martes, 26 de enero de 2016

La última excavación

[Este texto es muy especial para mí. Entre todos los que conservo, es el más primerizo: escribí mi primer relato, "El alfiler mágico", a los ochos años; tardaría tiempo aún en escribir como algo habitual y necesario, siendo mi siguiente apuesta un relato de tipo detectivesco escrito —y cuyo título he olvidado— para la clase de galego, el año anterior al que aquí reproduzco. Y, en 1995, cuando ya había empezado a escribir poesía, también como ejercicio académico, escribí este otro para una clase de Historia. La consigna es que debíamos relacionar el hallazgo de una serie de objetos, y yo me puse excesivamente poético —como puede comprobarse—, tal como me hizo notar la profesora —lo siento, sólo recuerdo que te llamabas Bea, tenías el pelo corto y rubio, y eras menudita, pero en tus clases empecé a interesarme por la Historia—: era prácticamente una imposibilidad arqueológica que objetos tan dispares apareciesen en un enclave tan reducido —lo que, paradójicamente, me enfrentó por primera vez a una cuestión literaria con la que sigo batallando hasta hoy en día: la de la verosimilitud—. En todo caso, y por todo ello, este fragmento es el texto en prosa más antiguo que conservo.]


La última excavación.

Un día, cansado ya por las intensas horas de actividad en los yacimientos; por todas las cosas materiales que me rodeaban que habían, tras mucho tiempo de servicio, perdido su valor; sumido en profundas cavilaciones y exhausto y hambriento como me encontraba, no caí en la insignificante idea de que no conocía aquella zona de escarpado monte por la que vagaba sin rumbo fijo hacia una infinita soledad que me rodeaba misteriosamente, sin ningún sentido alterado ni carcomido por la ausencia, el miedo o el hambre. Sentí un profundo sueño, un desvanecerse del ser, un caer sin detención en un vacío infinito que me atrapaba y me conducía a una soledad eterna, amargada por incontables días de monotonía y desesperación.
      Desperté tras varias horas de sueño perdido en un cráter de grandes dimensiones, destrozado por un dolor que no conocía límites, que hacía mi soledad más evidente en aquel lugar desconocido que me inquietaba tan profundamente como la bala del cazador traspasa al inocente cervatillo que aguarda, ignorante, la hora en que lo porten al lugar nefasto de las parrillas del horno. Observé, para mi sorpresa, que del suelo sobresalía un trozo de madera con forma de mango. Ayudado de un pico y una pala bastante destartalados que encontré en un rincón del cráter, comencé lo que bien puede llamarse “microexcavación”, sin ningún entusiasmo especial. Fue mayúscula mi sorpresa cuando descubrí que el mango que había visto no formaba sino parte de un arado, antiguo y carcomido por una desesperación tan profunda como aquella en la que yo me había hundido. Comprendí entonces, con una fría y cortante consternación, que todo cuanto amaba, cuanto anhelaba, se había terminado para mí, mientras seguía sollozando mis penas sin sollozos en aquel ridículo agujero del mundo, mientras las demás personas continuaban su vida acercándose a lo que querían y amaban.
      Aterrado por tan espantosa idea, hice un gran esfuerzo por continuar aquello que había comenzado y que era ya lo único que quedaba reservado para mí en aquel mundo desamparado y horrible. Tras incontables horas de exhaustiva inspección había hallado varios objetos nuevos: una vasija de —a mi juicio, ya desgajado por la soledad y el hambre— cerámica romana, varias lucernas, sucias por el tiempo y la tierra, cinco monedas de oro con la cara de Tiberio grabada, si bien sufrían un acusado desgaste producido por el paso del tiempo , que, en este caso particular, no mejoraba las cosas. También alguna muestra de cerámica gris y varias monedas de cobre que parecían pertenecer, aproximadamente, al s.XI; así como un molino de mano y tres pesas pertenecientes a telares, que, en otro tiempo, habrían sido, con seguridad, artífices del arte de bellas mujeres; finalmente, encontré un resto de tejido que envolvía una primorosa vasija de amplias dimensiones y muy hermoso tallaje, condenada por la injusta existencia a yacer sepultada bajo tierra por toda la eternidad y traída de nuevo a la... [aquí se interrumpe el manuscrito]

1995

1 comentario: