jueves, 4 de febrero de 2016

Zéper

 

El sonido de las plácidas respiraciones es casi inaudible. Ella tiene la sien apoyada sobre el puño. Él duerme con una mano sobre el pecho. En sueños, sus otras dos manos se han buscado y reposan apenas entrelazadas entre ambos.

De pronto, se incorporan en la cama cogiendo aire como si les hubiesen echado un jarro de agua helada. ¿Qué ha sido eso? Tras un instante de silencio, vuelve a repetirse: ¡un grito aterrador viene de la habitación del hijo!

Apenas capaces de desembarazarse de las sábanas, salen disparados, pero cuando llegan a la puerta de la habitación, descubren que está atrancada.

-¡Álex, abre la puerta!

-¡Noooo —grita el niño—, déjame!

La sangre se les hiela en las venas al oír una rasposa voz:

-¡Vamoz, niño, abre la boca! Quieraz o no, te la voy a meter.

Los padres aporrean la puerta, desesperados.

-¡Eh, quién está ahí? ¡Deja en paz a mi hijo, cabrón!

Él se abalanza sobre la puerta infructuosamente. Por el pasillo vuelve corriendo la madre, blandiendo un martillo, y asesta al pomo un golpe que lo hace saltar por los aires.

La puerta se abre y ambos se precipitan al interior. No pueden creer lo que ven: un orondo gato sujetando unas tenazas agarra los mofletes de su hijo.

-¿Qué demonios... —alcanza a balbucear el padre, incrédulo—.

-¡Oh! —se gira el gato, descubriéndose un sombrerito ridículamente pequeño—: el Gato Zéper, para zervirlez a uzted y zu zeñora. Ezto eztá lizto: zu hijo vuelve a tener zu muela.

Y lanzándola al aire, hace caer en su bolsillo la moneda que habían dejado bajo la almohada.

-¡Yo quiero mi moneda! —chilla el niño, enfurruñado—.

-¡Zi pretenderán que trabaje gratiz! ¡Panda de dezagradecidoz!


Y saltando ágilmente por la ventana abierta, le ven perderse por los tejados.

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