e, cando alguén se lle achegaba, gardaba o rabo entre as pernas e miraba con desconfianza. Eu reparei nel longamente e non ousei dicir palabra porque estabamos moitos e seica non todos ían comprende-lo meu pensamento. Pero pensei en ti e máis na Galiña. Ti sempre fuches ledo e confiado e ela, polo menos desde que a coñecín, sempre foi hirta e zunada. Agora, (…), eu teño unha pregunta sen resposta: ¿Chegarías ti, Leonardo, (…), a ser coma este can que remata de pasar por diante nosa? ¿Chegarías, poño por caso, a trabar na canela dun neno? Se así fose eu comenzaría a entender á Galiña”.

Pero también es Leonardo e os fontaneiros una invitación a tener cierta alegría de vivir, aunque es una alegría realista, basada en el entendimiento —en un momento dado una de las profesoras previene a los chicos de que no es fácil tener catorce años, pero sin embargo es una edad muy bonita, porque los ojos se les llenan de luz para acostumbrarse a la luz que luego tendrán— y sobre todo destaca la capacidad de sobreponerse. En todo ello, como no podía ser de otra manera, jugarán un papel no poco importante las primeras muertes.

En su progresiva tristeza, Tono —que en algún punto se resiste a crecer, asustado por la perspectiva de que la maduración suponga volverse hipócrita y sentir permanentemente ese dolor— se figura a Leonardo como único interlocutor, en cuya vida y circunstancias halla un paralelismo con las suyas propias, y extrae de las de este lecciones valiosas. Por el camino, una de las cosas que Antón aprenderá es a ser más sutil en sus juicios sobre las personas.

(Para escuchar la charla radiofónica
con spoilers

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