viernes, 15 de enero de 2016

Chris Pueyo, "El chico de las estrellas" - LIBRO DEL MES

 

Título: El chico de las estrellas   Autor: Chris Pueyo    
Editorial: Destino  Año: 2015    Lugar: Barcelona
Valoración♥♥♥♥♥

... escribir es mirar dentro
de lo que no se ve...”

Chris Pueyo, El chico de las estrellas


Diciembre parece estarse convirtiendo en un mes de lecturas afortunadas, y si en 2014 mi corazón se rompió con el último aliento de Rafael Chirbes (con permiso de su recién aparecida novela póstuma) en este mi alma se llenó de constelaciones y estrellas con la primera apuesta del jovencísimo Chris Pueyo en el terreno de la narrativa larga. Hay una palabra para describir este libro, una palabra que horrorizaría al autor y también a varios de sus personajes, y esa palabra es:

PER-FEC-CIÓN

Que una primera novela se presente bajo el paraguas de la editorial Destino es garantía casi segura, como parece estar siendo el caso, de éxito para la misma. Pero es que cuando uno se tropieza con un primer libro de la calidad y originalidad de El chico de las estrellas, entiende perfectamente tanto el éxito cuanto la acertada decisión editorial de publicarlo. En este sentido, hay que dar un bravo a Destino —y un tironcillo de orejas por algunas erratas menores que aparecen en el texto—, por la valentía a la hora de apostar por una historia como esta —¡ya era hora!— y un doble bravo a su autor, por atreverse a compartir su historia, logrando hacer —como es la mejor misión del arte— de su dolor particular, algo universal; y, por otra parte, por la espectacular calidad del texto que aquí presenta.

Aviso para navegantes: vaya por delante que esta historia tal vez deba evitarse a corazones (hiper)sensibles, aunque quien suscribe cree que debería ser de obligada lectura para quienes hieren niños, y recomendada para todo el mundo: a quienes tienen alma, porque la tendrán mejor. A quienes no, porque se agenciarán una.

Desde el punto de vista temático, ya me congratulé, a propósito de la trilogía Play, de Javier Ruescas, de que autor y editorial se hubiesen aventurado a incluir la cuestión de la diversidad afectivo-sexual en aquella obra. No obstante, si en aquella se trataba de algo relativamente tangencial, cobra un papel mucho más preponderante en El chico de las estrellas. Sin embargo, constituiría un error gravísimo limitar esta novela a los estrechos límites de esa —o de cualquier otra— etiqueta, como la de “infantil y juvenil”, que me parece muy discutible —y que discutiría si no fuera porque ya expliqué en otra parte que directamente no me parece que exista semejante cosa—: cualquier lector desprejuiciado encontrará tratados en ella temas mucho más universales, singularmente la búsqueda del autoconocimiento, con los que cualquiera puede sentirse identificado: es una historia de reconciliación con el pasado y agradecimiento, un libro de aprendizaje que contiene una valiosa lección de vida.

Comencemos diciendo que, ya desde el principio, destaca la calidad estratosférica de la prosa de Pueyo, llena de metáforas de doble sentido (p.e., “Cuando termina abril, la gente normal compra mayo y tira abril a la basura”, p. 11). Tiene lugar un fuerte contraste entre la madurez vital —filosófica, si se quiere— del autor/narrador y su uso de un lenguaje por momentos deliberadamente infantilizado. Es muy posible que los niños que sufren envejezcan, por dentro, a razón de un año por hostia, así que Pueyo, de 20 por fuera, bien pudiera tener un alma de 200. Desde esa perspectiva, se entiende mucho mejor su sólido estilo, maduro, que sorprende a pesar de todo y, por qué no decirlo también, da envidia. La ingenuidad del tono general se contrapone a la sabiduría del protagonista-narrador en su madurez, y en particular, es de resaltar su capacidad para discernir que lo que no es forma también parte de lo que es; es decir, que el anverso es parte inseparable de lo que existe.

El chico de las estrellas presenta una habilísima mezcla de recursos clásicos (incluidos los de la literatura oral: es fácil imaginarse adaptaciones para la escena, ya que es una escritura muy teatral) con otras técnicas más novedosas que, si no completamente inéditas, sí están mezcladas con frescura. Así, el “esquizofrénico” narrador o la constante ruptura de convenciones narrativas, cierta violencia sobre la sintaxis, así como la presencia de múltiples intertextualidades, musicales sobre todo.

Hay también unas cuestiones de formato, que no describiré para no chafar la sorpresa al lector, pero que son dignas de aplauso, por lo acertado y por lo atractivo.

Como piedrecita en el zapato, sin embargo, cabe decir que el detallismo del principio se diluye hacia el final, resultado tal vez de estar contando la propia historia: sajar demasiado la carne puede resultar muy doloroso, incluso corridos años de por medio, así que no deja de ser comprensible desde el punto de vista humano, pero desde el narrativo deja al lector con cierta sensación de cojera —leve—.

A pesar de todo, y si las cosas fluyen como cabe esperar y deseamos, es muy posible que acabe de nacer una voz importante en la más joven generación de escritores españoles. En este sentido, y retomando algo que el autor afirma en el primer párrafo de la p. 64, su desafío será ahora ver si es capaz de contar vidas ajenas (aunque, en realidad, un escritor, escriba de lo que escriba, en el fondo siempre escribe de sí mismo). 

 

1 comentario: